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Pensar a lo grande, construir el futuro

El Financial Times, medio poco sospechoso de vanas complacencias y publirreportajes encubiertos, ha publicado recientemente un artículo de doble sesgo sobre la Comunidad Valenciana, la primera de cuyas dos partes viene dedicada a Valencia y la segunda, llena de agudas reticencias, a la Ciudad de la Luz alicantina.

Dice Leslie Crawford en el Financial que Valencia organiza su futuro a través del big thinking, que es equivalente a nuestro castizo pensar a lo grande, apelación que, a tenor del contenido y tono del reportaje, debe interpretarse de manera positiva, por más que se advierta un distanciamiento benévolamente crítico, que parece producto más del asombro que del rechazo.

Crawford no discute en ningún momento este espectacular progreso, de manera que se emplea en intentar comprender las claves que lo propician. Algunas de ellas están en el ánimo de todos (incluso con las reservas que producen): la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuya contribución puede mejorar todavía más si se amplían y mejoran los contenidos de tiempo, cosa que sucederá a condición de que se incrementen los flujos turísticos generalistas; el Puerto, a cuya pujanza comercial se debe añadir su condición de soporte físico de la Copa del América; y, para terminar, la Feria, cuyo espectacular aumento de tamaño corresponde, como los anteriores, a esa tentación hacia lo cuantitativo que el periodista atribuye a la sociedad valenciana.

Los resultados aparentes parecen propicios, aunque todavía distantes de los que cabría esperar si se tiene en cuenta el valor real de los argumentos. La Ciudad de las Artes y las Ciencias, junto con la proyección nacional e internacional de Valencia (de la que no es sólo responsable el mausoleo calatraveño), está motivando constantes y aparatosas alzas en el número de visitantes, superiores en términos proporcionales a los de cualquier otra ciudad española, pero los flujos podrían aumentar considerablemente cuando nuestros responsables turísticos, públicos y privados, generen productos asociados a todos nuestros activos, especialmente las playas, pero también el medio natural y la vitalidad urbana. El Puerto ha crecido consistentemente, pero crecerá todavía más cuando el régimen funcional de las plataformas logísticas propias y ajenas (sobre todo, las de Zaragoza) alcance su máxima expresión y, como consecuencia de ello, el lobby portuario dirija la mirada al Puerto de Sagunto, que actuará como un complemento de extraordinario valor estratégico, puesto que, además de ampliar la operativa comercial, permitirá rescatar superficies portuarias en Valencia para usos urbanos y turísticos. Por último, la Feria, que aunque mantiene su privilegiada posición en el contexto español, tiene amplio margen de crecimiento gracias a su muy voluminosa ampliación.

Pero junto a estos factores, de repercusión evidente en la dinamización económica reciente de la ciudad (al margen de que, en algunos casos, también sean responsables de la cuantiosa deuda pública que arrastramos), Crawford plantea, liminal o subrepticiamente, otras cuestiones en apariencia laterales que me parece interesante y hasta decisivo hacer notar, puesto que, pese a que inciden sólo indirectamente en el progreso de la renta, constituyen, por su carácter inmanente, activos que influyen e influirán persistente y poderosamente en la transformación productiva de nuestro espacio vital: el empuje económico de la sociedad local, históricamente independiente de la (magra) contribución inversora del Estado y de nuestras propias debilidades presupuestarias; el carácter abierto y hospitalario (es decir, tolerante) de la ciudadanía; la emergente calidad urbana y las ignoradas cualidades medioambientales del soporte físico de que disponemos; las excelentes potencialidades locativas, capaces de motivar avances en la logística y el turismo; el tímido y subterráneo, pero cierto y constante, progreso de las actividades terciarias creativas o tecnológicamente avanzadas.

Estos activos, a los que me he referido constantemente a lo largo de mis espaciadas colaboraciones en este medio, y que no están todavía interiorizados por los valencianos, explican nuestra baja autoestima territorial, pero deben constituir los fundamentos de nuestra acción futura, de manera que, para activarlos, debemos desarrollar propuestas de acción que, utilizando nuestras potencialidades, modifiquen el curso regular del devenir histórico.

No hay por qué tener miedo. El examen del curso social de los países europeos mueve a pensar que hay dos procedimientos para alterar el statu quo: un proceso de formación continua de la población concebido como un proyecto de largo plazo (procedimiento tradicionalmente vinculado en Europa a los territorios septentrionales) o, alternativamente, propuestas territoriales de gran alcance que constituyan saltos en el tiempo y, en paralelo, cambios de ritmo y de escala, base operativa a través de la que han emergido centralidades y dominancias en los países del sur de Europa.

No nos parecemos a California, territorio que, además de la variedad paisajística y climática, ha contado con instituciones universitarias de prestigio universal, como Stanford o Berkeley, y que dispone de un nivel de renta espectacular (Extremo Occidente, la llamaba el lúcido Edgar Morin). Tampoco a Nokialandia y a los demás países escandinavos, que han construido su presente y su futuro a través del continuado esfuerzo formativo de su población. Pero somos algo parecido a Florida, una región antes destinada al placer limitado de las clases pasivas norteamericanas y, como nosotros, escasamente formado, profusamente anaranjado y climáticamente bonancible y que, sin embargo, ha sabido convertirse en los últimos lustros en un espacio altamente dinámico en el plano tecnológico y financiero, y ha aprovechado su localización para convertirse en el puente entre Latinoamérica y España, lo que, de paso, le ha permitido atraer cuantiosas inversiones. Y somos, en muchos aspectos, superiores a Irlanda, aunque sin algunas de sus mejores cualidades: ni hablamos apenas inglés ni nos apoya un lobby excepcionalmente influyente en la sede del imperio. El progreso de estos dos últimos territorios, en tantos aspectos próximos al nuestro, debería servirnos de acicate. Y desarrollar nuestras opciones de futuro con confianza en nuestras posibilidades: pensar a lo grande no es el único camino, y tampoco el más seguro y consistente, pero es el más rápido y el que quizá mejor se acomode a nuestras cualidades y posibilidades.

José Miguel Iribas es sociólogo.

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