El confesionario municipal
Cientos de personas pasan cada año por la oficina de atención al ciudadano de Sevilla para buscar solución a sus problemas
La ciudad es una estructura compleja en la que cada cual se construye su propio mundo. Un mundo que a menudo queda limitado a unas cuantas calles, unas tiendas, un mismo recorrido diario y un puñado de familiares, amigos y conocidos que sumados no suponen ni el 1% de los habitantes de la urbe. Saben que existen otros mundos, pero rara vez los tratan. Pilar Rodríguez Prieto, encargada de la oficina municipal de atención al ciudadano de Sevilla, dice que su trabajo es un baño diario entre todos los minimundos de la capital.
Por su despacho del Ayuntamiento pasan sevillanos indignados con el estado de su calle e inmigrantes recién aterrizados en busca de orientación; madres casi adolescentes sin pareja, ni trabajo y ancianos perdidos en su soledad; personas agradecidas de que alguien les atienda y otras enfadadas con el mundo y que exigen a gritos solución. En los casos más extremos, el expediente de la visita se marca con las siglas EM: enfermo mental. "Aquí ves de todo, Se parece mucho a un confesionario", señala Pilar Rodríguez, "Yo siempre escucho e intento aportar soluciones. Pero en muchos casos sólo puedo dar consuelo".
En 2005 pasaron por la oficina 661 personas que presentaron 885 demandas. El tema de fondo que más consultas acaparó fue la vivienda. El informe de actuaciones de 2005 recoge alrededor de un centenar de solicitudes o quejas en este sentido: "Él y su novia están recogidos en casa de su madre". "Matrimonio con dos hijos que vive en una chabola". "Vive en casa de su suegra y está desesperada". Tras la vivienda, el mayor número de demandas se centran en el empleo, ayudas de bienestar social y quejas por asuntos urbanísticos o relacionados con el Medio Ambiente.
Pilar es la responsable de este servicio desde mediados de 2003 y cuenta que ha tenido "que aprender a interrogar". "Ya no me creo a nadie porque esté sentado ahí", dice señalando las sillas en las que habitualmente recibe las visitas. "Por ejemplo, cuando alguien viene a pedir ayuda y me dice que no tiene nada, lo compruebo con la Delegación de Bienestar Social, es que es la que tiene medios para investigar".
Pero esta suspicacia la ha desarrollado a fuerza de sofocones. "Al principio me hartaba de llorar y tiraba mucho de monedero. Ya no me pasa", reconoce. A pesar de todo, cuando ve a alguien con un problema contra el que ella puede hacer algo más allá de tramitar la queja, le cuesta resistirse. Confiesa que ha llegado a regalar un coche que había arreglado para que lo reutilizara un familiar.
Tras más de dos años de experiencia, asegura que le sorprende el gran número de "mujeres que están solas tirando del carro". "Jovencísimas, con hijos, sin trabajo ni aval para comprar una vivienda. Por mi deberían ser considerados casos prioritarios", dice. En el lado opuesto, le ha llamado la atención la "desestructura mental" de mucha gente. "La miseria de no entender que la vida es cosa tuya y que eres tú quien la tiene que sacar para adelante", explica. "Las ayudas son un pequeño empujón, pero no la solución".
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