Hija de Dios padre
MI PADRE NO NOS DEJÓ nunca creer en Dios. Y a nosotros nos hubiera gustado. Yo (concretamente) me veía a mí misma con madera de monja. Cuántas veces contemplando el atardecer madrileño desde el Parque de las Tetas (que fue mi particular Monte Carmelo) no me puse a dar vueltas con los brazos abiertos, como impulsada por un resorte divino, influida, a qué negarlo, por Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas, la película de la monja más cursi de la historia, pero que tiene la canción más bonita de la historia, My favorite things. En el género de la cursilería Julie Andrews era la reina: Mary Poppins fue la película de niños más cursi de la historia, pero con algunas de las canciones de niños más bonitas de la historia. En el fondo, las dos películas trataban de lo mismo: Mari Poppins era una monja con paraguas, y la monja de Sonrisas y lágrimas era una baby sitter que enseñaba la magia de la vida a unos niños grimosos. La diferencia es que una se acostaba con el padre de las criaturas y la otra no. ¿Cuál es la que se acostaba? No se engañen, queridos amigos. Fijo que era Mary Poppins. Y no sólo se lo merendaba, también al deshollinador. Lo de hacérselo con el deshollinador lo encuentro de una simbología megaporno. No entro en detalles. Siempre he sostenido que Mary Poppins era zorrón. Eso, todos los niños de Moratalaz lo sabíamos. Estaba al cabo de la calle. Siempre vimos en ese paraguas un símbolo fálico. Cuando Mary Poppins salía volando era porque estaba teniendo su correspondiente orgasmo. Mary Poppins acabó con nuestra inocencia. En cuanto a mis hermanos y a mí, ya digo, quisimos creer en Dios, pero mi padre nos quitó la idea a tortas. Nosotros debíamos creer sólo en lo que dijera él. Mi padre le tenía celos a Dios. Mi padre no tiene celos de cualquier muerto de hambre. Mi padre no quería que le prestáramos la más mínima atención a un ser completamente absurdo. Igual que le reina de Inglaterra es la cabeza visible de la Iglesia anglicana, la cabeza visible de nuestra religión es mi padre. Mi padre nos educó en la idea de que todas las noticias del periódico estaban relacionadas con él. Aún a día de hoy yo funciono con esa creencia. Abro el New York Times, veo los diques de New Orleans y pienso: "A la empresa de mi padre nunca se le cayó ningún dique". Cuando mi padre, por ejemplo, leyó el suceso de la enferma mental que mató a cuchilladas a varias personas en el hospital donde trabajaba, decía: "Yo tomaba café en el bar de los padres de esta chica". Y entonces todo cobró un sentido diferente. Él siempre tiene algún lazo con el curso de la historia que le convierte en el astro rey. Cuando se investiga el 11-M recopila cantidad de coincidencias: una amiga suya llamaba desde el locutorio de los terroristas en Lavapiés, el día anterior comió cuscús en un restaurante al lado de unos individuos que llevaban mochila. Dios mío, si es que vive en el epicentro. Mi padre, por ejemplo, lee que el doctor Fuster recomienda beber vino a diario y dice: yo lo hago desde los 12 años, ¡es de cajón! Para mi padre casi todo es de cajón. Ha seguido la pista de varios asesinatos un poco al estilo de Mrs. Marple, pero no se lo dice a la policía porque él no trabaja gratis. Ha intentado averiguar qué es lo que hacen los obreros de Gallardón enfrente de su casa desde hace un año, y como no lo consigue, ha llegado a la teoría de que una vez yo escribí algo contra Gallardón y ahora él sufre las consecuencias. Mi padre cura enfermos. Ha inventado una plantilla para la gente que sufre ojo de gallo en el pie. Tú le llevas una plantilla, y él te la customiza según tu pie, y te vas de su casa como se iban los leprosos después de que los tocara el Señor. Él no pide nada, si acaso una caja de Tempranillo por Navidad. Hay gente de barrios adyacentes (Vallecas, la Estrella) que le pide consejo o le lleva niños para que los bese. Lo malo es que nosotros le hemos salido mucho más vulgares. Con lo que le gusta a mi padre estar en el meollo, por ejemplo, anda un poco decepcionadillo últimamente porque ninguno de sus hijos le hemos salido gay. A mi padre le hubiera gustado tener un Zerolo. Yo veo que esto es como una moda pasajera, que mi padre volverá a apreciarnos como personas, no por nuestra opción sexual, pero a él le duele (aunque no lo dice) que algún amigo suyo le haya tomado la delantera en esta problemática. Lleva muy mal que le roben protagonismo. Ayer le llamé porque leí que les han dado el Nobel a Warren y Marshall, los que descubrieron que la úlcera estaba provocada por una bacteria. Sé positivamente que mi padre lleva unos días presumiendo por el barrio de que yo fui una de las primeras que siguió el tratamiento, una pionera, que es lo que a él le gusta que seamos. Antes de colgar me dijo algo inquietante: hija mía, no hay que cantar victoria, aunque Warren y Marshall afirmen que la úlcera es una bacteria y no tiene que ver con el carácter nervioso, dentro de unos años se sabrá que esa bacteria sólo sobrevive si habita en el estómago de personas como tú. Cuando le cuelgo el teléfono me llevo la mano al estómago, segura de que la ciencia le dará la razón. No es fácil ser hija de Dios. Es como que nunca estás a la altura. Si mi padre ganara el Nobel sería difícil encajarle en una categoría. Cualquiera de ellas se le queda pequeña. Y no es pasión de hija.
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