Palabras sobre la mesa
Es de admirar cómo Jesús Gisbert, profesor de filosofía, en su artículo Matrimonio, nación (EL PAIS, Comunidad Valenciana, 29/12/05), pone suavemente sobre la mesa (de operaciones) las dos palabras y, tras diseccionar éstas con mimo, muestra las dos opciones políticas que las estrujan: esencialismo y nominalismo. Vamos a hablar claro: derecha e izquierda (o en lenguaje de aquella: nacionales y rojos ¡Qué susto!). Los esencialistas, constantes en su esencia, siempre serán amigos hoy de sus enemigos de ayer (¿les suena?, obvio: la CE y el PP) Los esencialistas, fieles sin embargo a su esencia, no podrán negar que matrimonio viene de máter y munis, ni que nación bebe su significado de nascere. Y si a pesar de ello y de ellos, de la responsabilidad de la madre, pues eso significa matrimonio, vía la empecinada realidad, los nominalistas fuimos, poco a poco, saliéndonos con la nuestra y pudimos derivar ese sentido hasta el de una unión corresponsable entre dos adultos -ayer de distinto sexo y hoy ya sin más adjetivaciones-, y si de los nacidos fuimos capaces de conseguir que su significado resulte equiparable a ciudadanos -hoy saltarines entre las distintas naciones de la UE, mañana...-, no me cabe la menor duda de que, batalla tras batalla, conseguiremos que las palabras sirvan a las personas, y no al revés. Pero. Siempre hay un pero. Como atinadamente matiza Jesús Gisbert, ser nominalista no puede servir como defensa de la siguiente argumentación: las palabras significan lo que quiera quien quiera, siempre que sea o represente a una mayoría, y allí dónde quiera. No: recordemos al pueblo judío y a los nazis. Las palabras atesoran una historia que no podemos obviar sin incurrir en grave peligro de cubrimiento, desconcierto e imposibilidad de diálogo, o peor. La inercia en su significado, siempre producto de una convención modificable, es básica para seguir utilizando el lenguaje como ladrillo de puente y no tocho de muro. Si al concepto de matrimonio la realidad le ha ido quitando adjetivaciones que, como rémoras, lastraban su existencia alejándola de la vida de las personas, no deberíamos obrar al contrario con nación añadiéndole significados adjetivos que, lejos de matizar, lían su comprensión y complican su uso: nación de naciones, nación de rango legal y constitucional superior, nación ma non tropo, nación no estatalizable, nacioncilla... Abramos, si fuera preciso, que no lo creo, un proceso de estudio del uso del término nación en la CE, y en particular sobre su empleo en el artículo 1.2, y que lingüistas, juristas, filósofos y políticos analicen la realidad aquí y ahora y la viertan en acreditadas palabras en nuestra ley de leyes, pero, por favor, evitemos caer, por huir de la esclerotización de una palabra, en la banalización de la misma..
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