Lerma, el sueño del duque
La villa burgalesa, lugar de recreo de la corte de Felipe III, atrapa con su historia
La villa de Lerma (Burgos), de 2.800 habitantes, podría servir como imagen tópica del siglo XVII en un anuncio de España. Es el escenario ideal para imaginarse a aquel hidalgo demasiado viejo para representar sus aventuras -la novela fue publicada al mismo tiempo que se construía la ciudad-, avisando a gritos a la nación que se habían acabado los buenos tiempos de la épica. De hecho, aunque por sus calles caminaran, entre otros, el mismo Cervantes junto a Lope de Vega o Quevedo, la arquitectura avasalla e invita a cualquier cosa menos al diálogo. Me lo había avisado un amigo con frase redonda: "En Lerma, cada vez que uno entra en la plaza Mayor se encuentra en medio de un monólogo".
Se adivina desde la carretera, cuando te vas aproximando, sobre todo si llegas desde Burgos, con la silueta de los edificios dibujándose contra el horizonte. Más tarde lo confirmas al atravesar las puertas de la muralla, dos cubos neomedievales sin ningún sentido desde un punto de vista militar en una época dominada por la artillería. Un poco más adelante, al ascender por la calle principal, los edificios exteriorizan ninguna importancia y tú sonríes. Finalmente, al llegar a la plaza Mayor, lo constatas, más serio, delante del palacio Ducal, en medio del espacio enorme, vacío.
La construcción de Lerma fue un empeño de Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, primer duque de ese nombre y valido de Felipe III en el inicio de su reinado, con la intención de representar para la nueva corte, recién trasladada a Valladolid, lo que había significado El Escorial en tiempos de Felipe II. Ahora bien, si en la villa madrileña el pensamiento centralizado de Felipe II había conseguido fusionar en un solo edificio el palacio, la iglesia y el monasterio, en Lerma, el mismo concepto -la ciudad real de vacaciones- se desintegra en otro palacio (ahora sin lonja de honor, sustituida por la plaza Mayor para fiestas religioso-profanas), una colegiata y seis conventos con tres órdenes religiosas.
Fábrica de tintes
El conjunto se diseñó y se acabó en poco más de 10 años, de 1604 a 1616. Sus autores intelectuales fueron el arquitecto de Su Majestad Francisco de Mora y el carmelita fray Alberto de la Madre de Dios. Pero el verdadero autor fue el duque de Lerma, quien no sólo ideó y sufragó todas las obras, sino que además mandó edificar dentro de las murallas un hospital, una fábrica de tintes, una imprenta real y un batán. Como si no tuviera bastante, financió otras obras fuera del recinto, lo que nos ilustra sobre la facilidad con la que, en época de Felipe III, los caudales del Estado podían pasar a las arcas de un privado. A saber, siete pequeñas ermitas con la intención de posibilitar una peregrinación simbólica de las siete basílicas romanas; el edificio de la Ventosilla, para dar descanso a su pequeña corte ducal cuando se alejaban de la villa; o un ingenio mecánico que llevaba agua corriente desde el río Arlanza hasta su palacio, construido por Pedro de Armaolea.
Emblema de poder, ceremonial en piedra, adentrarse en la ciudad de Lerma es sumergirse en el séquito de los Austrias, penetrar en una arquitectura que hermana a la monarquía, a la nobleza y a la Iglesia en el mismo lenguaje. La plaza Mayor, con una superficie de cerca de 7.000 metros cuadrados, es el mejor punto de partida, pues, aparte de servir de mercado de transacciones, corral de comedias y hasta coso taurino en las llamadas fiestas del toro enmodorrado, tuvo un papel más interesante como antesala de un complicado grupo de pasadizos que unen el palacio, la colegiata y los conventos, con la finalidad original de permitir al duque y la corte asistir a las ceremonias religiosas -y recorrer toda la villa- sin pisar la calle, es decir, sin mezclarse con el pueblo. Quizá sea éste el mejor lugar, bajo el techado del palio perenne de los pasadizos, para visualizar la ideología global de la ciudad: el hermetismo, el ceremonial, la ortodoxia religiosa trasmutada en ortodoxia arquitectónica para mantener una visión unitaria del mundo.
Ahora, en el palacio de la plaza está el parador de turismo, pero sigue dando la impresión de estar vacía. Cuando yo llegué la última vez, como si estuviera dispuesto de antemano, había un loco en la puerta del palacio ocupado en discutir consigo mismo. Está muy bien restaurado y tenía pensado alojarme, pero al final decidí cambiar de aires y buscar una fonda lejos del marco conventual. Al enseñarme la habitación, la mujer que me atendió abrió las ventanas diciendo: "Mire usted desde el balcón... ¡Qué horizontes! No dirá que hay nada que le tape las vistas".
La miré pensando que en Lerma la palabra horizonte debía tener más contenido y me asomé al balcón para contemplar los edificios barrocos de nuestro siglo XVII, aquel tiempo en que convergieron, sin salir de la misma Contrarreforma, personajes como el Segismundo de Calderón de la Barca, convirtiendo toda certeza en problema, junto a otros, como este Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, construyendo el conjunto conventual más grande de su época financiado por una sola persona.
PEDRO JESúS FERNáNDEZ (Albacete, 1956) es autor de las novelas Peón de rey y Tela de juicio (Alfaguara)
GUÍA PRÁCTICA
Dormir
- Parador de Lerma (947 17 71 10; www.parador.es). Plaza Mayor, 1. Lerma. Restaurado en abril de 2003. Cuenta con una cocina más que aceptable en la que destaca la repostería casera. La habitación doble, a partir de 159,43 euros.
Comer
- Asador Casa Antón (947 17 03 62). Luis Cervera Vera, 5. Lerma. Antigua casa de comidas que presume de ser la más antigua de Burgos. Exquisito lechazo y buenas chuletillas, mollejas, riñones, etcétera. Precio medio, unos 35 euros.
- Casa Brigante (947 17 05 94).
Plaza Mayor, 5. Lechazo al horno. Precio medio, unos 30 o 35 euros.
Información
- Oficina de turismo de Lerma (947 17 70 02; www.citlerma.com). Audiencia, 6. Lerma.
- www.ayuntamientodelerma.es.
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