"Bienestar a pequeñas dosis"
El anestesista recurrió a los opiáceos mientras mantenía un elevado ritmo de trabajo, compatibilizando la medicina pública y la privada
"Quizás un anestesista sea el foco del contagio". La hermana Lucía no andaba nada desencaminada cuando apuntó, sin nombrarlo, hacia Juan Maeso (Madrid 1941) como el responsable de lo que luego se destapó como una infección masiva de hepatitis C. Era el mes de enero de 1998 y los servicios médicos de Telefónica en Valencia -poco después también los de Iberdrola- habían detectado un número anormalmente elevado de contagios entre los empleados que habían sido operados en el hospital católico Casa de la Salud, que dirigía la religiosa.
Tres meses más tarde, saltó el escándalo. La Generalitat valenciana responsabilizaba al anestesista más prestigioso de Valencia de la infección de 275 personas, 228 de ellas en la Salud, 45 en el hospital La Fe, una en la clínica Quirón y otra en el hospital Virgen del Consuelo.
Su imagen de triunfador ocultaba los rumores de abuso de opiáceos
Maeso estaba entonces en la cumbre de su trayectoria profesional. Con 56 años era jefe de servicio de anestesia y reanimación del hospital maternal de La Fe de Valencia. Sus compañeros, que entonces le tenían por "un fuera de serie", le buscaban cuando ellos mismos o sus familiares tenían que pasar por el quirófano. Eran los tiempos en los que aprovechaba las vacaciones para recorrer el desierto de Mali en un vehículo todoterreno o cuando se desplazaba en una moto de gran cilindrada. Y cuando prácticamente simultaneó hasta cuatro trabajos.
Maeso llegó a la jefatura de servicio de La Fe en 1988. Entre sus atribuciones estaban las de poner las guardias. Se llegó a asignar hasta 12 al mes, cuando lo normal son unas cuatro. Una guardia lleva consigo libranzas, lo que implica tiempo para dedicarse a la sanidad privada, algo que hacía sin descanso y de lo que el anestesista presume. En el juicio llegó a responder que era capaz de trabajar 144 horas seguidas "con café o sin café".
Pero también prestaba sus servicios en la sanidad privada desde finales de 1988. Sobre todo en la Clínica Casa de la Salud, donde Maeso asistía a los pacientes de distintas mutuas laborales a través de la firma Asistencia Anestésica y Cuidados Intensivos, que formó con un compañero. Hasta enero de 1997 era también intensivista en la UCI de la Casa de la Salud, donde le echaron por faltar a su puesto de trabajo. Y entre 1989 y 1997 formó parte del personal contratado por la Generalitat para combatir las listas de espera públicas en centros privados.
Su imagen de triunfador ocultaba los rumores de abuso de opiáceos, que le acompañaron durante buena parte de su carrera. Los empleaba como antídoto al cansancio para combatir su intensa vida laboral, como el fiscal ha repetido a lo largo del juicio. De ahí que la hermana Lucía no dudara en señalarle cuando la Consejería de Sanidad comenzó a investigar la extraña acumulación de contagios de hepatitis C. Los anestésicos estaban siempre a mano, y si se saben emplear, sirven para combatir la fatiga. "A pequeñas dosis produce sensación de bienestar", como relató en el juicio Rafael Montero, por entonces jefe de anestesia de La Fe.
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