Abismo afgano
La situación política y militar en Afganistán se deteriora de día en día, por más que el Gobierno de Hamid Karzai y las fuerzas de la Alianza Atlántica sigan intentando hacer frente a la acelerada pendiente que puede conducir hacia un abismo similar al iraquí. Lejos de encontrarse derrotados, los talibanes ganan fuerza en diversas regiones del territorio, convertidos en un enjambre de tropas irregulares que incluye desde los antiguos seguidores del mulá Omar hasta los ejércitos vinculados al narcotráfico. El deterioro es más acusado junto a la frontera con Pakistán, debido al fracaso de la política de equilibrio, incluso de apaciguamiento, que ha pretendido desarrollar el general Musharraf. Los incidentes de la Mezquita Roja han supuesto, entre otras muchas cosas, un serio contratiempo para la calculada ambigüedad de Islamabad frente a los asuntos afganos, un intento desesperado de navegar entre las presiones del yihadismo y las de los aliados occidentales.
La creciente capacidad ofensiva de los talibanes está forzando reacciones por parte de la Alianza Atlántica que complican su presencia en el país, sin que tampoco hayan permitido alcanzar los resultados militares esperados. El constante recuento de víctimas civiles producidas por los bombardeos aéreos está contribuyendo a enajenar el apoyo de los afganos, según ha manifestado el propio Karzai. Desde el cuartel general en Bruselas han comenzado a considerarse algunas medidas para limitar los trágicos errores de las últimas semanas, como reducir el tamaño de los proyectiles arrojados desde el aire. Pero, lamentablemente, no se trata de una cuestión de cantidad, sino de principio: persistir en el inmoral eufemismo de los "daños colaterales" no sólo contradice el respeto a la legalidad internacional que debería guiar en todo momento esta misión, sino que, además, contribuye a retrasar la profunda y rigurosa evaluación que a estas alturas exige la campaña militar en Afganistán.
Los objetivos de la Alianza han ido cambiando a medida que pasaban los meses, por más que sobre el papel se haya seguido hablando de ayuda a la reconstrucción. Proseguir sin reflexión, y con una estrategia que varía sobre el terreno, es tal vez el camino más cierto para cosechar un fracaso con imprevisibles consecuencias sobre la estabilidad internacional.
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