Tarancón ante la crisis del cambio religioso
Hoy hace un siglo nacía en Burriana Vicente Enrique y Tarancón. A los 38 años fue nombrado obispo de Solsona (1946-1964). Las pastorales del obispo más joven del Episcopado suscitaron enseguida gran interés en la mayoría de las diócesis españolas. Le nombraron arzobispo de Oviedo en 1964, cuando los sacerdotes obreros habían tomado partido ya a favor de los mineros huelguistas. Le tocó presidir la famosa Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes (1971) y durante diez años la Conferencia Episcopal. Como primado de Toledo y cardenal arzobispo de Madrid, tuvo que enfrentarse a un Gobierno que no renunciaba a las ventajas del Estado confesional. No es fácil encontrar otro eclesiástico español que tuviera que asumir y negociar con visión de futuro tantas y tan graves responsabilidades de la secular "cuestión religiosa" en España.
Durante los ocho años de la posguerra en Vinaroz y los dieciocho de obispo en Solsona se esfuerza por llevar a la práctica una "pastoral de diálogo", distinta a la "de autoridad", que venía predominando en la comunidad católica española. Como consiliario propagandista de la Acción Católica, durante el último trienio de la Segunda República recorrió la mayoría de las diócesis españolas, escuchó los comentarios de muchos obispos y se convenció de que aquella manera de pensar de los eclesiásticos y de las clases acomodadas españolas conduciría de manera inevitable a un enfrentamiento fratricida. Por otra parte, aquella convivencia en la Casa del Consiliario, bajo la influencia de Ángel Herrera, le ayudó a familiarizarse con la doctrina social de la Iglesia y a mantener conversaciones largas en el extranjero (Roma, Bruselas, París, etcétera) con los líderes de los movimientos obreros católicos. Aprendió a contemplar los procesos del socialismo y del capitalismo, no como movimientos dirigidos expresamente contra la Iglesia sino como secuencias razonadas de determinadas concepciones filosóficas y movimientos sociales. Sus Cartas Pastorales están sembradas de citas de encíclicas sociales de los Papas, desde León XIII hasta Pablo VI.
Se dio cuenta enseguida de que la guerra en España, si por un lado había sido inevitable, por otro había aumentado los odios y la relajación de las costumbres. En la primera de sus Pastorales, escrita en mayo de 1946, dos meses después de tomar posesión de la diócesis, afirma claramente: "Pareció por un momento que la guerra había de producir una sana reacción en este sentido. Pero la realidad ha sido muy otra de la que todos esperábamos. Después de la guerra el egoísmo ha crecido en el corazón de los hombres de una manera alarmante". Cuatro años más tarde (febrero de 1950) lo afirmará con más rotundidad: "El fenómeno ha sido extraño y triste, aunque muy aleccionador. El ambiente de cruzada y de reacción contra el laicismo no ha cuajado en nuestro pueblo. El ambiente oficial ha cambiado; pero el ambiente real de nuestro pueblo no. La moral iba descendiendo antes de la guerra y ha dado un bajón terrible después de la misma. El ambiente religioso de nuestros pueblos se había desvanecido y todavía no lo hemos recuperado".
De sus Recuerdos de juventud, publicados en 1984, doy especial importancia a la reflexión que hace después de narrar sus primeros pasos en Vinaroz, aún no terminada la guerra: "Fue una verdadera lástima, creo yo, que en plan diocesano y hasta nacional no se hiciese una reflexión seria y profunda de aquellos momentos que podían ser decisivos para el futuro del cristianismo en nuestra patria. Demasiado fácilmente nos acogimos a las seguridades que nos ofrecía la victoria militar" (página 250). Y más adelante confiesa: "No supimos desprendernos de las connotaciones religioso-políticas de aquella época. La unidad católica, que prácticamente se convertía en lo que después se ha llamado el nacionalcatolicismo, pesaba mucho en nuestro ánimo. El carácter triunfalista y de dominio social del catolicismo lo considerábamos como una exigencia de la misma fe. Nos faltó a todos, principalmente a mí, la decisión necesaria para romper moldes y presentar a horizontes nuevos que después han sido abiertos por el Concilio" (página 248).
Faltaba el sujeto pensante o la estructura de diálogo entrelos obispos y de éstos con los sacerdotes. Basta citar como ejemplo el protagonismo del Cardenal Segura, exiliado en Francia, que publicó una pastoral en nombre de todo el Episcopado, para censurar duramente el proyecto de Constitución de la Segunda República (25 de junio de 1931). Malogró las conversaciones que mantenía Vidal y Barraquer, presidente en funciones de la Junta de Metropolitanos, con Alcalá Zamora y Lerroux. El arzobispo de Tarragona estaba convencido de que tarde o temprano se calmarían las aguas y la Iglesia podría encontrar un hueco en la República mediante la celebración de un modus vivendi con el Gobierno. Pero a Vidal y Barraquer no le apoyaron los católicos españoles, que ya habían adoptado una actitud beligerante. Segura recomendaba a los católicos que defendieran a la Iglesia "por medios legítimos" y actuaran en la "vía pública" con prudente decisión y energía.
