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Columna
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Del amigo, ni el consejo

Lluís Bassets

Irak se desvanece de los mapas políticos. Dentro de una semana Estados Unidos celebrará su primera jornada electoral, con las primarias de Iowa, y esta guerra que ha robado la vida de casi 4.000 de sus conciudadanos apenas ocupa espacio en la campaña y en los debates entre los candidatos. Esto sucede porque se trata de un conflicto que a todos incomoda, pero también porque empiezan a llegar noticias menos malas del país árabe. Hay que aclarar que buenas no son y que tardarán quizás años en serlo: en fecha tan próxima como el día de Navidad, la organización Iraq Body Count anotó 53 muertos en la cuenta siniestra de la violencia y del terrorismo, 36 de ellos en dos atentados con coche bomba. Pero diciembre, todavía por cerrar, arroja el menor balance de muertos norteamericanos desde la invasión: 16 soldados fallecidos, 20 menos que el mes anterior, y casi cien menos que el mismo mes de hace un año.

Irak se desvanece del mapa político y apenas ocupa espacio en la campaña electoral
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El fin de año de 2006 proporcionó las imágenes infamantes de la ejecución sectaria de Sadam Husein, tomadas por uno de sus verdugos. Fue la culminación del rosario de errores, mentiras y despropósitos inaugurado en marzo de 2003 con la invasión. Desde entonces, sin embargo, Bush ha empezado a rectificar. Sigilosamente, claro está, porque nada duele más que reconocer los propios pecados. Y esta rectificación arroja resultados esperanzadores. Contó con una potente espoleta, como fueron los desastrosos resultados cosechados por el partido republicano en noviembre de 2006 en las elecciones de mitad de mandato, cuando perdió la mayoría en las dos cámaras. Fruto de la derrota, salió despedido el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, el halcón que se enemistó con medio mundo y que en todo se equivocó a la hora de planificar la guerra y la ocupación.

Bush fichó para sustituirle a Robert Gates, ex jefe de la CIA comprometido en aquel mismo momento con el Grupo de Estudios sobre Irak, una amplia comisión de trabajo organizada a instancias del Congreso con participación de representantes de los dos grandes partidos, el demócrata y el republicano, y presidida por James Baker, ex secretario de Estado de Bush padre, y por el ex congresista Lee Hamilton. Baker presentó las recomendaciones con la desenvoltura y la autoridad que le daba su currículo; como colaborador de Bush padre o como abogado del hijo en el pleito del recuento de Florida que le dio la presidencia frente a Al Gore: "Esto no es una ensalada de frutas, de la que puedo escoger lo que me gusta y dejar lo que no me gusta".

Lo que Baker desaconsejaba es exactamente lo que Bush hizo. Del amigo, ni el consejo. El presidente rechazó el paquete de recomendaciones, y sobre todo las más perentorias, como el lanzamiento de una Nueva Ofensiva Diplomática, "antes del 31 de diciembre de 2006", que incluía una reunión de la Conferencia Islámica en Bagdad e implicaba la creación del Grupo Internacional de Apoyo a Irak, del que debían formar parte todos los vecinos, incluidos Irán y Siria. Aquel informe fue un revés para Bush, del mismo estilo que el que ha significado el reciente Informe Nacional de Inteligencia, en el que las 16 agencias de espionaje han señalado la inexistencia del programa nuclear militar iraní en los términos que había exhibido la Administración republicana. Tenía un origen parlamentario, había recibido su propia bendición y uno de sus miembros era ahora su secretario de Defensa, pero el presidente no podía permitir que desde fuera se le dictara lo que debía hacer. Y así fue como, una vez rechazados los puntos más obvios, procedió a aplicar discretamente muchas de sus recomendaciones. Las más evidentes: los contactos que ya existen con Siria e Irán; la conferencia para la creación de un Estado palestino, y sobre todo la aproximación política y diplomática a la situación de Irak, sustituyendo así la óptica casi exclusivamente militar que había presidido la invasión y la organización de la ocupación. El incremento en 30.000 soldados o surge, paso previo a una desescalada que empezará en 2008, es también una idea esbozada en el informe del GEI.

La política que han aplicado Bush y Rice durante todo este año es en buena parte la de Baker y Hamilton, llenando así el vacío que dejaba la expulsión de los neocons de la Casa Blanca. El movimiento ha servido también para preparar la transición con el nuevo presidente, sea del color que sea, que recibirá como legado este pastel envenenado que es Irak. Pero en todo caso hay dos recomendaciones de Baker y Hamilton que Bush no ha seguido y que difícilmente seguirá su sucesor. Entre todos los candidatos, muy pocos podrían seguirlas: quizás el libertario conservador Ron Paul. Las recomendaciones son las que llevan los números 22 y 23. La primera dice que el presidente declarará que "Estados Unidos no quiere obtener bases militares permanentes en Irak" y la segunda que "confirmará que Estados Unidos no busca el control del petróleo iraquí". También realistas como Baker se atreven a veces a soñar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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