Una cooperativa sin mitos
Alfonso Gorroñogoitia, uno de los fundadores de MCC, recorre algunos de los hitos de este fenómeno empresarial
Aunque ahora deslumbra por su imponente red estructural, los comienzos de MCC fueron muy sencillos. Al menos, así lo quiere recordar Alfonso Gorroñogoitia, retirado, que no jubilado, de la actividad laboral desde 1989. Porque mantiene una vinculación fluida con el grupo cooperativo, como evidencia que las citas las celebre en las salas de reuniones de uno de sus principales referentes, la ingeniería consultoría LKS.
"Creo que muchas veces las cosas adquieren con el tiempo cierta aureola de mito. Es decir, a veces, al querer dar una explicación a un fenómeno, se magnifica aquel acontecimiento. Quizás desde la mirada actual pueda parecerlo, pero en su momento, las cosas fueron mucho más sencillas". Gorroñogoitia quiere dejar claro que el nacimiento de aquella primera cooperativa, ULGOR, fue casi un hecho inevitable dentro de la titánica tarea que el sacerdote José María Arizmendi-Arrieta realizó en el Mondragón de la posguerra y que se basaba en el lema "Igualdad de oportunidades en salud, educación y trabajo".
"Mondragón era un pueblo desolado, con más de 40 fusilados por las tropas nacionales, entre ellos tres curas. Había hambre, miseria, enemistades familiares, en fin, todas las resacas que dejan las guerras y, sobre todo, las civiles. Sin olvidar que los vencedores hacían notar en todo momento quiénes eran los que habían ganado y quiénes habían perdido". A este paisaje se enfrenta el sacerdote con la voluntad de levantar el pueblo y cerrar heridas. "En aquellos años, la vida religiosa tenía una enorme intensidad. Ahora casi es pecado ir a misa, entonces nadie se atrevía a no ir", explica el fundador de MCC.
Arizmendi-Arrieta se planteó resolver las necesidades del pueblo: hospital, viviendas, escuela profesional. Hombre de gran carisma, pronto entra en contacto con los jóvenes que trabajan en Unión Cerrajera, en cuya Escuela de Aprendices se formaban como mandos intermedios. "Entonces, trabajar en Mondragón era entrar en la Cerrajera. La gran aspiración de las muchachas de entonces era casarse con un oficinista de la Cerrajera". Esa era la realidad en la que vivía Gorroñogoitia y sus compañeros, poco dada a aventuras. El sacerdote les empezó a dar unas charlas los sábados por la tarde y a una docena de los mejores estudiantes les animó para que realizaran estudios superiores.
"Tenía un sentido de la anticipación extraordinario. No nos explicó por qué, pero estoy convencido de que Arizmendi-Arrieta ya barruntaba la creación de esa empresa social que él consideraba que era más justa., para la que era necesaria una formación de perito". Pero el asunto no era tan sencillo. No podían dejar de trabajar y para estudiar había que acudir a la Escuela de Peritos de Bilbao. "Hay que tener en cuenta que éramos todos hijos pobres de familias paupérrimas. Mi padre salió de casa en 1936 y no volvió hasta 19 años más tarde, después de recorrer todos los campos de concentración de Europa. No podíamos dejar de trabajar, claro, así que Arizmendi-Arrieta, que era un hombre de una tenacidad increíble, logró que un prominente hombre del régimen, José Sinués Urbiola, nos diera dispensa de escolaridad y pudimos estudiar en la Escuela de Peritos de Zaragoza. Sólo íbamos a examinarnos en junio y septiembre".
Cuando terminaron, llegó el momento de crear la empresa. De aquellos doce que habían empezado, se quedaron cinco. Una aventura para quienes eran padres de familia con trabajo fijo. Pero Gorroñogoitia vuelve a desmontar el mito. "Tampoco había tanto riesgo. En la España de 1955 hacía falta ser más tonto que Picio para no triunfar en el mundo de la industria. Aquí, en Mondragón era casi un valor cultural la siguiente frase: 'Fulano ha salido a poner una empresa'; y Fulano no había estudiado en Oxford, ni siquiera en Deusto, ni siquiera en la Escuela Profesional; Fulano sólo era un oficial habilidoso. Y todos se hacían millonarios".
Eran tiempos en los que todas las necesidades del país estaban por cubrir. Y así nació en un taller de Vitoria ULGOR (acrónimo creado con las iniciales de los fundadores: Usatorre, Larrañaga, Gorroñogoitia, Ormaechea, Ortubay) Pronto éste último se retira y ULGOR se convierte en Fagor y comienza el despegue del grupo cooperativo. "El éxito de MCC viene también por otros factores: la tradición industrial de Mondragón, la impronta empresarial que dimos a las cooperativas desde el principio, sin olvidar la capacidad de Arizmendi-Arrieta para crear estructuras con anticipación".
Y Gorroñogoitia explica esto último con la fundación de Caja Laboral. "Fue otra de sus intuiciones: una entidad de crédito con vocación cooperativa que financie el movimiento cooperativo. Recuerdo que estábamos reunidos en un consejo de dirección de Fagor y entreabrió la puerta y nos dijo: "Tenemos que hacer un banco". No se me olvida la reacción iracunda que tuve: "Déjenos en paz, harto trabajo tenemos como para hacer un banco". Ni se inmutó. Simplemente, fue y empezó a redactar los estatutos de Caja Laboral. Y a los seis meses de aquel incidente, nos los presentó. Ya no se podía discutir; era un hecho consumado". Además, Alfonso Gorroñogoitia asumió la presidencia de la entidad de crédito y otro capítulo más en la historia de MCC, un proceso sencillo, donde no caben los mitos, aunque cueste creerlo.
El reparto solidario
"La vocación social que don José María nos inculcó: la empresa no es para que uno se haga muy rico, sino para hacer ricos a muchos. Queríamos una sociedad igualitaria, sin clases".
Así explica Alfonso Gorroñogoitia (Mondragón, 1924) que nunca les asaltara a ninguno de los fundadores la tentación de enriquecerse y abandonar el sistema cooperativo. Como los otros tres fundadores, ha pasado por los principales cargos directivos de alguna de las referencias del grupo: desde 1959 hasta 1983 fue el presidente de Ulgor. También ha sido presidente del Consejo General del Grupo Fagor y Caja Laboral Popular y ha trabajado de Asesor de MCC, entre otros cargos. Convencido de que es necesario el reparto solidario de la riqueza, así se lo ha inculcado a sus cuatro hijos, tres de los cuales trabajan en el grupo cooperativo.
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