Hambre de lectura
Me gusta leer cuentos. Aún me gusta, cuando la vida me carga de responsabilidades y cuando tengo un momento suelto. Durante ese rato puedo sentirme niña de nuevo, y es curioso porque entonces no leía en absoluto. Se consideraba una pérdida de tiempo y nadie me enseñó la magia que existe en la lectura. Las familias humildes nos conformábamos con los cuentos que por las tardes se escuchaban en la radio. Pues bien, los leo, ya que ahora no puedo recurrir ni a mimos, ni a caprichos; a veces tampoco puedo llorar, sin querer me he hecho dura por dentro. No puedo comportarme como una chiquilla porque hace años que se me escapó la edad... Recuerdo que en el colegio, las niñas traían a clase de costura los divertidos libros de Los Cinco, de Enid Blyton. Puntada tras puntada oíamos leer a la alumna que estaba castigada (leer era el castigo si olvidabas la labor). Aquellas aventuras me encantaban. Si cierro los ojos, todavía revivo aquellas tardes. A los 15 años tuve mi primer libro, estaba encuadernado en azul azafata. Su título escrito en letras doradas hacía alusión a la vida eterna. Dos señores que venían de puerta en puerta hablando de la salvación de las almas, me lo regalaron. Al día siguiente lo llevé a clase, y loca de contento se lo enseñé a la monja. Me pidió que se lo prestase unos días para leerlo. Debía estar muy bien porque... nunca me lo devolvió. Se me enganchó la pasión por la lectura en alguna parte del camino de la infancia. He tenido la oportunidad de volver atrás y liberarla, os lo aseguro. Si no lo hubiera hecho, hace años que habría comenzado a morir de vieja.
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