Todo a punto
Nunca están más claros los principios que cuando alguien comienza a removerlos. Es lo que le debió de ocurrir a María San Gil cuando en el seno de la comisión que elaboraba la ponencia política del último congreso del PP tuvo que discutir, entre otras cosas, el concepto de nación. Las aportaciones de San Gil fueron incluidas en la ponencia -aunque finalmente fueron revisadas-, pero los principios son inamovibles y mal futuro les espera si quienes están encargados de su salvaguarda empiezan a discutirlos. Así hemos sabido que uno de los principios a los que el PP tanto invoca -sin nunca explicitarlos del todo- es que la nación es única e indivisible y que aquí no hay más nación que la española. Desde esa convicción se pueden fijar tácticas y estrategias, señalar a los amigos y a los enemigos, y, desde luego, no se puede ser amigo de quienes niegan ese punto de partida y hacen todo lo posible para atacarlo. Si no se puede pactar con los nacionalistas no es porque en un momento determinado hagan esto o lo otro, no, sino porque por su naturaleza misma cuestionan la nación española, es esa su razón de ser, y cualquier pacto con ellos implica siempre un acomodo que acaba minando la solidez de ese principio inamovible. No era casual que se discutiera el concepto de nación cuando se preparaba una apertura del partido hacia posibles pactos con los nacionalistas.
Los cambios formales nunca son inocuos, sobre todo si abren terreno para posibles nuevas formulaciones
La espantada de María San Gil fue presentada como pieza de una confabulación para derrotar a Mariano Rajoy; se le atribuyeron incluso oscuros padrinazgos y se le ahogó entre inciensos de santoral que les sirvieron a unos para agudizar sus ataques al jefe y a otros para tender una cortina de humo sobre lo que realmente señalaba la "desconfianza" de San Gil. Se la convirtió en la víctima por excelencia, casi en la única víctima, en forma y extremos que seguramente San Gil aborrece, y se hizo de ese victimismo reverenciado argumento supremo para la guerra de facciones en unos casos y para desbaratar cualquier polémica en otros. María San Gil era una mujer valiente y luchadora, pero se obviaba por qué lo era y qué era lo que defendía. No sólo se defendía a sí misma, ni defendía al PP, sino que defendía sobre todo lo que el PP ha venido defendiendo al menos estos últimos ocho años, y lo hacía con las dificultades, riesgos y consecuencias que todos sabemos.
Cuando se pone la vida en la balanza, y si no es la vida, porque ésta quede a salvo, sí al menos el malvivir, hay saltos que resultan imposibles, ya que la vida ha quedado comprometida con lo que la ponía en juego y le daba sustento. Cierto que también otros se han sometido al mismo riesgo, pero a María San Gil le ha correspondido liderarlos. Se puede estar o no de acuerdo con determinadas posiciones -y yo no lo estoy-, pero la actitud de San Gil me parece coherente y su intuición, o su sospecha, constituye un elemento liminar, la prueba del nueve del cambio que pueda estar iniciando su partido.
Poco más sabemos de los sucesivos congresos -nacional y regionales- que ha venido celebrando el PP estas últimas semanas, más allá de la prueba San Gil. Hay, sí, un cambio de actitud, se intuyen novedades estratégicas y se mantienen los principios y valores -que nunca se explicitan-. Los cambios formales, sin embargo, nunca son inocuos, sobre todo si abren terreno para posibles nuevas formulaciones, de ahí que resulte verosímil esperar que el cambio de Rajoy termine imponiéndose y aporte un giro importante a lo vivido estos últimos años.
Si unimos a ello que el PSOE también ha culminado su congreso -con aportaciones ideológicas imprecisas, al menos cara a la opinión pública, pero con una clara definición de su lugar estratégico en su apertura al consenso- y que la crisis es ya un hecho asumido y no sólo un concepto en pugna para rentabilidades partidistas, se puede dar por superado el extraño impasse postelectoral que hemos vivido y augurar un horizonte político distinto al de la anterior legislatura. Es lo que deseamos.
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