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Reportaje:Alemania 2006

Armas letales

Estados Unidos elige el centro de Hamburgo para "vivir el Mundial", pero se rodea de enormes medidas de seguridad

"Armas letales", dice, y parece que la sonoridad de esas palabras en inglés le produce algún tipo de satisfacción. O de tranquilidad, al menos. La aclaración es de Jim Moorhouse, el director de comunicación de la expedición estadounidense en Hamburgo. Se refiere al equipaje habitual de los guardias de seguridad que rodean al equipo, cerca de una centena. Pero no es necesario que lo explique. Es evidente. Seguridad. Precauciones. Ayer fue abatido uno de los lugartenientes de Al Qaeda. Nadie quiere hablar de ello, pero la delegación está blindada. En total, cerca de 1.000 agentes han sido movilizados en los dos días que lleva la selección en Alemania.

El Hyatt, en el centro de la ciudad, está rodeado. Las calles que lo circundan, cortadas. Para penetrar en ese dédalo de callejuelas próximas hay que enseñar el pasaporte, aunque vayas a tu casa o trabajes en una oficina. Después, para entrar en el hotel hay que franquear varias barreras. Una, con un detector de metales con el mismo tamaño y sensibilidad que los de los aeropuertos. "Nos sentimos bien así, confortables, seguros y tranquilos", minimiza el entrenador de la selección, Bruce Arena. Lo curioso, es que el Hyatt está en el mismo bloque que un elegante centro comercial lleno de consumidores ajenos al control exhaustivo del otro lado de la calle. También está lleno de policías. Uno en cada esquina. Casi, uno en cada tienda. "Tiene que ser de ese modo", zanja Arena, replicando que eso "no es interesante".

El equipo se entrenó ayer. En el estadio había 300 policías y un número semejante de vigilantes privados. También, unas 60 motocicletas policiales y seis coches patrulla. Las aspas de un helicóptero barrían el césped. "Está bien así", dice en un español forjado en la escuela Landon Donovan. "Está bien", insiste Moorhouse, que niega que los ciudadanos locales hayan incomodado a los norteamericanos: "En absoluto, al contrario, nos animan". Lo cierto, es que la selección de EE UU suele congregar gente que protesta contra su política internacional. Gente, que incluso tiene el dudoso gusto de jalear "¡Osama, Osama!", en referencia a Bin Laden. Concretamente, Hamburgo, la segunda ciudad mayor de Alemania (1,7 millones de habitantes), tiene una extensa población joven y "alternativa". "Lo sabemos y, al contrario, nos gusta el ambiente progresista", dice Arena.

Y el predica con el ejemplo. Eligió el centro de una gran ciudad para que los "jugadores puedan vivir con intensidad el Mundial y no se les pase en un limbo en el que no se enteren de nada". Arena recuerda que en Francia, en 1998, el equipo estuvo en el campo y fue "muy aburrido". Pero su liberalidad va más allá. Los futbolistas viven en el hotel con sus familias y tienen absoluta libertad para entrar y salir a la hora que les convenga y donde decidan. Claro, que esa facilidad de movimientos tiene un límite. "No le puedo explicar exactamente como está organizado el control, pero para vigilar a alguien no es necesario ir de uniforme", guiña un ojo Moorhouse, que sugiere inequívocamente que los "chicos" están vigilados por agentes de paisano. Vigilantes, seguramente, de nacionalidad estadounidense. Además, toda la expedición y los periodistas tienen un pequeño 'kit' de supervivencia con los teléfonos de las autoridades estadounidenses en la zona. Que no son pocas. "En Hamburgo siempre ha habido muchos militares americanos", confirma Moorhouse.

"A un entrenador no le pagan para poner reglas", argumenta Arena, que habla indistintamente en español y en inglés. "Los chicos son responsables, no son niños y esto no es un colegio", insiste. Una política que contrasta con el resto de concentraciones. Ninguna selección se ha instalado en un centro urbano. Ninguna, tampoco, deja libertad de horarios y de comidas a los futbolistas. Arena, sí.

Bruce Arena, seleccionador de EE UU.
Bruce Arena, seleccionador de EE UU.AP

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