¿De vuelta al anticlericalismo?
"¿Qué hace Zapatero?". La ansiedad por la salvación del alma de nuestros paisanos le acompañó así, dolorosamente, hasta la tumba.
El giro a la derecha pura y dura se ha acentuado aún tras la elección de Ratzinger al solio pontificio. El retorno a las concepciones tradicionales del catolicismo más carca, tanto en el área doctrinal -resurrección del latín y del infierno de Pedro Botero con el plus de una llamativa e inmisericorde desprogramación del limbo- como en la sociedad -condena de anticonceptivos, aborto, divorcio, ley de parejas, matrimonio homosexual, etcétera-, ha abierto las compuertas de la frustración acumulada por el sector más reaccionario de la jerarquía española desde que la Constitución española de 1978 dio fin a su intervencionismo opresivo en los asuntos públicos y a su monopolio en la gestión económica y moral de las almas. No pudiendo perseguir a cuantos disienten de ella ni bendecir a quienes antes los fusilaban, asume el papel de perseguida en unas pastorales dignas de Radio Burgos y sus vociferantes consignas. Una asignatura tan anodina como la de la Educación para la Ciudadanía suscita alarmas apocalípticas por parte de Rouco Varela, Cañizares y de sus portavoces de la Cope. Tras el "España agoniza" la invitación a orar por la descarriada Monarquía y el imperturbable respaldo a los insultos y mentiras de la emisora episcopal, la beatificación masiva por Benedicto XVI de 498 fieles asesinados por los extremistas del campo republicano durante la behetría reinante en las primeras semanas de la Guerra Civil -mientras se excluye de tan divina gracia a los sacerdotes vascos ejecutados por el Ejército de Franco-, muestra la beligerancia santa de una Iglesia que no ha aprendido nada de los abusos y atropellos que cometió a lo largo de su historia ni renunciado a unas políticas que vulneran la legalidad y contradicen su presunto magisterio.
Es lamentable que la conducta de la Iglesia nos empuje al anticlericalismo
En unas andanadas contra una asignatura que homologa a España con los países democráticos europeos, ni la Santa Sede de Benedicto XVI ni los cardenales integristas que son su punta de lanza, tienen en cuenta la diferencia existente entre educación y adoctrinamiento. La Iglesia de Roma, como su envidiado y temido rival, el wahabismo islámico, no muestra ningún interés por la primera y se vuelca del todo en el segundo: en ese lavado de cerebro del rebaño que apacienta y guía con mano firme al redil, y sobre el que extiende un manto protector de la mortífera contaminación laicista. Pues lo que se trasluce hoy tras el encubrimiento por la Cope y medios afines de todas las falsedades e insidias en torno al origen de los atentados del 11-M y la extravagante petición de Esperanza Aguirre a don Juan Carlos de "un tratamiento humano" a Federico Jiménez Losantos, es el afán irreprimible de volver a los tiempos de la alianza entre el Trono y el Altar, o entre el Caudillo y el Altar que la restablezca en la plenitud de su imperio y de sus privilegios mundanos.
Todo ello me inclinaría a recuperar el militante anticlericalismo juvenil si la reacción de muchos católicos de base y de algunos sacerdotes privados por la jerarquía de la facultad de administrar los sacramentos no me permitiera establecer una distinción entre quienes se esfuerzan en mantenerse en sintonía con la sociedad y los que, como reza el reciente manifiesto de Redes Cristianas, han "emprendido una carrera para conquistar el poder a cualquier precio".
El anticlericalismo del siglo XIX y del primer tercio del siguiente, prolongado en España por la dictadura franquista, debería pertenecer al pasado. Es lamentable que la conducta actual de la Iglesia nos empuje a volver a él.
Juan Goytisolo es escritor.
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