Tocando de oreja
El grupo donostiarra La Oreja de Van Gogh arrasa en el Palacio de los Deportes ante más de 14.000 espectadores
Amaia, Txabi, Pablo, Ander y Álvaro obtuvieron un inmenso triunfo ante los más de 14.000 espectadores que abarrotaron hasta el último rincón del Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. El pretexto era la presentación en la capital de su último álbum Guapa, pero la banda no sustrajo a sus incondicionales el placer de volver a escuchar una enjundiosa selección de los grandes éxitos de su discografía.
Un mar de brazos constantes y el rugir de la muchedumbre acompañó a lo largo de todo el concierto las evoluciones del grupo, inserto en una escenografía de lo más sencillita, en la que resultaba elemento fundamental la enorme pantalla de efectos visuales situada a la espalda del grupo. En ella estuvieron proyectándose durante dos horas motivos de animación muy originales, modernos y de lo más apropiado para acompañar el sonido de una banda pop al uso.
No obstante, el elemento fundamental de conexión entre grupo y audiencia lo constituye ese talento innato de la banda para conectar con eso que se denomina "gran público" y que es objeto de deseo de todo artista musical que se precie.
La intensidad de todas las canciones estaba siempre en su punto álgido y puede decirse que el sonido era siempre el mismo, por lo que a lo mejor cabe preguntarse cuánto porcentaje de la música del grupo está soltada en pregrabado. Y la verdad es que da lo mismo, porque, a parte de la conexión con el público citada, los temas del grupo no deparan excesivas sorpresas.
De entre los nuevos, quizá Dulce locura y Muñeca de trapo demostraron a las claras que La Oreja de Van Gogh va directamente a hacer sencillos de éxito inmediato. De entre todos los demás, temas cómo Cuéntame al oído, Historia de un sueño o El 28 exhibieron los peldaños por los que esta formación ha ido escalando hasta convertirse en una de las más notorias y vendedoras del pop español actual.
La cantante Amaia lució un nuevo look a base de pelo moreno, mientras salía ataviada con pantalones ajustados negros y botas. Se cambió de indumentaria una sola vez en el concierto, por lo que no hubo excesivo despliegue de glamour. Tampoco la solista abusó de la comunicación con los espectadores. Apenas habló con ellos tres veces, una de ellas para hacer una llamada solidaria en auxilio de una organización benéfica. Así que todo fue a lo largo de las dos horas un puro empalme de canciones, de esas cuyo estribillo, tarde o temprano terminan sonándote.
La Oreja de Van Gogh preparó un fin de fiesta en el que figuraron otros cuatro temas que hicieron al respetable alcanzar el séptimo cielo y todo el mundo se fue contento a su casa a eso de las once y media de la noche. Todo superbien, vaya.
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