La Iglesia española experimentó transformaciones muy profundas a partir de finales de los cincuenta: en la práctica litúrgica, en la formulación catequética, en las reformas de las congregaciones religiosas, en el estilo y actuaciones de la acción pastoral. Había aumentado increíblemente su presencia pública y disminuido paralelamente su influencia social. A final de la Guerra Civil, se partía de un "catolicismo de prácticas religiosas", identificado prácticamente con los vencedores. Tarancón hizo notar esta situación y la relacionó con la degradación moral. Desde diversos sectores de la Iglesia comienza a detectarse "la ineficacia social del catolicismo".
Durante la década de los sesenta se producen cambios notables en la sociedad española: el declive rápido de la población agrícola, la emigración a la ciudad y al extranjero con el consecuente e inevitable desarraigo de las generaciones jóvenes. Comienzan a disminuir las vocaciones y tanto este cambio sociocultural como el Vaticano II influyen de forma decisiva en el pensamiento religioso y la vida de la Iglesia. La contestación de los sacerdotes se había hecho presente en Europa, pero en España adquirió comportamientos muy visibles.
Tarancón tuvo que acceder a la presidencia en funciones de la Conferencia Episcopal, por la muerte prematura de don Casimiro Morcillo (30 de mayo de 1971). Desde la Santa Sede se seguía con especial preocupación el enfrentamiento del clero con sus obispos. Fue Pablo VI el que, al dirigirse públicamente a los cardenales de la Curia, en junio de 1969, mencionó expresamente la Iglesia española y recomendó a sus obispos que dialogaran más con los sacerdotes jóvenes. Estas palabras irritaron a algunos obispos, en el seno de la Conferencia, que pretendían distinguir entre la autoridad de Montini y la de Pablo VI.
El Episcopado nombró una comisión especial donde figuraban los cardenales de más autoridad y algunos obispos. Por primera vez el Episcopado español iba a contar colectivamente con el clero mediante una gran encuesta. Contenía 268 preguntas que fueron contestadas por 15.445 sacerdotes, un 85% de los que podían hacerlo. Más de la mayoría absoluta consideraba positivos los cambios realizados en la Iglesia posconciliar. El 72% de los sacerdotes diocesanos confesaba que "no estaba preparado para orientar a los hombres sobre los problemas económicos y sociales". Sólo estaba de acuerdo con el régimen franquista un 10,8%. El 57% confesaba que "las relaciones entre los diversos grupos de presbíteros constituía un problema". Fue necesario organizar la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes, primero en cada diócesis y después en el plano nacional, ya bajo la presidencia del cardenal Tarancón, en septiembre de 1971. Entre las conclusiones, merecen destacarse las siguientes: de 241 votos válidos, 218 votaron a favor de la separación de la Iglesia y el Estado. En proporción equivalente se pronunciaban en contra del Concordato y a favor de unos acuerdos parciales. No logró los dos tercios de los votantes, y por tanto no pudo ser aceptada oficialmente, la proposición siguiente: "Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre supimos ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos". El Gobierno y sus colaboradores en Roma lograron que se redactara un informe que pretendía desautorizar a la Asamblea. La entrevista personal de Tarancón con Pablo VI y una carta del secretario de Estado Villot restablecieron la confianza de los obispos españoles.
Tarancón permaneció 10 años en la presidencia, un récord todavía no superado. Fueron diez años de incomprensión proveniente de la extrema derecha. Fue tajante su oposición al Concordato y al Estado confesional, a pesar de la tozudez y subterfugios de los ministros López Bravo y López Rodó. Los tristes acontecimientos en torno al conato de expulsión de Mons. Añoveros y del asesinato del almirante Carrero hicieron más notoria su gallardía y paciencia. Durante la transición política fue consultado por los líderes políticos de izquierdas, de centro y de derechas más notorios. Por fin la secular "cuestión religiosa" encontró una sensata solución en el artículo 16 de la Carta Magna. Pensábamos que así Iglesia y Estado saldaban sus cuentas con el pasado. Ahora están resurgiendo cuestiones pendientes que en aquel clima hubieran encontrado más fácil solución.
José María Martín Patino es presidente de la Fundación Encuentro.
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