Verino, línea y negro
La Fundación Gabarrón es una de esas sorpresas neoyorquinas donde la singularidad del contenedor no defrauda el contenido. En un espacio monumental finisecular remodelado con esmero para adecuarlo a las necesidades de la exposición de obras de arte, el diseñador gallego Roberto Verino ha hecho una de esas cosas que parecen imposible: implantar con éxito su retrospectiva de 25 años de moda en una ciudad exigente tanto en las formas como en los elementos. Mejor concebida y con una selección diferente a la exposición precedente en el Museo del Traje de Madrid, la muestra neoyorquina transitaba libre del compromiso cronológico para dar cuenta de la inventiva del equipo del diseñador, su sentido del estilismo como espectáculo propulsor del estilo y cómo los hallazgos que hoy nos podían parecer lejanos en el tiempo son simplemente eso: hallazgos y como eso permanecen.
El papel de Verino en la moda española es indiscutible, desde su asentamiento en el tejido industrial hasta los resultados de sus estrategias de expansión, donde el control sobre el producto ha dado como resultado un creciente prestigio. La exposición en las dos plantas de The Gabarrón Foundation (Carriage House Center for the Arts) se compone de una selección de piezas concebidas fundamentalmente para los desfiles de temporada, algunos dentro de la Pasarela Cibeles y otros de aquella recordada etapa en que un grupo de diseñadores se escindió del salón oficial y comenzó a desfilar por su cuenta. Ese primer gesto de independencia encontró eco después en otra arriesgada decisión: dejar de desfilar y concentrar los esfuerzos económicos y logísticos en la implantación americana y asiática. Estos aspectos también se recogen en la muestra con piezas de las colecciones relativas a los momentos de lanzamiento.
En el estilo de Verino confluyen varias vertientes de actuación sobre el diseño de prêt-à-porter. Su pasión por el negro, la organicidad material, la distribución del lujo como sustancia y algo más que una apariencia, la selección temática acorde con una ideología que compromete poesía y realidad y, sobre todo, un esmero de las manufacturas, terminan por dibujar un estilo, que no desdeña la tendencia pero que tiene los pies muy puestos en las realidades prismáticas del complejo mundo de la moda de hoy.
A veces a contracorriente, Verino se empeñó en mantener tanto en su ropa de mujer como de hombre unas líneas básicas de sastrería y unos detalles preciosistas que a la vez singularizaban y distinguían, daban clase a los elementos del vestir. En la muestra podemos encontrar vestidos memoriales donde la tradición vernácula de la blonda negra o los bordados de mantón se alían a siluetas actuales en un maridaje excepcional, y lo más sorprendente, atemporal. El propio diseñador se mostraba sorprendido de esa atemporalidad, que probablemente es el mejor elogio que se pueda extender sobre una prenda de ropa de serie, de la época que sea, los guiños que la hacen vigente y estimable al paso de un tiempo (el casi virtual de pasarela) que se torna rapidísimo.
Ese gusto por el detalle que no enturbia el dibujo final del objeto ha estado presente en toda la trayectoria del gallego y así se ve en la exposición, donde no falta riesgo pero sí atemperado con una objetividad sobre los fines. Este distingo se aplica tanto a esas piezas a todas luces únicas y testimoniales como a otras que también tienen su lugar en la muestra que son la manifestación de la búsqueda de un perfil determinado, y para ello sirve de ejemplo el devenir de la chaqueta, sus variantes y soluciones tanto para el hombre como para la mujer. No podía dejar de evocarse en esta exposición los desfiles donde en su momento figuras como la actriz Monica Bellucci o la bailarina Tamara Rojo sirvieron de modelos ocasionales (también es el caso del sensual y casi misterioso en el sofisticado afiche con Yasmeen Ghauri) y de fuerte reclamo mediático (pero mucho más que eso) viendo sobre el maniquí estático los mismo vestidos, lo que lleva a comprender la íntima relación que propone el diseñador entre la filosofía que puede encerrar el producto y el modelo ideal de mujer que propugna desde el diseño mismo. En la segunda planta de la gran nave neoyorquina, los directores de arte Juanjo Mánez y Paloma Álvarez propusieron un arriesgado diálogo entre la pintura de Cristóbal Gabarrón (lienzos enormes de proporciones, con acentos gestuales y el uso de materias fuertes, del oro o del goce de los pigmentos como resalto poético) y algunas prendas donde el colorido o la silueta permitían alguna lícita especulación concomitante.
The Gabarron Foundation (Carriage House Center for the Arts). 149 East 38th St. Nueva York. Hasta el 10 de abril.
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