Buscando la luz más alta
Una presencia esencial en la escritura de Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) es la naturaleza como fuente de la que todo surge y a la que todo retorna, ejemplo expreso de una universalidad tamizada por lo mítico y simbólico, por la experiencia emotiva del existir y la intensidad del ser. Debajo de la realidad visible y de la Historia existe otra realidad y otro tiempo, el de la intrahistoria, donde es posible reivindicar la actualidad de símbolos y mitos que integran la raíz del espíritu. En el camino de la escritura entrecruzan su paso emoción y pensamiento, reflexión y sentimiento, razón y corazón. Colinas alcanza esta idea creadora por diversas vías, y entre ellas, de un lado su profundo conocimiento del pensamiento y del espíritu oriental a través del budismo, el taoísmo y el zen; de otro su convivencia con pensadores que vienen a definir esa busca totalizadora y trascendente del ser y de la existencia.
LA SIMIENTE ENTERRADA: UN VIAJE A CHINA
Antonio Colinas
Madrid. Siruela, 2005
218 páginas. 20 euros
La simiente enterrada es muestra palmaria de esta concepción expresiva, de ese enfrentamiento con la realidad de un país y un pensamiento concretos: China valorada en su actua-lidad e intemporalidad. Su origen está en un viaje preciso en el tiempo, y por eso tienen cabida en el texto la crónica y el diario, la reflexión aforística y la contemplación poética o descriptiva, pero lo que define su entramado es su carácter de ensayo viajero. Su sentido nace del hecho de que es un viaje trascendente, pues junto al viaje exterior se impone el viaje interior, personal y único como hilo armónico que otorga una sutil unidad de acción: "La idea de armonía nace en China de un triple orden: el moral, el físico y el cósmico. Lo maravilloso es que este cruce de potencias se da en el mismo centro del ser humano".
China es y ha sido durante si
glos un enclave simbólico, don-de la trascendencia de esos signos eternos que definen su ser, está unida a la de sus acontecimientos históricos, religiosos, culturales y literarios. Y a través de todos ellos, Colinas lleva a cabo un viaje hacia sí mismo, hacia ese centro imprescindible "fijado obsesivamente en la lección de los símbolos". Lo que Colinas persigue no es otra cosa que alcanzar ese "justo medio" de verdad y vida que Confucio entendía como "la gran base fundamental del mundo". Y el modo no es otro que su ideal capacidad para hablarnos "de otra realidad que nada tiene que ver con lo que entendemos a diario por realidad", buscando su más alta luz en "la pervivencia y utilidad del símbolo".
Más allá de lo ya sabido y leído, de la denuncia de un desa-rrollo injusto y excesivo, del relato obligado de todo viajero en China, lo importante de este libro lleno de matices, es la "sustancia" que enlaza temas y reflexiones nacidas de las raíces profundas y armónicas de la cultura y del espíritu chinos. El pasado como espejo que se ofrece al presente. De ahí su acento personal y vivo, apasionado, que expresa un pensamiento sincero y seguro de su objeto: "La conciencia de vivir y de ser en armonía".
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