Un país enmascarado
La fotógrafa Lourdes Grobet retrata 30 años de la lucha libre en México
Blue Demon lleva un ratote posando entre las cortinas de su casa cuando se acuerda del pañuelo. El luchador, con traje de tres piezas, se lo coloca en el bolsillo. "Hay que repetir", dice bajo la máscara. Lourdes Grobet, enternecida por la coquetería del rudo, cambia el rollo y vuelve a empezar. Grobet lleva 27 años colándose en las bambalinas de la lucha libre mexicana.
Un lugar ajeno para la hija de un ciclista suizo que nunca la dejó asistir. Hacia 1980, con 40 años, Grobet decidió "resolver una curiosidad infantil". "Pero la lucha me agarró y no me ha soltado", dice. Tiene miles de instantáneas de quebradoras, doble nelsons, piquetes de ojos... Llaves coreografiadas de una violencia sin consecuencias, una teatralización del combate entre el bien y el mal representada por "los técnicos" y "los rudos". También, fotos del público. Tanto fue al ring, que al final se convirtió en un personaje. Ganada la confianza, Grobet retrató a los luchadores en sus hogares. Una muestra de su trabajo puede verse hasta el próximo 8 de julio en la Casa de América, que acoge la exposición Espectacular de lucha libre como parte del programa de PHotoEspaña.
Sus fotos cuentan historias como la de El Santo; "el único ser humano que ha superado la fama". Kid Vanegas entrenó al Che. La Diabólica "es rudísima en el ring y la madre más cariñosa en casa". También son un retrato de México. Superbarrio, defensor de los pobres, fue una respuesta vecinal al terremoto de 1985; El Bello Greco reta a los homófobos con su amaneramiento. "La lucha trivializa la política", dice Grobet, "hay un luchador Nazi, un Zar Rojo (que porta hoz y martillo), un trío de talibanes...".
Nunca pidió a nadie que se quitase la máscara. "El anonimato es clave en los aztecas, los zapatistas, los luchadores... México es un país enmascarado". "Cuando el Marcos amagó con quitarse el pasamontañas, todos gritamos '¡no!', porque gracias a la máscara todos podíamos ser Marcos, la máscara es la magia".
La estética exagerada de la lucha es casi cómica, pero Grobet la retrata desde el respeto. No le gusta la etiqueta kitsch. "Ahorita la lucha se puso de moda", dice sorprendida por el tirón de sus fotos. Ella sigue yendo a la arena. ¿Es de los rudos o de los técnicos? "Toda mi vida he sido ruda", dice, "a mí las leyes no me van".
Babelia
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