Explosivo Pakistán
Lo último que Musharraf puede permitirse en su convulso país es un fraude electoral mañana
Creer en la democracia en Pakistán exige una fe sin límites, vistas las ejecutorias de los dictadores militares y los corrompidos gobiernos civiles que se han sucedido en la República Islámica desde su caótico alumbramiento hace 60 años. Lo mismo sirve para las elecciones, acrisoladamente fraudulentas desde el año 1970. Si este marco se completa con la exacerbada violencia terrorista en el país musulmán -que ayer mismo se cobró decenas de muertos en un nuevo atentado suicida-, los augurios no pueden ser más inquietantes ante los comicios legislativos de mañana, transición hacia un poder civil tras nueve años de dictadura del desacreditado general y presidente Pervez Musharraf, crucial aliado de Bush en la zona.
Las elecciones, previstas para comienzos de enero, fueron aplazadas tras el asesinato en diciembre de la líder opositora Benazir Bhutto. Desde entonces, otras casi 500 personas han muerto en atentados. El miedo será mañana un condicionante del voto en una cita con las urnas que, pese a su elevado grado de anomalía y a la más que dudosa integridad de los principales dirigentes en liza (el ex primer ministro Nawaz Sharif; Asif Zardari, viudo de Bhutto), representa una promesa de cambio en un país atormentado, básicamente rural y pobre, pero con armas atómicas y santuario de fundamentalismos sangrientos como los talibanes y Al Qaeda. De los comicios saldrá previsiblemente un gobierno de coalición que, dependiendo de su control parlamentario, podría hacer la vida difícil al presidente Musharraf, representado por la Liga Musulmana, el partido gobernante.
La mayoría de los paquistaníes no cree que las elecciones vayan a ser limpias. Los partidos opositores amenazan con echarse a la calle si los resultados no son los apetecidos. El sistema democrático, pese a una engañosa fachada, no ha arraigado en una sociedad tribal, en la que dinastías feudales más que valores cívicos deciden los resultados de las consultas. La fiscalización por observadores independientes de lo que suceda mañana en los colegios electorales de Pakistán -muchos de ellos, como en la frontera noroeste con Afganistán, en virtual estado de sitio- debe resultar concluyente. En su dramática situación, lo último que se puede permitir el país centroasiático es una votación poco creíble, sin legitimidad.
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