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Reportaje:

La reina en el antro

Marianne Faithfull triunfa en Londres, en una celebración de su plenitud artística

Santiago Segurola

Los ingleses saben lo que vale un antro. Lo saben a a través de siglos de rígidos códigos sociales. En los sótanos ingleses han vivido los obreros y los siervos de los aristócratas. En los sótanos, los ricos y poderosos han desplegado sus vicios ocultos. Escaleras abajo se han gestado mafias, se han pagado favores sexuales, se ha bebido y se ha peleado. En los tugurios nació el pop y se alumbró un poder desconocido: el de los jóvenes. Sí, el antro es una institución decididamente inglesa, y Marianne Faithfull se siente cómoda en éste. Se llama The Pigalle, está enclavado en Piccadilly y no le faltan pretensiones. La entrada es cara, pero eso no le distingue. Todo es caro en Londres.

Unas cuantas mesas rodean el pequeño escenario, corre el alcohol y la carta ofrece nombres pomposos para una cena de tercera división. El lugar ha tenido cien nombres antes, pero ahora es The Pigalle. Le viene al pelo. Aunque se ha renovado la decoración, domina la típica oscuridad de los lugares con una historia de tralla y semen seco.

Marianne Faithfull está cómoda porque conoce mejor que nadie todos los mundos. En el último año ha sido respectivamente una reina en Maria Antonieta y una pajillera del Soho en Irina Palm. Las dos películas son una metáfora de su vida. Hija de una aristócrata vienesa, musa del swingin' London de los años sesenta, cantante ocasional, novia de Mick Jagger, belleza peculiar con unos pechos que merecieron elogios poéticos, Marianne Faithfull perteneció por derecho a otra aristocracia: la del pop.

Detrás de esa fachada, un infierno de drogas, alcohol y mucha inseguridad. Años de adicción y de vida en la calle, tirada en el Soho, sucumbiendo a todas las drogas imaginables. Marianne Faithfull ha vivido mucho y aquí está para contarlo, en un antro ocupado por una clientela que saluda su regreso a Londres después de muchos meses de ausencia. El personal es digno de la Faithfull: una ensalada de rostros inolvidables, con un largo pasado a su espalda. Están los admiradores de toda la vida y los jóvenes que han convertido a la artista inglesa en un pequeño mito. Hay mujeres y hombres de todas las edades. Por sus caras quebrantadas, se presume que también han aterrizado algunos viejos compañeros de viaje de Marianne Faithfull. Vienen y van con un aire demasiado distraido. Alguno parece totalmente colgado. En un rincón de la sala, de pie, una chica pequeña, de negro absoluto, se mueve nerviosa. Es P. J. Harvey. Demasiado baja para ver a la Faithfull entre la montonera de cabezas. P. J. Harvey se pierde una figura voluminosa, rubia oxigenada, envuelta por un vaporoso vestido negro, calzada con botas también negras. Es Marianne Faithfull que triunfó entre sus incondicionales. Todos lo eran.

La noche estuvo presidida por su voz, una garganta quemada por el alcohol, el tabaco y las drogas. Una voz muy trabajada por la vida, una de las voces más reconocibles de este tiempo. Su áspera garganta es el instrumento perfecto para una saga de canciones que acercan a Marianne Faithfull a Berlín, a la música negra, quizá a la frontera de lo gótico, a todos los rincones musicales donde la cantante inglesa - "claro que sí, sobre todo soy una cantante", proclama desde el escenario- asume una vida contradictoria, incluido el sentimiento de culpa. En Guilt se refiere con desgarro del sentimiento de culpa. Canta Where did it go, my youth después de 40 años - "y entonces estaba demasiado colgada"-, entusiasma con su recreación del fantástico Crazy Love que escribió Nick Cave para ella, desgrana con pasión Times Square, recurre a P. J. Harvey -que sonríe satisfecha- en Before the poison y cierra con As tears go by, su tema bandera en los sesenta. Lo interpreta con una voz dolorida, extrañamente adecuada para la meláncolica canción que Mick Jagger compuso para la juvenil Marianne Faithfull. De aquello hace mucho tiempo, pero la gente lo saluda como un himno, lo mismo que ocurre con Broken english o Working class hero.

Finalmente no es tanto la voz, ni la poderosa presencia de la artista, ni la belleza de las canciones, casi todas presididas por lo que supone la vida de aceptación de satisfacciones y fracasos, finalmente la victoria de Marianne Faitfull en este antro de Londres es de otra clase. También se trata de algo muy inglés: el reconocimiento a los artistas que traspasan cualquier barrera, incluida la edad. A ellos, a los grandes, nadie les discute. Sólo se les celebra. Hace poco fue Helen Mirren. Ahora, Marianne Faithfull. Es el triunfo de la plenitud. Ella lo sabe. Y lo grita desde el escenario: "¡Soy feliz!". Y todos estaban allí para verlo.

Marianne Faithfull, durante la presentación de la película <i>Irina Palm</i> en el festival de cine de Berlín el mes pasado.
Marianne Faithfull, durante la presentación de la película Irina Palm en el festival de cine de Berlín el mes pasado.AP

Regreso a Madrid

La última visita de Marianne Faithfull a España se produjo en el verano de 2006. Un año después tenía anunciada su visita a Madrid para cantar en el Círculo de Bellas Artes. La actuación tuvo que suspenderse. La artista padecía un cáncer de mama que fue detectado en su fase inicial. Recuperada de su enfermedad, acaba de comenzar una gira por Europa, en medio de una etapa de grandes satisfacciones. Su interpretación del personaje principal de Irina Palm ha merecido toda clase de elogios. Pero ella dice que se siente esencialmente cantante. En esta gira actuará en lugares pequeños, adecuados para una artista que se mueve mejor en las distancias cortas. El viernes se presentará en el Círculo de Bellas Artes (a las 22), en uno de los conciertos más esperados de la temporada. Estará acompañada por cuatro músicos, encabezados por su inseparable Barry Reynolds, que no pareció gozar de buena salud en la actuación de Londres.

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