Braque, o la calidad
Lo más interesante de esta exposición retrospectiva (142 piezas, entre pinturas, esculturas, obra sobre papel y tapices) no es, paradójicamente, aquella parte de la trayectoria de Braque (también representada) a la que se debió su merecido prestigio y su perdurable posición como figura principal en el contexto del arte del siglo XX, es decir, aquel periodo legendario de directa colaboración con Picasso, cuando formó con él la "cordada" con la que ambos ascendieron hasta la cima de eso que el crítico Vauxcelles bautizó como "cubismo". Braque y Picasso se encontraron en 1907 y se separaron cuando el primero fue movilizado en 1914; en el frente fue herido y luego penosamente curado (gracias a una trepanación). Tras la guerra, como es lógico, las cosas no podían seguir igual. Tanto Braque como Picasso se sometieron pronto a la consigna de Cocteau de un retour à l'ordre en un sentido neoclasicista. Pero ya lo hicieron cada uno por su lado.
GEORGES BRAQUE IVAM
Guillem de Castro, 118 Valencia
Hasta el 7 de mayo
Así pues, esta retrospecti-
va nos muestra a un Braque elevándose desde el punto en que dominaban en él los influjos del fauvismo y de Cézanne, hasta sus cuadros plenamente cubistas, muchas veces casi indistinguibles de los que por entonces pintaba Picasso. Lo que vemos desde entonces es una obra que, en efecto, se va desplegando hasta su muerte en 1963, pero de una forma curiosamente estática, aunque progresivamente alejada de aquellos tempranos impulsos de principios de siglo: numerosas naturalezas muertas (un recurso permanente, aprovechando la neutralidad del objeto), imágenes del estudio del artista (los Ateliers), series algo enigmáticas sobre pájaros (sus reiterativos Oiseaux) y otros animales (como peces, en sus esculturas), y hasta paisajes tardíos, sorprendentes por sus rasgos más o menos posimpresionistas.
De hecho, hay en la obra de Braque una suerte de voluntad de pintura "artesanal", sin más vuelos que los necesarios, esto es, una voluntad de ocuparse de la pintura valiéndose de "métodos terrestres" (dijo Apollinaire), entendiéndola como una especie de dispositivo formal, como el lugar de una construcción del espacio bidimensional donde el tema no podía ser sino un pretexto. Alguien le ha considerado maliciosamente, en tanto que poscubista, como un "exquisito manipulador de pintura". Otros le han reprochado su orientación "decorativa". En realidad, no está muy claro que la manipulación exquisita de la pintura (o el propósito expreso de Braque de preocuparse, sobre todo, de la "calidad" de cada una de sus obras) sea por sí algo negativo, ni que se pueda evitar siempre una (acaso espuria) funcionalidad ornamental. Braque -según declaró- no se sintió nunca un revolucionario del arte, sino más bien un disciplinado sirviente de la tradición de la pintura.
Obviamente, estas inten-
ciones de algo modesta apariencia no eran exactamente las que se postulaban en el arte de vanguardia a principios del siglo pasado. Pero el tiempo pasó, y también los tiempos del cubismo, y algo había que hacer. Braque, a diferencia de otros, se atuvo a "la regla que corrige la emoción". Y lo que logró fue culminar una trayectoria donde las emociones se presentaban bien contenidas bajo la égida de una serena sabiduría pictórica innegable, aun cuando, desde luego, ya no demasiado arriesgada.
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