'La Reina de África' y los insecticidas
'La Reina de África' no es una película sobre el rafting. Cuando se rodó, en 1951, descender voluntariamente por peligrosos ríos sólo para vivir un subidón de adrenalina se consideraba, con razón, una estupidez. El argumento es simple: en una aldea africana, y a principios de la Primera Guerra Mundial, un reverendo metodista y su recatada hermana, interpretada por Katharine Hepburn, reciben la desagradable visita del Ejército alemán. El reverendo muere antes de que le maten y Hepburn huye en el único medio de transporte local: una barcaza llamada La Reina de África, capitaneada por Humphrey Bogart. La extraña pareja comparte, además de planes para conspirar contra el enemigo, un creciente interés mutuo que desemboca en eso que, para simplificar, denominamos amor. Nos hallamos, pues, ante una river movie, recorrido por un río en el que uno puede tropezarse con peligros tan variados como rápidos, hipopótamos y sanguijuelas, con o sin uniforme. Mientras navegan, Bogart nos instruye sobre las características de la embarcación y de su patrón: la caldera se desatasca dándole patadas y el capitán se alimenta de cigarrillos y ginebra. Es una dieta bastante popular entre los actores. En el caso de Bogart, beber y fumar no le impidieron ser uno de los dioses de la politeísta religión hollywoodiense.
En el caso de Bogart, beber y fumar no le impidieron ser uno de los dioses de la politeísta religión hollywoodiense
La Reina de África provocó tantas situaciones aventureras que Hepburn escribió un libro sobre su rodaje. Es un making-off de cuando los making-off todavía no eran un género en sí mismo. En él cuenta que perdió 10 kilos y sufrió los estragos de la disentería. Perder kilos, en según qué clase de viajes, da prestigio. Una de las plagas con las que tuvo que luchar la expedición fue el mosquito local. No son tan nocivos ni puñeteros como las canciones del verano, pero cualquier veraneante sabe que, si se lo proponen, los mosquitos pueden amargarte las vacaciones. Es cierto que las ciencias insecticidas han avanzado una barbaridad, pero aún hay bichos capaces de sortear las tropas enemigas con la intención de chuparte la sangre, una actividad de profundo contenido filosófico-metafórico. Cuando detectamos la presencia de un mosquito sobre nuestra trabajada barriga, reaccionamos instintivamente: lo espachurramos.
Por lo visto, esta medida va contra la razón científica. Dawn Wesson, especialista en Medicina Tropical de la Universidad de Tulane, sostiene que aplastarlo aumenta el riesgo de infección. Al hacerlo, insertamos partes del cuerpo del sujeto agresor en la herida causada por la picadura. Wesson recomienda ahuyentar en lugar de agredir, algo que ya sabían los actores de la película, que no cayeron en el error de matar moscas a cañonazos (como hacía aquel pistolero de la película Érase una vez en el Oeste, atrapando a las moscas con el cañón de su revólver y disparando después). Cuando en medio del río son rodeados por una nube de mosquitos hiperactivos, Hepburn grita "¡Es que me están comiendo viva!", hasta que Bogart la cubre con una manta. A él se le ve muy tranquilo, como si fuera experto en insecticidios, quizá porque, como contó su hijo Stephen, tenía un secreto: "Aseguraba que cuando le picaban los mosquitos, o morían o se emborrachaban, y explicaba que construyó un sólido muro de whisky entre él y los bichos". En estos días, combatimos los mosquitos con insecticidas eléctricos con doble difusor y un líquido compuesto por D-Alletrina y los disolventes y excipientes de rigor. Pero cuando te despiertas acribillado por los que han conseguido zafarse del invento, te preguntas si no habría sido más eficaz tomarse un par de whiskys antes de ir a dormir. Un par de whiskys más, quiero decir.
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