Silencios, rumores y estallidos
El acontecimiento. Había nubes sobre San Sebastián y una brisa constante levantaba espumas blancas en el agua verde y gris del Cantábrico. Illumbe, resguardado, esperaba, abarrotado y nervioso, una galerna en la arena. Una galerna silente con la que desatar una catarsis táurica. A veces, lo que no se mueve, conmueve. Porque dudamos si esa inmovilidad es dominio, desvalimiento o aceptación del destino.
La estatua deviene muy humana y cuando surge en ella el movimiento y el mando, la perplejidad de la afición estalla en júbilo. El velo de silencio se rasga y muestra, espléndida, la explosión vital. Así ocurrió con JT. Creo que también lo notó el toro. Al menos su primero, que viajó con tres verónicas al centro que transformó en lentas chicuelinas, cada vez más tenues, hasta que lo enganchó: dos veces lo lanzó al aire entre el clamor. Cuando se irguió, sólo pidió la montera y, tras breve vara, se echó el capote atrás, muy bajo, y le dio tres gaoneras imposibles y un remate de pecho, a una mano, primaveral. Brindó. Tres estatuarios en el platillo, molinete... ¡Qué silencio! Caían derechazos largos al toro que entraba limpio, se chistaba a la banda, y la izquierda, con distancia, aguantando parones, se lo llevó con toques certeros. Estaba a gusto JT, menos envarado, resuelto y verdecido como los dos redondos, los de pecho, las manoletinas en desafío y la gran estocada con que terminó. Cuando el presidente negó la segunda oreja se amotinaban las masas.
Garcigrande / Finito, José Tomás, Cid
Toros de Garcigrande y un sobrero de Manuel Santos en cuarto lugar, variados de juego y presencia. Flojos primero y cuarto, sirvió el segundo, justo el quinto, complicado el tercero y bravo el sexto. Finito de Córdoba: dos pinchazos (pitos); estocada -aviso- (oreja). José Tomás: gran estocada (oreja); estocada (2 orejas). El Cid: estocada desprendida y descabello -aviso-(saludos); pinchazo y estocada desprendida (oreja). Plaza de Illumbe, 16 de agosto. 5ª de abono. Lleno de no hay billetes.
Sin embargó lo compensó dándole dos en el quinto, ajustado y de bella lámina como la media que lo recibió. Se había puesto la plaza solemne y, tras aplaudir la exigua vara, lo demás fue un rumor, un augurio feliz. Pero el toro cortaba el pase y no remataba largo abajo.
En la izquierda, el rumor arropaba los trazos y enganchones de la franela, hasta que al fin salió petróleo de la boca de riego en una serie estática y cercana y el rumor fue ovación que se prolongó en ayudados y trincheras. El acero le fulmino sin contemplaciones.
Finito tuvo un primero flojísimo y un sobrero justito que clavó un pitón en la arena y quiso derrengarse. Pero el de Sabadell, sosteniéndolo bien, aún le dio largas tandas aflorando el viejo empaque torero que exhibe en su madurez dorada. Sacó Juan el orgullo de serrano y la finura de Córdoba. Y cómo se alargó, la oreja le valió al presidente su segunda bronca.
El Cid aceptó el reto y ya estaba en los medios dando derechazos a su primero, que entró alegre y empezó a buscar cuando en la izquierda la tela calaba más profunda. No era para descuidarse y Jesús fue dueño y señor. Así lo dijo en el de pecho y los remates bajos con que cerró la faena. El sexto, astifino, justo y con trapío, empujó y embistió.
Se mascaba ansiedad de orejas, se lidió con primor y acudía, presto, al giro alegre de la muñeca del diestro, que con la izquierda se echó muy encima, le quitó el aire y la rotundidad se rompió.
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