Trobada de Puntaires
Es domingo, cae una suave llovizna sobre Vilassar de Dalt y las nubes han cubierto la montaña. Nadie parece contrariado por el clima después de tan prolongada sequía, sólo las torres de piedra y las cúpulas de iglesia que, rebeldes, intentan asomarse entre la neblina.
El paisaje se torna blanco al igual que las cabelleras de 300 mujeres que simultáneamente manipulan el bolillo para dar forma a delicados encajes. Han llegado de todas partes de Cataluña a la XIII Trobada de Puntaires, donde se oye el bullicio del chocar de los bolillos y los murmullos de ellas saludándose sin quitar la vista del cojín.
-Molt maco, eh! Molt discret!
-Què serà? Una mantellina?
Ya viene la Montse desde Barcelona, acompañada por su hermana y la Núria de Girona con el bolillero lleno de alfileres; la Carme de Premià de Mar y Maria Rosa de Gironella, que aprendió el oficio casi a los 70 años de edad. Cuando su padre, al que cuidó durante años, murió, le quedaba mucho tiempo libre y fueron sus manos inquietas las que cogieron por primera vez el bolillo, y sin interrumpir su encaje blanco me cuenta su historia, que parece también un encaje labrado a base de pequeñas y discretas puntadas realizadas con paciencia. No tuvo estudios, ni mayor profesión que la de ama de casa, y pasó la vida cuidando a otros, entre ellos a su padre ciego, al que había que hacerle todo, y aunque descubrió tarde el encaje de bolillo, se lanzó a aprenderlo pensando que quizá no iba a poder. Ahora es profesora y se ríe cuando lo dice porque no oculta el orgullo que le merece haberlo logrado.
Entre todo ese hervidero de mujeres que llegaron de 24 asociaciones de encajeras, me encuentro al único hombre de la trobada, se llama Pere Coma y viene de Badalona. Para algunas es como la piedra en el arroz, por ser un oficio reservado al mundo femenino; pero no, Pere lo hace tan bien como muchas de ellas y se lleva la mano a la boca para que no lo escuchen y en secreto me dice: "Meterme en el mundo de las mujeres no es nada fácil. Me pasa igual que a la ministra de Defensa, que dudan de su capacidad por ser mujer y les duele que he demostrado que lo hago mejor que muchas", confiesa Pere quien realiza un chal en hilo dorado para su esposa, que le escucha sentada junto a él.
-¡Te vas a ver espectacular!
-Sí, me lo pondré para un casamiento o una fiesta.
-Y usted señora, ¿qué tipo de puntilla le hace a su marido?
-Nada, porque no tengo tiempo, él sí dedica muchas horas a esto, pero yo no puedo, sino ¿quién hace todas las cosas del hogar? Ahora hago un pañuelo pequeño para la casa.
La pareja lleva casada 47 años y casi desde entonces son aficionados al encaje de bolillos. Pere se ha perdido todos los juegos de petanca y dominó con sus amigos porque no le encuentra la gracia a esos pasatiempos; en cambio, dice que le faltan horas del día para terminar sus puntillas, que por cierto, son extraordinarias. "Mis amigos no me alientan, pero mis hijos sí. Tengo una hija que vive en Atlanta y la última vez que vino le hice un tapete de 1,40 metros de largo por 40 centímetros de ancho para la mesa de su casa. ¡Le encantó!".
Los demás hombres que asisten a la Trobada de Puntaires llegaron sólo para acompañar a sus esposas, y mientras ellas no paran de manejar los bolillos con hilo blanco, negro y dorado, los maridos miran al paisaje de montaña, donde el sol no ha querido calentar en pleno mes de Sant Jordi, y echan varias miradas al reloj antes de soltar una bocanada de aire y exclamar:
-¡Mejor voy a dar una vuelta por el pueblo!
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