Miradas femeninas sobre la violencia
Miembros de la organización Mujeres de Negro cuentan sus experiencias en la guerra
Casi 400 mujeres, cada una con su historia a cuestas, pero con una misma actitud: dejar de ser víctimas de la violencia y contribuir a la solución aportando políticas de paz. Todas ellas han asistido al XIV Encuentro de la organización Mujeres de Negro, que se clausura hoy en Valencia.
Una de ellas es Safoora, una anciana de Kabul. Durante el viaje perdió su maleta, está apenada, pero su tristeza viene de lejos y asegura que "nunca" ha llegado a ser feliz. Durante la guerra que enfrentó a diversos grupos fundamentalistas en Afganistán, perdió a sus tres hijos varones. Llora cuando explica cómo un misil alcanzó a uno de ellos. Tiene otras dos hijas, las dos viudas, y a ella la mantiene un nieto con el dinero que obtiene con la venta ambulante de bolsas de plástico.
"Reconstruí la biblioteca de Grozny, llena de miedo a las bombas", dice su ahora directora
A pesar de que asegura que ya no tiene ningún motivo para sonreír, explica con humor que lleva velo para tapar las canas. Ha venido al encuentro para pedir que se juzgue a los criminales de guerra que le arruinaron la vida. ¿Para el futuro? Sólo pide un techo y unos estudios para su nieto.
Safoora habla en farsi y sus palabras las traduce Marian Rawi, una joven afgana exiliada en Pakistán. Apunta que "sólo en Kabul hay 50.000 viudas" y muchas de ellas, al no encontrar trabajo o no tener derecho a trabajar, terminan prostituyéndose. "Las que no tienen conocimientos, piensan que no hay alternativa, pero las más formadas, creen en un futuro mejor sin el miedo permanente", explica.
De algo de ese miedo también sabe Lily Traubmann, una judía chilena que se exilió en Israel después del golpe de estado de Pinochet. Durante diez años, tuvo sus pertenencias en cajas, porque "pensaba que la dictadura duraría poco tiempo". No fue así. A través de las noticias, se dio cuenta de que ya estaba inmersa en otro drama: el de la ocupación israelí. Describe con rabia la sociedad militarizada en la que vive, con controles de seguridad en los bancos o en los supermercados y con una sensación permanente de peligro. Explica que su hija, periodista, no ha recibido ayudas para la compra de su casa por ser objetora de conciencia. Recuerda que durante la pasada guerra del Líbano, a muchas mujeres las despidieron por faltar a sus puestos y quedarse con sus hijos.
Lily no ha venido sola, sino con dos palestinas, con las que trabaja en una ONG a favor del fin de la ocupación. "Nos han metido en la cabeza que no podemos convivir", dice, "pero nuestra experiencia demuestra que hay más cosas que nos unen, que las que nos diferencian".
Una filosofía similar a la de Satsita y Elena, rusa y chechena, respectivamente. "Me he quedado casi sin amigos rusos por relacionarme con gente de Chechenia, pero de alguna manera me siento culpable de lo que sufrieron", dice Satsita, y explica el racismo que sufren los chechenos en Rusia: "Se piensa que todos son terroristas". Su amiga Elena sobrevivió a la primera y a la segunda guerra chechena, cuando pasó 56 días encerrada en un sótano. En esa época desaparecieron una media de seis personas por familia. Aparte de los sobrinos y primos que ella perdió, algo de lo que ya no tiene ganas de hablar, las bombas también destruyeron "la esencia" de su vida: la Biblioteca Central de Grozny, donde trabajaba desde los 16 años. Pero, libro a libro, volvió a poner en pie la biblioteca de la que hoy es directora. "Me gusta hablar de esto, es mi mayor logro. Lo conseguí, a pesar del miedo que sentía a las bombas"
Durante estos días, han compartido sentimientos y opiniones, lo que les servirá para seguir "persiguiendo la paz y la justicia para que sus experiencias se consideren". Uno de los objetivos principales de esta organización es "acabar con una sociedad patriarcal que primero promueve la violencia y luego, la paz". El crisol que han formado estos días en el Colegio Mayor Galileo Galilei de Valencia, donde se han alojado, lo han simbolizado en una pancarta hecha con trocitos de tela de cada grupo, en los que se repite la palabra paz.
Después de cinco días de charlas, talleres y algún encuentro lúdico, ayer se manifestaron en la playa de la Malva-rosa vestidas de negro y en silencio. Es su manera habitual, desde su fundación en Israel en 1988, de protestar contra la violencia y los efectos que ésta ha causado, sobre todo, en la población femenina.
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