Susana Fortes
Pertenezco a ese colectivo de gente que se deja perseguir por los pequeños errores cometidos y me gustaría acercarme a las columnas de Susana Fortes sin que nada empañara la lectura de las mismas. Me explico, hace varios años en una caseta de la Feria del Libro de Madrid la confundí con una azafata y le pregunté cuándo llegaba otra escritora de cierta fama que estaba anunciada para firmar. Ella fue muy amable y estoy segura de que mi error no le afectó lo más mínimo, pero mientras esperaba me di cuenta de quién era ella y de que había leído Fronteras de Arena, que me había gustado mucho. Entonces me sentí mal.
Después de eso he intentado expiar mi culpa leyendo todo lo que encuentro de ella pero no lo he conseguido pues me gusta tanto que en lugar de sacrificarme y conseguir la redención, disfruto. Los sábados, en la intimidad del desayuno, abro el periódico por la página donde está su columna y me dejo llevar, unas veces paseo por alguna ciudad, otras recuerdo una película, otras me traslado al pasado y otras simplemente encuentro sentimientos relativos a lo más simple que nos rodea. Muchas de esas columnas están recortadas con tijera de cocina y descansan dentro de algún libro, bien porque hagan referencia a él como en el caso de El siglo de las luces de A. Carpentier (una de mis lecturas favoritas) o bien en el libro que en ese momento esté leyendo. Admiro esa habilidad suya para adentrarse en temas tan cotidianos como el insomnio o para transitar por la pintura, el cine y la literatura con nombres que siempre me dicen algo. Algunas de sus reflexiones me resultan terriblemente familiares, como el misterio que encierran esas luces dentro de las casas o esas historias sin rostro que me intrigan y que imagino a menudo. También comparto la fascinación por Nueva York, influida seguramente por el cine y mantenida por escritores como Paul Auster o pintores como Hooper, que te adentran un poco más en la ciudad y en sus habitantes o por la mágica sensación que provoca la armonía de sus calles anchas y sus edificios altos...
En ocasiones Susana me resulta tan cercana que siento que le debía una disculpa.
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