Un hogar a la salida del 'talego'
El Casal de la Pau trabaja desde hace 35 años para integrar ex reclusos
Hay un lugar en Valencia que responde a la situación de desprotección e indefensión social de personas reclusas y ex reclusas; un hogar para los que han pasado por el talego. Coinciden allí internos de permiso en régimen de tercer grado y ex reclusos, muchos con enfermedades terminales. Rostros macilentos y otros más esperanzados. Se trata del Casal de la Pau, una ONG creada hace 35 años.
"Me sentí obligado a tener que visitarles en la prisión y dar repuesta a la pregunta angustiosa de adónde ir cuando salen", adelanta José Antonio Bargues, impulsor de esta iniciativa cuando rememora sus orígenes. "Durante el curso 1971-1972 estuve dando clases en el reformatorio de Godella. Recuerdo que cuando un chaval se fugaba, no lo veía como un quebrantamiento de la disciplina, sino como un deseo de apertura al exterior, algo que la misma dirección reprobaba y por eso al año siguiente me asignaron un horario incompatible, por lo que tuve que dejar el centro. Entonces los jóvenes venían a buscarme a mi casa en Godella, haciéndome partícipe de sus necesidades. Decidí ayudarles y busqué a otras personas para poner en marcha el proyecto", señala Bargues.
En 1973 el inicial Casal de la Pau era un piso en la calle de Gabriel Miró de Valencia, habitado por Bargues, una maestra y los primeros chavales que salieron en libertad provisional. Con las debidas precauciones, contaron con la complicidad del portero y mostraron la mayor discreción para no alertar a los vecinos de un edificio "normal". Lo primero en arrancar fue el servicio de atención jurídica con tres abogados penalistas, ya que sin libertad era imposible avanzar en otros frentes, y fueron sumando personal: dos psiquiatras y algunos colaboradores. Al final de la década de los setenta consiguieron una residencia en Natzaret, para veinte personas, y desde hace una década, aprovechando el Plan Integral de Rehabilitación de Valencia (RIVA), se mudaron a un edificio próximo al antiguo cauce del Turia.
El Casal de la Pau tiene doce plazas para acoger a ex internos con enfermedades terminales y otras diez que sirven de albergue para diferentes situaciones penitenciarias: permiso de salida, libertad provisional o definitiva... También es un centro de día para ocupar el tiempo de los residentes a través de diferentes talleres y actividades. Por allí recalan la decena de personas que están alojados en pisos de uno de los programas de esta ONG.
La asociación cuenta con más de setenta personas voluntarias y catorce profesionales. La colombiana Maria Idalba Gil trabaja como cuidadora. De su experiencia retiene hechos que quedan como huellas indelebles: "Cuando están en el hospital, ya en estado terminal, y le cogen a una la mano es... sobrecogedor". Con todo, lo que más le ha impresionado es el tesón que la mayoría muestra por salir adelante, por no decaer pese a sus circunstancias; un comportamiento ejemplar de personas con dificultades por encima de la media, de las que dice haber aprendido a "no derrumbarse con pequeñeces".
"Después de tantos años, mucha gente me pregunta que si cambian, que si se reinsertan... Por supuesto que se pueden integrar..., garantizar la reinserción es difícil siempre", afirma Bargues. "¿Cómo van a respetarnos unas personas que están hechas polvo? Primero debemos nivelar esto, resarcir esa carencia inicial y después, ya hablaremos".
"Me han dado la vida"
Una mujer interviene con vehemencia cuando se les invita a intervenir en este reportaje aunque pide mantener el anonimato. Es compresible que muchos de los que han estado en prisión tengan ciertos reparos a desvelar su identidad, pero lo que tenía que expresar esta mujer, aquejada de una enfermedad ósea degenerativa, era demasiado para callarlo: "Me han dado la vida", dice para referirse al Casal de la Pau, que la sacó de la cárcel por su estado de salud. Durante este tiempo, ha engordado casi diez quilos y aunque su enfermedad sigue estando ahí, es otra: en su vestir, en su actitud ante la vida, en sus proyectos...
Abdu Sani, de Guinea Bissau, llegó al Casal de la Pau hace ahora cuatro meses. Tras sufrir una parálisis que inmoviliza la parte izquierda de todo su cuerpo en una prisión de Palencia, la trabajadora social envió los informes a Valencia y le acogieron porque cumplía el perfil. Aquí llegan internos de todo el país porque están relacionados con la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y porque los recursos en toda España son poquísimos.
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