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Paisajes electorales | Elecciones 27M
Columna
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Como una hija guapa después de la caída

-Siendo Marbella lo que es, ¿no es normal que haya terminado así?

La pregunta, tan retórica como cínica, la formula en voz alta un comerciante establecido en Marbella pero de origen extranjero, alguien lo bastante cercano y, sin embargo, ajeno, como para ejercer de observador relativamente imparcial y permitirse opinar.

-Ahora andan todos tristes y deprimidos -añade. Y añoran el pasado. Aquí estaban contentos con Gil y Gil, y hasta con Julián Muñoz. Se sentían protegidos. Luego todo fue de mal en peor.

Juicios demoledores que el habitante medio de esta tierra mítica jamás se atreverá a explicitar ante un forastero, menos aún si se trata de un periodista. Nosotros hemos contribuido a divulgar sus males; pertenecemos al grupo de los otros, a quienes culpabilizan de su actual postración, empezando por los políticos que ellos mismos eligieron y jalearon. Sobre todo -y ésta es la parte peor: la negación-, ningún ciudadano osará reconocer ni siquiera en su fuero interno esas verdades del barquero que ponen en entredicho su propia inocencia.

Ya no son famosos ni famosas los que se exhiben en Marbella, ni siquiera de noche. Son nuevos ricos, o mafiosillos, o intermediarios
¿Serán capaces los marbellíes de asumir sus responsabilidades y sacar adelante su ciudad sin esperar de sus gobernantes más que honradez?

Pues Marbella es como esas hijas guapas a las que no se les permite tener estudios ni ejercitar la introspección: ya vendrán quienes hagan su fortuna sin obligarlas a realizar más esfuerzo que mantener la belleza intacta y la disposición a la entrega. El padrinazgo forma parte del ADN de esta ciudad, igual que el microclima privilegiado, la belleza del paisaje, el hecho de hallarse engastada entre el mar y la sierra, y los hitos del pasado remoto, glosados en no pocos volúmenes por su historiador local, el ya difunto Fernando Alcalá Marín. Su obra póstuma, un libro interesante e ilustrado, preside el escaparate de la prestigiosa Librería Mata, fundada en 1937 y situada en las estribaciones del casco antiguo de la ciudad. Un centro histórico cuidado y recoleto en el que uno puede adentrarse, alejándose de la inquietante autopista que parte Marbella en dos y que, dejado atrás el espléndido parque de la Alameda con su antiguo y desgastado casino, atraviesa una acumulación urbanística e inmobiliaria implacable, antes de retomar su nombre de guerra de los buenos tiempos -la milla de oro-, cerca del Marbella Club y hasta recalar en esa joya del kitsch local que se llama Puerto Banús, cuya oferta de prodigios se inicia con una avenida dedicada a Julio Iglesias (en la placa, con gran sentido práctico y grabado indeleble, se anuncia también el restaurante Tridente), y por donde siguen paseándose los Rolls-Royce y las fulanas de alto standing.

Hoy, los amigos que me sirven de guías me muestran el Hotel Guadalpín, en donde Isabel Pantoja compró, o no compró, o pagó, o hipotecó, o yo que sé, su famoso apartamento. Poco antes, esos mismos amigos, veteranos compañeros de aventuras periodísticas no ya en la Era Gil (los 90), sino incluso en la Edad del Brillo (los 70) -cuando el padrinazgo lo ejercían José Banús, que fue uno de los constructores del Valle de los Caídos; y el avispado Alfonso de Hohenlohe, y banqueros como Ignacio Coca-, habían aventurado, en torno a los manteles del restaurante Santiago de toda la vida (apreciado por los jeques cuando la Era Saudí, en los 80), que si Julián Muñoz está como está y en la enfermería, no es por la cárcel en sí y los procesos, "sino por el amor de Isabel, y ella no le merece. La duda es si irá a verle para hacerse la foto de buena, que la necesita. Habrá que montar guardia". Por entonces aún desconocíamos el gran sacrificio de Isabel, yendo al banco a ingresar 3.000 euros todos los días, qué trajín el suyo: eso sólo se puede hacer por amor.

A estos niveles nos movemos hoy. Cuán lejos de aquellos tiempos en que el paparazzi, una vez en la fiesta, hechas las fotos previamente pactadas, se quedaba a gozar de la generosidad de los anfitriones y de lo que cayera. Ahora muchos tienen que abrirse paso a codazos entre los desaprensivos de lo cutre que van de reporteros audaces. Aunque los mejores siguen siendo buenos.

