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Crónica:DON DE GENTES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Como Dios nos trajo al mundo

Elvira Lindo

A LOS PADRES les encanta estar con los amigos de los hijos. Primero, para sentir que no se les excluye; segundo, y no menos importante, para aprovechar la más pequeña oportunidad y dejar a sus hijos en ridículo. Es un placer que yo, concretamente, no comprendí hasta ser madre. Los hijos evitan cualquier posibilidad de contacto entre sus amistades y nosotros, pero, ay, en cuanto la ocasión se presenta, Dios sabe que la aprovecho. Cuento, yo qué sé, cualquier pequeña historia estúpida de cuando estos jóvenes de pelo en pecho eran pequeñuelos. El número fuerte de los padres de mi generación era enseñar esa simpática instantánea en la que un bebé completamente desnudo sobre una colcha de raso levanta el pecho hacia la cámara. Aquí lo tenéis, hecho un torete. O aquí la tenéis, qué ternerilla. Ahora mismo no hay escritor que se precie que no acabe sacando un volumen con una foto de cuando era niño en portada. El niño-escritor se exhibe con un mapa detrás, con la enciclopedia Álvarez, vestido de pirata, de gitana o de domingo. El escritor adulto ve con ternura al niño que fue, se ve magnificado con el tiempo y empieza a creerse lo que decía su mamá de él, que si era muy listo, o algo más rebuscado, que parecía tonto, pero en el fondo era un genio. Esto último se ha convertido actualmente en el consuelo que tienen las madres de los niños tontos. Como nadie asume el hecho de tener un tonto en la familia, la cosa se arregla atribuyéndole al tonto el papel de futuro genio. Así que podríamos afirmar que los tontos a día de hoy viven como Dios. Pero vayamos al asunto de las fotos. El escritor suele utilizar esa foto en la que supone que se distinguen ya algunos rasgos de su extraordinaria personalidad, fotos de los siete a los diez años. Craso error. A mi humilde entender deberían sacar las fotos del bebé desnudo encima de la colcha de raso. Le daría un toque de misterio al asunto porque todos los bebés son prometedores, pero todos tan iguales que en nada se puede adivinar su futuro. Es más, viendo la foto de un escritor-bebé se puede pensar: caramba, lo que ha venido después se podía haber evitado. Pero, ay, los escritores no quieren enseñar el culo, aunque sea un culo de siete meses. García Márquez hizo un tímido amago encabezando su autobiografía con su foto del niño bebé vestido de niña, pero vestido. Lo cual no refleja la realidad: todos los dormitorios de nuestros padres estaban adornados con fotos de esos bebés desnudos que fuimos. En mi casa falto yo, lo cual no digo que me haya traumatizado hasta el punto de haberme lanzado a la filmografía porno catalana, pero me da un aire de niña poco querida que me hace la mar de interesante. Por cierto, que el otro día me vi una película porno americana en la que ella satisface sus fantasías más brutales no con el fontanero, como Dios manda, sino con su marido. Como decía Celaya, estamos tocando el fondo. Pero a lo que vamos, a la foto, la foto del niño desnudo. La triste realidad de la prostitución infantil, el susto y el rechazo que nos provoca la utilización de los cuerpos de los niños para cualquier abuso, por mínimo que sea, ha servido para borrar del mapa los cuerpos de los niños y para señalar como pedófilos a todos aquellos que cuando ven un culito lo único que sienten es el pellizco de la ternura. Hubo abusos, siempre los ha habido, claro, pero también hubo mucho beso chillao en el culo y mucha pedorreta en la barriga. En 1959, la dibujante americana Joyce Ballantyne Brand, famosa por los carteles de chicas en situaciones ligeramente picantes que hoy se han convertido en coleccionables, tomó a su niña de tres años como modelo y la pintó volviéndose asustada porque un perrillo negro le tiraba de la braguita. Lo gracioso es que se veía el contraste de la piel morena y la blancura del cachete del culo. La dibujante ganó el concurso de la marca Coppertone y el dibujo aún está en nuestra memoria. Con el tiempo sería la piel infantil de una Jodie Foster de tres años la que protagonizaría el anuncio. El cartel era tan famoso que la niña del dibujo, que ahora andará por los cincuenta, está hasta las narices de que todavía en el supermercado (vive en Florida) haya algún cachondo que le pregunta si conserva la marca de la braguita. Los niños desnudos o semidesnudos han desaparecido. Con la noble excusa de protegerlos, los veladores de la inocencia infantil han convertido el desnudo infantil en algo sucio, y al adulto, en un pedófilo potencial. Seguramente, Jodie Foster, que de la niña Coppertone que fue se ha convertido en una mujer bella e inteligente, no entendería que a su amigo Armani (del que suele vestir) le hayan acusado de rozar el límite de lo admisible por una foto en la que aparecen dos niñas de aspecto un poco repipi, como todas las niñas, con la parte superior del biquini aunque aún no haya nada que sujetar (algo que les encanta a las niñas en su afán de ser mayores). Para colmo, ¡una de ellas es oriental! Nunca se llega a pillar el punto de los correctores sociales: por un lado, se quejan si en un anuncio no aparecen niños de todos los colores, dado que vivimos en la ¡sociedad del mestizaje!; por otro, cuando aparece la niña oriental es porque estamos incitándole a usted, que es un cerdo aunque aún no lo sepa, a visitar páginas vergonzosas o a viajar al otro lado del mundo para encontrar una réplica de la niña en cuestión. Hoy el anuncio de Little Miss Coppertone sería inimaginable. Me da congoja. Forma parte de mi memoria histórica.

Gabriel García Márquez.
Gabriel García Márquez.CARLES RIBAS

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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