Exorcismo
Ninguna energía se puede comparar con la que generan los siete pecados capitales. La humanidad estaría todavía en las cavernas de no ser por estas siete grandes turbinas del espíritu que la han empujado con enorme fuerza hacia lo alto de la historia. Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza : estos pecados capitales son los motores del poder y del progreso, de la perpetuación de la especie, de la creación de riqueza, del cultivo de las artes, de la investigación científica y de todas las conquistas de la gastronomía. Cada uno de estos pecados tiene, en contrapartida, una correspondiente virtud que sirve para neutralizarlo. Recordad aquella cantinela del catecismo: contra la soberbia, humildad ; contra la avaricia, largueza ; contra la lujuria, castidad ; contra la ira, paciencia; contra la gula, templanza; contra la envidia, caridad; contra la pereza , diligencia. Si la humanidad se guiara por estas pautas, el mundo sería una balsa de aceite, pero el tedio acumulado por tanta bondad podría convertirse en una formidable carga neutra, que si un día llegara a estallar, causaría tantos estragos como una bomba de hidrógeno. Repasad todas las estátuas que adornan las plazas de las ciudades, todas las estampas que ilustran en los libros de historia. La mayoría de esos mármoles y grabados rememoran a personajes que impulsaron a la humanidad pisando serpientes y alacranes o vendiendo su alma al diablo. En la Universidad Pontificia de Roma se acaba de inaugurar un curso de exorcismo, convocado por el Papa, y en él se han inscrito varios centenares de sacerdotes especialistas en expulsar del cuerpo a Satanás. Hasta ahora la posesión diabólica se manifestaba cuando un pobre pelanas se retorcía de forma convulsa ante el Crucifijo, echaba espuma por la boca, desarrollaba una fuerza descomunal y hablaba lenguas extrañas. Lejos de enarbolar una ristra de ajos , como en el caso de Drácula, en este simposio se trata de someter la antigua práctica del exorcismo a una revisión moderna. En este caso sería muy estimulante que estos exorcistas convocaran al propio Satanás para que les diera una lección magistral. Si la oración fuera efectiva, de pronto se presentaría en el estrado un ser vestido de rojo, como un cardenal, con orejas puntiagudas emergiendo por debajo de una mitra de oro, que les hablaría así: señores, yo soy el dueño de los pecados capitales, los siete motores del espíritu que han hecho la historia, hincad las rodillas y adoradme.
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