Mujer de carácter y mirada saltona
Hoy Bette Davis, genial protagonista de 'Eva al desnudo', cumpliría 100 años
Cuando el rostro humano valía tanto para el cine como el épico paisaje del Gran Cañón del Colorado, cuando unos ojos y una luz bien dirigida narraban un amor o su ausencia, o un asesinato que sucedía fuera de la pantalla, cuando unas piernas de mujer bajando una escalera expresaban una voluntad... Cuando, en definitiva, el cine era tan grande -más grande que la vida, solía decirse- y tan en claridades y en sombras que no cabía en la pantalla de un teléfono móvil, una mujer rubia y relativamente bajita, de mirada saltona y busto acolchado, irrumpió en lo que se conocía como el star system de Hollywood, instalándose en la primera fila con determinación y carácter. A simple vista parecía frágil, pero resultó de acero.
Bette Davis no era una belleza ni necesitaba serlo: para eso estaban las otras, las lánguidas, las vampiresas o las chicas de la casa de al lado. La señorita Davis, de Lowell, Massachusetts, poseía algo mejor: talento, determinación, y la versatilidad necesaria para convertir los puntos flacos de su anatomía en poderosos alicientes interpretativos. Sus encantos obedecían a su mandato: y en eso residía el mayor encanto. Astuta, Bette Davis asimiló para sus personajes la entera galería de los prototipos femeninos de la época, pero volcándolos en su crisol y devolviéndolos en interpretaciones memorables, casi siempre a este lado del histrionismo -esa delicada frontera con la que sólo los gigantes pueden coquetear-, pero rozándolo. Abarcaba la panoplia entera, como nadie lo había hecho hasta entonces. En La loba, su trabajo convertía las argucias de una arpía sureña sedienta de patrimonio en la encarnación de una clase emergente avariciosa y despiadada de la que incluso hoy recibimos ejemplos cotidianos. Su Regina era un tótem del capitalismo salvaje que acechaba a una sociedad todavía ingenua, intuido genialmente por la autora de la obra, Lillian Hellman. Del mismo modo, cuando tuvo que protagonizar películas de mujeres, e hizo bastantes, Davis le dio la vuelta al dramón, convirtiéndolo, una vez más, en una cuestión de carácter: La extraña pasajera.
Las películas de mujer de los años treinta y cuarenta eran el precedente de los telefilmes de sobremesa que tienen en los avatares femeninos inventados por los guionistas sus principales alicientes. Aunque aquello tenía clase. Sufrir y ser incomprendidas era el destino de las protagonistas de esos filmes inolvidables, pero Bette Davis incorporó algo excepcionalmente suyo. Sufrir, sí; ser incomprendida, por qué no. Mas, por encima de todo, ser una bitch. Eso iba a convertirse en su marca de referencia. Generalmente, la señorita Davis empezaba como bitch, y luego pasaba a los estadios más nobles, llegando en algunas ocasiones (Jezabel) al sacrificio de entregarse a la peste negra por amor, o a morir de un tumor cerebral (Amarga victoria), para pagar por haber ido a muchas fiestas. Pero uno siempre se quedaba, allá en la butaca, con la pérfida, la mujer diferente que había detrás.
El término bitch, que según los lingüistas puritanos era el peor insulto que antiguamente se le podía lanzar a una mujer -más grave que llamarla puta-, fue enriquecido por Bette Davis para el cine. Y aunque últimamente haya sido adoptado en las teleseries en que aparecen pandilleros y delincuentes para insultar a los ex convictos con términos tales como "chúpamela, perra", quien quiera apreciar los matices debe acudir tanto a la interpretación del Gran Diccionario Oxford Inglés-Español como al cine de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Indica el diccionario: "Perra, zorra, loba, hiena, hembra, mujer despreciable, bruja, arpía, cabrona", entre otras acepciones. Añadan a esos insultos algo que no lo es, "mujer de carácter", y obtendrán, destilada, la mejor personificación de la bitchie inteligente que ha dado el cine: Margot Channing en Eva al desnudo.
Ahí se detiene mi recuerdo de ella, en esa actriz madura y combativa, insegura y grandiosa, que se balancea por el salón de su morada, vestida por Edith Head, gruñona y recelosa, indefensa y agresiva, irónica y contrita y, definitivamente, a ratos una víctima, a ratos un dolor de cabeza.
Nunca hubo ni habrá otra como ella. Y eso es lo mejor que de alguien puede decirse.
Babelia
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