Dos dudas
En aquella época conocí a algunos carlistas de pensamiento marxista. También, por supuesto, a católicos de la misma ideología. Había media docena de partidos a la izquierda del PCE, y otra media docena de Falanges Españolas que reivindicaban su autenticidad con insistencia. Incluso pequeñas formaciones liberales y democristianas que intentaban crear una nueva derecha. Cada partido tenía sus propios símbolos, sus colores, sus logotipos, sus canciones, y todos nos las sabíamos todas. Entonces, cuando voté por primera vez, los matices eran sutiles, importantes.
Ahora todo es mucho más simple. De derby en derby, las campañas electorales se parecen cada vez más a la Liga de Fútbol. Los grandes partidos alimentan mutuamente esa similitud, que les favorece por igual, y los ciudadanos se identifican con ella para no complicarse la vida. Nadie parece percibir que, en la medida en la que arrasa cualquier matiz a favor de dos variables complementarias del mismo sistema, el bipartidismo empobrece la democracia. Y sin embargo, los ciudadanos van a votar con la esperanza de que su voto sirva para algo, para mejorar su situación y la de su país, para construir un futuro mejor. Por eso, aunque los muertos duelan tanto como siempre, una jornada electoral sigue siendo una fiesta.
El resultado, simplísimo, no me ha sorprendido. Llevo meses prediciéndolo a muchos amigos aterrorizados por la niña de Rajoy. Sé que si el miedo tuviera cara y cuerpo, sería el gran ganador de estas elecciones, como ha sido el campeón de la distorsión estadística que las ha precedido, pero aún me quedan un par de dudas. ¿Tendré días suficientes para cobrarme todas las cañas, copas, comidas y cenas que he ganado? Y por otra parte, ¿quién estará más contento, Pepe Blanco, Esperanza o Gallardón? Si lo supiera, igual cambiaba de oficio y me metía a pitonisa.
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