"España es un ejemplo de cómo nace y crece una selección"
La pasada semana, la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), con motivo de su recién estrenado Salón de la Fama, invitó a Serguéi Belov, algo así como el Bill Russell europeo. El legendario jugador ruso, un brillante escolta de finales de los sesenta y los setenta, fue campeón olímpico, dos veces campeón del mundo, cuatro veces de Europa con la URSS, otras dos con el CSKA... De las medallas de plata (cuatro en los Europeos) y bronce (tres en los Juegos Olímpicos) casi ni se acuerda. Después de su exitosa carrera como jugador, fue entrenador, seleccionador de Rusia y presidente de la federación rusa.
Pregunta. ¿Se acuerda de su primera visita a España?
Respuesta. Y tanto. Fue en 1969. El CSKA jugaba la final de la Copa de Europa en Barcelona ante el Real Madrid. Fue un viaje complicadísimo. La URSS no tenía relaciones diplomáticas con España. Tuvimos que parar en París para recoger los visados. El partido duró 50 minutos, hubo dos prórrogas y al final ganamos [103-99, récord de anotación en una final europea]. El héroe del partido fue nuestro pívot, Andreev, que anotó 39 puntos. Recuerdo que el público de Barcelona nos apoyó bastante. Eso nos sorprendió.
P. Cuatro años más tarde, los recuerdos de Barcelona fueron menos agradables. España dio la sorpresa al vencer por primera vez a la URSS en las semifinales del Europeo.
R. Perdimos, lo que significó nuestro adiós a un título que estuvo en nuestra posesión durante muchísimos años. España tenía muy buen equipo, encabezado por Buscató.
P. Por entonces la URSS era campeona olímpica, después de la célebre final en Múnich ante Estados Unidos. ¿Se acuerda de aquellos tres segundos, los más famosos en la historia del baloncesto mundial?
R. Antes de contestar, le cuento una pequeña historia. Poco después de nuestro regreso a Moscú, un periódico local intentó hacer un análisis profundo y entrevistó a once personajes que, de distinta manera, fueron protagonistas. Hablaron jugadores, entrenadores, periodistas, y resultó que cada uno vio el mismo hecho de manera distinta.
P. ¿Pero cree usted, 35 años después, que la decisión de repetir los tres segundos fue justa? (Antes de contestar, Belov coge la libreta y el bolígrafo y empieza dibujar la situación que se produjo sobre la cancha).
R. Fue absolutamente justa y correcta. Mire, cuando Collins anotó canasta para poner por delante a su equipo (50-49), quedaban tres segundos. Edeshko sacó el balón. Yo estaba cerca del medio campo, la mesa estaba detrás. Recibí el balón y en seguida la sirena de la mesa paró el juego. Pero no era el final, era un error porque el marcador decía que quedaba un segundo. El tiempo tenía que empezar a correr cuando yo recibía el balón y no cuando Edeshko lo sacó de fondo. Después de un periodo que nos pareció interminable, Jones levantó sus tres dedos e indicó que había que repetir los tres segundos. Lo demás ya se sabe. Edeshko envió un pase largo hacia Aleksandar Belov, que anotó la canasta que nos dio el oro.
P. ¿Sabe que ellos, como protesta, nunca recogieron sus medallas de plata?
R. Lo sé, pero es su problema.
P. ¿Qué otro partido le provoca sentimientos especiales?
R. Sí, la final de la Copa de Europa de 1971 en Amberes, ante el Ignis, con Aza Nikolic en el banquillo. Nosotros llegábamos a Bélgica sin nuestro entrenador, Aleksander Gomelski, que tuvo algunos problemas en la aduana y durante un periodo no pudo salir de la URSS. Yo era el capitán y el mejor jugador, y también el entrenador. No perdimos ni un partido fuera de casa en toda la competición. En la final ganamos fácil, por 14 puntos, pero al acabarse todo entendí que yo nunca sería el primer entrenador del CSKA.
P. ¿Por Gomelski? Se han propagado muchas versiones sobre su relación de amor y odio.
R. Él me necesitaba como jugador, pero tenía la manía de que yo podía quitarle el puesto un día y, como era una persona muy influyente, no era recomendable enfrentarse a él. Durante los Juegos de Moscú 1980, cuando en las semifinales perdimos ante Italia y se esfumó el sueño de ganar el oro en casa, me llamó el ministro de deportes de la URSS, Serguéi Pavlov, y textualmente me dijo: 'A partir de este momento tú eres el seleccionador'. Yo rechacé el cargo, pero él insistió mucho y me repitió continuamente su oferta. Gomelski se enteró de todo y, a través de sus conexiones en el KGB consiguió que yo no pudiera salir del país durante varios años. Llegué a temer por mi vida.
P. ¿Se sentía un disidente?
R. No, pero eran tiempos difíciles. En el Mundial de Manila de 1978, Misko Bojovic, un periodista yugoslavo y ex jugador internacional, me preguntó cómo era posible que Yugoslavia, con 22 millones de habitantes, mandara a Manila a 39 periodistas y la URSS, con 250 millones, sólo a uno. Yo le contesté que el problema no era ese, sino que el periodista en cuestión no tenía ni idea de baloncesto porque era del KGB.
P. ¿Cree que podía haber jugado en la NBA si hubiera tenido la posibilidad?
R. Tranquilamente. Yo y muchos europeos de mi época, sobre todo los yugoslavos, Dalipagic, Delibasic, Kicanovic, Cosic...
P. ¿Y los españoles?
R. También, pero resulta que durante una época los mejores jugadores de España eran americanos nacionalizados, como Brabender y Luyk. En los sesenta y los setenta España tuvo, gracias a los extranjeros, algunos de los mejores clubes de Europa, pero a nivel de selecciones dominaban la URSS y Yugoslavia. En cambio, ahora no sólo tiene grandes equipos, sino también una gran selección.
P. ¿Considera que puede marcar una época?
R. Sí. Gasol, Navarro, Garbajosa, Calderón y los demás son un ejemplo de cómo nace, crece y se mantiene una selección. Lituania tiene talento, pero depende demasiado de Jasikevicius.
P. ¿Qué opina sobre la proliferación de europeos en la NBA?R. Pues que se trata de un negocio. Hay que ampliar el mercado, hay que vender los derechos de televisión, hay que hablar sobre la NBA a través de los jugadores extranjeros. Pero lo están haciendo muy bien. Creo que muchos jugadores se van allí sólo por dinero. Muchos se pierden. Incluso un genio como Drazen Petrovic, a quien en Europa llamaron Mozart, tenía que chupar banquillo. Cosic, Dalipagic o Kicanovic triunfarían en la NBA, como lo hizo Sabonis, a pesar de que llegó allí con 31 años.
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