La última vez que estuve en Puerto Banús, y en Marbella, fue en el verano de 1995, cuando escribía desde aquí mis Hogueras de agosto. Jesús Gil y Gil ya estaba bien enrocado en la Alcaldía, y nadie se quejaba de él. Nadie, salvo cuatro periodistas, cuatro ciudadanos. Y la concejala del PSOE, Isabel García Marcos, a quien entrevisté porque La Cosa solía ponerla a parir en los plenos, hasta hacerla llorar; debo decir que ya entonces me sorprendieron sus labios operados y sus mechas rubias, pero lo achaqué a la influencia del medioambiente -Miami Cañí, es Marbella-, no a su futura e interesada participación en el conjunto Las Chaneles, que es como llaman aquí al terceto integrado por la susodicha, por la ex alcaldesa Marisol Yagüe, que sucedió a Julián Muñoz, y por la esposa de éste, Mayte Zaldívar.

En estos días de 2007, las rubias del contubernio inmobiliario se encuentran desaparecidas, pero no faltan idénticas mechas e idénticos labios, y gestos de hembra atigrada con bolsas de marca colgando de las garras: son las turistas de lujo pero sin clase, o las esposas de propietarios y empresarios de la misma jaez, que a su vez llenan las fiestas de caridad frecuentadas antaño por Tita Cervera o por la ex emperatriz Soraya de Persia. Se las puede ver en el paseo, entran en las tiendas y hacen su comprita, su Gucci, su Ferragamo: aunque la temporada fuerte aún no ha empezado. Ya no son famosos ni famosas quienes se exhiben en Marbella, ni siquiera aprovechando la oscuridad de la noche. Son nuevos ricos, o mafiosillos, o intermediarios que se quieren dar el gusto de mostrarle a la señora las picardías de la capital de la Costa del Sol.

Caída con un trancazo gripal importante adquirido gracias a las refrigeraciones innecesarias del lujo de Marbella -que gasta más energía que Andalucía entera, como quien dice-, de pronto me encontré frecuentando a diario una de las farmacias del paseo (suministradora de bótox, faltaría más), en donde la dependienta (encantadora: como todos los marbellíes, que son muy gentiles y serviciales) no sólo me fue vendiendo pócimas y jarabes, sino que mostró particular empeño en que nunca saliera de la tienda con los productos metidos en la bolsa de plástico reglamentaria. Se las arregló para meter mis compras en bolsas de papel satinado con la marca de algún que otro mejunje de belleza. Así es Marbella: guardar las apariencias, aunque la ciudad se esté deshaciendo por dentro.

Cuando abandoné Marbella en 1995 por hartazgo sideral del gilismo y su horterada, dejé un panorama desalentador. Espartaco Santoni administraba el puerto deportivo de Banús y tocaba los bongos en su chiringuito con el cráneo envuelto en un pañuelo de pirata; Lolita y Carmina Ordóñez charlaban con caras largas en un restaurante chino de última. Y Kashogui, el traficante de armas que pronto se vería obsequiado con una pulsera en el tobillo para que las autoridades norteamericanas detectaran su paradero, nos recibía en su yate-búnker Nabila, un prodigio de mal gusto con estuches para pañuelos de papel en oro macizo; el difunto Jaime de Mora y Aragón llevaba sus asuntos de prensa.

Jaime tiene ahora su busto en Marbella; en realidad, la ciudad está salpicada de bustos de muertos: en el hoy desangelado Marbella Club preside el de Alfonso de Hohenlohe; y en Puerto Banús, el propio don José, uno de los primeros próceres. "Hizo mucho por Marbella", es la frase que todos repiten. La que define a un buen padrino -el padre de Cary Lapique, por ejemplo- o a una buena madrina -la madre de Gunilla von Bismark, la única que le pidió a Gil que, al morir ella, no permitiera que se recalificaran los terrenos de su finca lindante con el Marbella Club. Como es natural, nadie le hizo caso, empezando por su hija.

"Ése no hizo nada por Marbella" es la otra cara de la moneda. Pero lo cierto es que, ante las elecciones, puede ser que prime el pensamiento único del afecto a los padrinazgos. No lo quieren así quienes esperan una limpieza a fondo. Pero, ¿serán capaces los marbellíes de asumir sus responsabilidades, de crecer, de proponerse sacar adelante su ciudad sin esperar de sus gobernantes más que honradez y transparencia? Diego Martín Reyes, presidente de la comisión gestora que se hizo cargo del Ayuntamiento después de la caída, abogado y socialista íntegro, tiene esa confianza. Pero él no se presenta.

Ojalá levanten cabeza y puedan ponerla bien alta.

Paseantes en Puerto Banús, por donde siguen circulando los Rolls-Royce.
Paseantes en Puerto Banús, por donde siguen circulando los Rolls-Royce.JULIÁN ROJAS

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