Sharits, artista cinemático
Paul Sharits (1943-1993) fue uno de los más notables representantes de esa corriente norteamericana que a finales de los sesenta se catalogó como la del Structural film, es decir, un cine en el que "la forma de la película (...) se convierte en su principal impronta", en busca de lo que Gloria Moure, responsable de este proyecto, califica como "un diagrama de ingredientes esenciales de la experiencia fílmica", como el color, la luz, la velocidad, el sonido, el fotograma
..., obviando como "inesenciales" los otros "ingredientes" (guión, puesta en escena, movimientos de cámara, montaje, narración, interpretación...). Ahora bien, el formalismo extremo y fundamentalismo de estos planteamientos tan restrictivos no puede hablarnos sino de unas actitudes que ya no son las nuestras.
PAUL SHARITS
Espai d'Art Contemporani
de Castelló. Prim, s/n. Castellón
Hasta el 16 de abril
Sharits consideraba que su "cine" (o "arte cinemático", como gustaba también decir a Rosalind Krauss) era solidario de los "ideales democráticos" porque, frente al "materialismo" del cine comercial, su obra eludía el espacio de la sala de cine ("autoritario, direccional y que induce a lo ilusorio"); porque no prescribía una duración fija (desde la presentación hasta la palabra "fin"), sino que ofrecía al espectador la posibilidad de "tener clara la naturaleza básica del filme con tan sólo un vistazo"; porque se ajustaba a una "dinámica de oscilaciones y ciclos" naturales, exponiéndose como un "análisis" del "hecho físico-continuo" en que consiste la proyección de una serie de fotogramas.
El resultado visible en Castellón es éste: varios ejemplos de flicker films, basados en el permanente y compulsivo parpadeo de los fotogramas, de imágenes inconexas o yuxtapuestas, a veces abstractas y monocromas, en un orden espasmódico (N.O.T.H.I.N.G., 1968), y otros tantos de locational films (T.O.U.C.H.I.N.G., 1968), en los que pueden aparecer imágenes humanas, también interrumpidas, y donde se juega con el tiempo como elemento de la instalación. Una de las obras es la doble proyección de imágenes de un ataque de epilepsia, que Sharits halla comparable a ciertos estados mentales de éxtasis zen, o de creatividad artística, así como al ritmo en que discurre su película.
En el espacio de Castellón se han dispuesto para estas proyecciones seis "capillas" a lo largo de un pasillo central. El espectador las recorre a oscuras, como en un cine de verdad (aunque sin acomodador). El discurso sobre el que se sustenta el artista sugiere que la sala de cine es un ámbito "limitado", mientras que el de una sala de arte lo sería menos (más propicio, sin duda, para tematizar la "forma" del cine). Sostiene también que de este modo se favorece la participación del espectador. Será, si acaso, una participación algo distraída, puesto que (confirmado) basta con "un vistazo" para captar de qué va la cosa; por otro lado, la cosa no admite intervención alguna del espectador, salvo la tarea de padecerla. No es que la obra de Sharits carezca de interés. Sólo que resulta aburrida. Y sobre todo que, de tan purista, es bastante menos valiosa que cualquier película de Hitchcock, Wilder o Welles, o de Almodóvar.
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