Las 100 horas de Pelosi
La inauguración del nuevo Congreso de Estados Unidos ha hecho historia. La victoria de los demócratas en las elecciones de noviembre ha llevado no sólo a retomar un poder que habían perdido 12 años atrás y a lanzarse a un programa de choque legislativo, sino a que por primera vez presida la Cámara de Representantes una mujer, Nancy Pelosi, de 66 años. Es un signo del cambio de los tiempos. El cargo es el tercero en el rango del poder en EE UU tras el presidente y el vicepresidente (que encabeza también el Senado), lo que convierte a esta californiana progresista en la mujer más poderosa de la historia americana.
Con su cómoda mayoría demócrata en la Cámara (mucho más exigua en el Senado), Pelosi ha puesto en marcha un proceso legislativo acelerado para marcar el cambio y el tono de los dos años que quedan por delante hasta las decisivas presidenciales de 2008. En sus primeras 100 horas de sesiones parlamentarias (equivalentes a dos semanas de actividad parlamentaria), la nueva mayoría se ha comprometido a aprobar un bloque de leyes para aumentar el salario mínimo, rebajar los precios de las medicinas para los mayores, financiar la investigación sobre células madre, reforzar la seguridad interior adoptando todas las recomendaciones que había hecho la Comisión sobre el 11-S, reducir los intereses sobre los préstamos a estudiantes, y disminuir la dependencia energética de las importaciones de petróleo y las exenciones de impuestos a las grandes productoras en EE UU.
El mismo jueves, la nueva mayoría adoptó, dentro de un paquete ético, las nuevas normas sobre el poder de los grupos de presión y la corrupción, que son las más estrictas de las últimas décadas. Entre ellas está la limitación a la recepción de regalos por parte de los legisladores, que tantos escándalos ha provocado en la última legislatura, junto con nuevas medidas de control del presupuesto. Pero los demócratas, ahora que el dinero corporativo vuelve a fluir a sus cajas, han decidido no tocar la financiación de los partidos y las campañas, que está en la base del diabólico engranaje de la corrupción.
Pese a este intenso programa, y a los llamamientos al diálogo y al consenso, la sombra de Irak lo oscurece todo. Los demócratas se juegan en ello su credibilidad, pues una cosa es criticar la política seguida, y otra más difícil poner sobre la mesa una propuesta concreta para que la muerte de 3.000 soldados americanos no haya sido en vano. El Senado, por su parte, va a empezar a citar a altos cargos y expertos para declarar sobre Irak como primer paso en una serie de investigaciones sobre el comportamiento de la Administración de Bush. Pero todavía es la Casa Blanca la que lleva la voz cantante. Al parecer, Bush se va decantando por la llamada "estrategia de la oleada", consistente en enviar varios miles de soldados más para reforzar la seguridad en Bagdad. A lo que el Congreso puede responder cerrándole el grifo. La batalla política entre el Capitolio y la Casa Blanca justo acaba de comenzar.
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