Esto no es una biblioteca
Hoy es un día importante para la cultura en la ciudad de Barcelona: abre sus puertas la biblioteca Jaume Fuster, en la plaza de Lesseps. Se trata de una biblioteca de distrito construida en un edificio singular concebido expresamente para su función. ¿A qué se debe tanta importancia? Pues, por una parte, a que se trata de una biblioteca más, y por otra parte, a que no es una biblioteca más. Esto no es, en cualquier caso, una biblioteca si entendemos por ello un oscuro almacén de libros; hace ya años que, afortunadamente, las bibliotecas no son así, al menos las de Barcelona.
Inaugurar una biblioteca, la número 29 del Plan de Bibliotecas de Barcelona 1998-2010, significa conquistar más espacio -también físico- para la cultura que se va abriendo paso en la ciudad. La aplicación metódica de este plan es una obra cultural de alcance histórico y de gran envergadura, lo que, por diversas razones, hemos llamado la "revolución silenciosa". En primer lugar, por los recursos económicos que demanda: pasar de 18 a 40 bibliotecas en 10 años y, más importante, cuadruplicando de sobras la superficie, requiere un extraordinario esfuerzo inversor y de planificación que no todos los ayuntamientos -ni todas las administraciones- están en disposición de establecer como prioridades. El de Barcelona lo ha hecho y viene aplicando el plan con una puntualidad y un rigor que sabe valorar en su justa medida toda persona que conozca mínimamente las complejidades administrativas y los caminos a veces intrincados por los que circula la economía en la realidad. Es interesante ver la magnitud de este esfuerzo inversor del Ayuntamiento de Barcelona: 38 millones de euros en el actual mandato (2004-2007), más el presupuesto de explotación anual (13,2 millones de euros para 2006, de los que la Diputación aporta 4,8 y el Ayuntamiento 8,4). El espacio que Barcelona dedica a las 29 bibliotecas actuales (39.497 metros cuadrados) ya triplica el que teníamos en el año 1998 (11.000) y convierte las bibliotecas en el mayor equipamiento cultural de toda la ciudad.
El año 2005 se cerrará con más de 4 millones de usuarios de bibliotecas, unos 3.750.000 documentos prestados y 450.000 carnets vigentes
En segundo lugar, el plan es una actuación cultural de primer orden porque concibe estos nuevos equipamientos no como simples almacenes de libros, sino, al estar dotados de las últimas tecnologías, como ventanas abiertas al conocimiento universal y también al contacto interpersonal. Esto explica que cada nueva biblioteca se convierta pronto en un centro cultural vivo que dinamiza la zona donde se ubica, y consigue una altísima participación. En concreto, el año 2005 cerrará con más de cuatro millones de usuarios -cifra muy destacable-, unos 3.750.000 documentos prestados, 450.000 carnets de socio vigentes (lo que indica que el 27% de los censados en Barcelona lo tienen y significa que, de promedio, cada usuario con carnet habrá ido nueve veces este año a la biblioteca).
En tercer lugar, las bibliotecas son claves en la política cultural por la diversidad de sus usuarios, que van desde los niños, futuros lectores, pasando por estudiantes de todos los ciclos, que las han convertido en cómodos lugares de estudio y de relación, hasta la gente mayor del barrio, que encuentra en ellas acceso a la prensa diaria y a publicaciones periódicas, a la música y al uso de Internet, además de grupos de lectura, actividades de aprendizaje, conferencias, debates, presentación de novedades, etcétera. No es raro el éxito indiscutible e indiscutido de las nuevas bibliotecas de Barcelona, gestionaadas por un equipo de profesionales que actúa con rigor y mucha convicción y que tiene el reconocimiento de los usuarios y un prestigio creciente, como queda de manifiesto en los foros internacionales del ramo, donde el plan de Barcelona es un referente muy tenido en cuenta.
¿Qué tiene, pues, la biblioteca Jaume Fuster, que hoy abrimos, para permitirnos decir que no es una biblioteca más? Pues tiene que se trata de una biblioteca de nueva generación. Parte de un proyecto levantado desde cero en un gran espacio de 5.600 metros cuadrados (incluye el archivo de Gràcia y es, con diferencia, la mayor de la red: la Ignasi Iglesias, en Can Fabra, hasta ahora la primera, dispone de 3.000 metros cuadrados). Construirla a partir de cero nos ha permitido adecuarla a las necesidades de uso y no tener que adaptar los usos a los requerimientos del espacio, como suele ocurrir en el caso de antiguos edificios. Nos ha permitido trabajar, además, incorporando la experiencia y los conocimientos prácticos de los seis primeros años de aplicación del plan y dotarla de los espacios más cómodos y en las mejores condiciones de iluminación, almacenaje, movilidad y servicios: la biblioteca tiene cuatro plantas, auditorio, sala polivalente, anfiteatro, sala de exposiciones, área infantil y cafetería. El arquitecto Josep Llinàs, que ya ha proyectado otras bibliotecas magníficas, es un hombre que sabe escuchar, interpretar y convertir en obra las ideas, y que trabaja pensando en primer lugar en el usuario. Ha hecho un muy buen trabajo, teniendo en cuenta, además, que el edificio tiene un papel urbanístico muy importante porque es el frontal de la plaza de Lesseps, un espacio difícil, eternamente desencajado, complicadísimo. La biblioteca lo humanizará, dará carácter a la plaza, la acercará al vecindario, será el centro cultural de proximidad más importante de la zona y estoy seguro de que, rápidamente, a pesar de las obras actuales del metro, los gracienses la harán suya.
La biblioteca lleva el nombre de Jaume Fuster. Es una forma de vincularla con el escritor y el creador, primer eslabón de la cadena de la industria editorial. Jaume Fuster fue un hombre comprometido con los aspectos sociales del oficio, implicado en el asociacionismo profesional de los escritores, sin los cuales no hay literatura ni lectura. Se trata, por lo tanto, de impulsar el arte y la industria del libro, el progreso de la producción editorial, que todavía sigue siendo el sector más decisivo de la cultura catalana. Se trata, en fin, de fomentar la lectura, de facilitar, de democratizar el acceso a la lectura, que es tanto como decir a la información, al conocimiento, a la cultura. Se trata de crear nuevos lectores, es decir, nuevos ciudadanos: al hacerlo, las bibliotecas crean tejido social, ciudadanía. Vale la pena recordarlo ahora, cuando entramos en la parte final de un Año del Libro y la Lectura que está teniendo un eco tan favorable.
Ferran Mascarell es concejal de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona
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