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Reportaje:La huella de la movida madrileña

¿Qué fue de Rock-Ola?

Templos de la música y la estética de la movida han desaparecido, otros sobreviven

Iker Seisdedos

Viajar contra la corriente de la memoria y la mitificación puede resultar descorazonador. O heroico, según se hayan dado las cosas.

Descorazonador es comparar la escena que brinda la cafetería sin personalidad que ocupa hoy el local donde estuvo La Bobia, bar de reunión de la movida en el Rastro, con la agitación tabernaria de la secuencia inicial de Laberinto de pasiones (Almodóvar, 1982) rodada a su puerta. O con los recuerdos de mañana de domingo, "con todos pasados", de la actriz Bibiana Fernández, la canonización del sitio como "cónclave" de la modernidad del músico Fernando Márquez, El Zurdo, o el relato de José Manuel Muriel, de 60 años, que trabaja desde hace 30 en el quiosco que hay justo al lado: "Los fines de semana eran

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[a principios de los ochenta] lo más; escritores, gentes de teatro, modernos, los que vendían chocolate, la policía y las riadas de gente que llenaban la calle. Hoy todo es más gris".

Es el mismo regusto que queda al evocar cualquier noche y hora punta en la doble sala de conciertos Rock-Ola y Marquee (bajando la escalera) frente al comercio que en 2006 ocupa su sitio; o la discoteca Carolina, donde guarda el recuerdo el artista Javier Pérez-Grueso de alguno de sus primeros conciertos, cuando formaba parte de Radio Futura y el local aún no era un gran almacén de ropa.

Todos ellos, los descorazonadores, pero también los heroicos -¿o no es heroico que los bares como La Vía Láctea, la Sala Sol o El Penta sigan en esencia igual que entonces?- conforman la ruta del hipotético mapa para seguir el rastro de la movida. Aunque a Fabio McNamara, multifacético personaje de aquella época, los mapas se le queden cortos, como demostró hace días en la presentación de la macroexposición sobre la movida. "Debería ponerse una placa en La Palma, 14, porque allí nació la movida", dijo. Y se refería, por supuesto, a la casa de Los Costus (Juan y Enrique), fallecida y decisiva pareja de pintores y diseñadores.

Hasta que llegue ese día, sí parece justo advertir a los peregrinos de la movida que no sólo esa casa debería ser de visita obligada. También el apartamento en la planta 16 de Torre de Madrid, donde el adolescente Bernardo Bonezzi, cantante de Los Zombies, hacía cortos, canciones y demás creaciones absurdas y divertidas con Almodóvar, McNamara, el pintor Sigfrido Martín-Begué o Carlos Berlanga (cuya casa en Somosaguas era otra parada en la ruta del Ford Fiesta de Begué).

Antes, "el piso del Paseo Imperial", como se refiere El Hortelano, artista, a la vivienda que compartía con el pintor Ceesepe y el fotógrafo Alberto García-Alix fue también a finales de los setenta "escenario de movidas". Y más tarde, la enorme casa-estudio de Pablo Pérez-Mínguez (PPM) en Montesquiza, 14, verdadero museo vivo de aquellos tiempos. En su libro de fotografías Mi movida, PPM menciona muchos de éstos entre la treintena de lugares en los que, ante su cámara, sucedió de todo. "Los mejores eran aquellos sitios construidos con el dinero negro del tardofranquismo que reabríamos, poníamos de moda en tres semanas para irnos a uno nuevo cuando llegaba la masa. Los "otros chicos del montón" que decía la primera película de Almodóvar", recuerda el fotógrafo. "Menos el Rock-Ola, que ése siempre permanecía. No había competencia posible".

Los "del montón" a los que se refiere eran la masa anónima que llenaba los conciertos (también los de corte más duro de la Canciller o los míticos del salón de actos de la Escuela de Ingenieros de Caminos) o acudía a las exposiciones en la galería Buades, la de las hermanas Moriarty (hoy un bar), o el garaje del barrio Salamanca donde estaba la sala de Fernando Vijande (que expuso a Warhol) y hoy es un banco.

Los que bebían en las terrazas de la Castellana, asistían a la grabación de programas como La edad de oro, La bola de cristal o Caja de ritmos y reían las gracias posmodernas que atrajeron a los periodistas europeos que contribuyeron al mito del despertar democrático de España.

Todos ellos leyeron también con avidez las revistas, casi fanzines, que, como notarias de todo aquello, merecen figurar en el mapa. Al menos, las redacciones de las dos principales (Madrid me mata, de Óscar Mariné, y La luna de Madrid, de Borja Casani), donde recuerdan sus empleados, "todos hacían de todo" y "si se rompía un cristal, no había para uno nuevo" y si preguntas a Casani, más que una redacción en su caso "era un grupo de amigos del barrio, con unas cuantas máquinas de escribir y un cuarto oscuro para fotos".

Y si al final del paseo, aún quedan ganas, quizá convenga recordar que la movida no fue sólo citadina ni sólo cosa de modernos (por ejemplo, el fotógrafo Miguel Trillo reivindica el papel de otras tribus urbanas y municipios madrileños), y que como movimiento amorfo, tuvo incontables escenarios. También, que los mitos, mitos son, y que demasiada nostalgia resulta inevitablemente cursi.

PUNTOS CLAVE DE LA RUTA

- Discoteca Rock-Ola, Padre Xifré, 5

- La Bobia. San Millán, 3

- Casa de las Costus, en La Palma, 14

- Estudio de PPM, en Montesquinza, 14

- Piso de Ceesepe y Alix (paseo Imperial)

- Casas de Berlanga (Somosaguas) y Bonezzi (Torre de Madrid)

- El Penta. Palma, 4

- Vía Láctea. Velarde, 18

- Sala Carolina. Bravo Murillo, 202

- El Sol. Jardines, 3

- Sala Canciller. Alcalde López Casero, 15

- Terraza Teide. Castellana, 12

- Galería Vijande. Núñez de Balboa, 65

- Galería Moriarty. Vergara, 12

- Estudios de TVE

(La Edad de Oro,

- La Bola de Cristal)

- Redacción de Madrid me Mata. Buen Suceso, 24

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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