La burbuja y las bombas
Resulta que la burbuja inmobiliaria que amenaza a la economía española tuvo, sin embargo, un efecto positivo en Palomares, el pueblo almeriense sobre el que cayeron cuatro bombas atómicas en 1966. La fortuna quiso que no explotaran, aunque liberaron una cantidad indeterminada de material radiactivo. Despues del accidente, el Gobierno español se esforzó por demostrar que no había ningún riesgo para la salud, enviando al entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, para que plasmara en las playas de Palomares una de las imágenes más imborrables del franquismo. Mientras tanto, los militares de Estados Unidos se pusieron a la tarea: recuperaron los artefactos con ayuda de equipos militares y de Paco, el de la bomba, el pescador que localizó la que estaba perdida en el mar. Después, recogieron las tierras contaminadas y se las llevaron en avión a Estados Unidos.
Las bombas se olvidaron y el pueblo de Palomares siguió dedicado a las actividades agrícolas, como antes del episodio que le dio la fama. Pero la belleza de un entorno desértico y a poca distancia del Mediterráneo despertó el interés de los promotores inmobiliarios durante esos años en los que la burbuja no dejaba de cebarse. Los planes para construir una de las innumerables urbanizaciones que han destrozado el paisaje del país hicieron aflorar, literalmente, los recuerdos de las bombas que estaban sepultados. Esto es, no sólo que los promotores quisieran construir sobre los terrenos en los que cayeron las bombas, sino que, para construir, era necesaria la confirmación de que no quedaban materiales radiactivos.
Gracias a la burbuja inmobiliaria se supo que el Ejército estadounidense había dejado en Palomares dos zanjas con material contaminado, de las que no se tenía noticia. También se ha conocido que el viento dispersó la radioactividad después del accidente, contaminando una sierra próxima.
Menuda paradoja. Si no es por la burbuja inmobiliaria, que es la que ha estallado, los habitantes de Palomares seguirían sin saber que pisaban los terrenos de las bombas.
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