"No odio a los estadounidenses. Sólo odio a Bush"
Guantánamo es una fábrica de musulmanes y una trituradora de derechos humanos. En el campo de detención construido en Cuba hace ya seis años al margen de la ley por Estados Unidos, el británico Ruhal Ahmed aprendió un par de idiomas (árabe y pastún) y a confiar ciegamente en Alá. Antes de su presidio disfrutaba de ritos "occidentales" como bailar o beber alcohol y había tenido algún encontronazo con la justicia. Ahora, a sus 26 años, luce barba mahometana, reza lo debido, come carne halal (sacrificada según establece su religión) y se ha casado con una fiel que oculta el cabello bajo un velo. Creyó que nunca recuperaría la libertad.
Denunció a 10 militares y a Donald Rumsfeld tras pasar por Guantánamo
-¿Odia a los estadounidenses?
-No, sólo a uno, pero creo que el mundo entero odia a George Bush, no sólo yo.
Es casi su última palabra en el restaurante japonés, donde su curiosidad por los idiomas destapa un gato por liebre: las camareras son chinas. Ahmed se queda con las ganas de aumentar su patrimonio lingüístico y, tras un wasabi insípido para su paladar bangladesí, anuncia que no dará más oportunidades a la cocina japonesa.
En Guantánamo pensaba en comida todo el rato. En los platos caseros que cocinaba en Tipton su madre, una bangladesí emigrada a Inglaterra que tuvo siete hijos y no rindió demasiada pleitesía religiosa. Ahmed es uno de Los Tres de Tipton. Uno de los protagonistas de la película Camino a Guantánamo, dirigida por Michael Winterbottom. Uno de los 800 presos en las celdas de Guantánamo. Desde noviembre de 2001: un posible terrorista. En marzo de 2004: un inocente liberado sin juicio ni explicación. El firmante de una denuncia contra el ex secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, y 10 militares por detención ilegal, tortura y violación de derechos.
Ahmed era un joven orgulloso de ser británico que ya no lo está, aunque su nacionalidad ha sido el salvoconducto hacia la libertad. "Seguiría allí si no fuera británico, no es discriminación, es racismo". Partió en 2001 de Tipton con tres amigos para asistir a una boda en Kandahar (Pakistán) y acabó detenido en Afganistán, donde Estados Unidos, herido tras el 11-S, había lanzado una ofensiva contra el Gobierno talibán por su apoyo a Al Qaeda. Tras ser capturado por la Alianza del Norte, Ahmed fue uno de los 15 presos entregados a los estadounidenses.
Voló hacia el Caribe encadenado y embutido en un mono naranja que olía a su pis. En el campo estadounidense vivió en una jaula de la que nada salía y casi todo entraba: lluvia, ratas, escorpiones, miradas. "No teníamos intimidad". Le interrogaron, le aislaron, le vejaron. Un día mejoró su situación. Le cambiaron a un campo más flexible donde le daban Coca-Cola y hamburguesas, veía películas de James Bond y leía a Harry Potter. Otro día le metieron en un avión, le llevaron a una comisaría de Londres y le comunicaron que quedaba en libertad sin cargos.
No sabe por qué pasó por eso. Pero ha elegido vivir riendo, bienhumorado: "He estado en Guantánamo, lo acepto, no cuestiono por qué me ocurrió, te ayuda a pasarlo". Lo otro que le ayuda son las conferencias que da de la mano de Amnistía Internacional. El testimonio acongoja a los oyentes, pero a él le sirve de terapia. "Antes tenía pesadillas, pero la audiencia me sirve de psicólogo".
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