El difícil camino de la pantalla a las tablas
Suele decir Jeremy Irons que cuando alguien ha sido actor de teatro, nunca deja de ser actor de teatro. Fiel a esa tradición británica, donde los intérpretes alternan las tablas con las pantallas pero sin olvidar nunca el teatro, Irons reconoce que "el escenario concede muchos reflejos y cualidades que resultan muy necesarios para el cine".
Es muy probable que Juan Diego Botto, hijo de la profesora de interpretación Cristina Rota, suscriba estas opiniones de su consagrado colega inglés. De hecho, la trayectoria de este hijo de exiliada argentina nunca ha descuidado la faceta teatral, a pesar de los éxitos, la fama y los buenos dividendos que concede el cine. Es más, Juan Diego Botto no se ha conformado con su trabajo como intérprete y en el teatro ha pasado a situarse, en alguna ocasión, detrás de las bambalinas. Pero, en los últimos meses, ha arriesgado al máximo al plantearse dirigir y protagonizar nada más y nada menos que Hamlet, una de las obras cumbres de William Shakespeare y, por tanto, del teatro universal.
Para este ambicioso proyecto, producido por el Centro de Nuevos Creadores y representado en Almagro el pasado martes, Botto ha embarcado a otros nombres prestigiados en la pantalla, como José Coronado y Nieve de Medina, o a promesas del cine, como Marta Etura. Todos ellos y alguno más del reparto de este Hamlet no tienen sobre el papel, nunca mejor dicho, ninguna necesidad de vivir la atractiva pero también dura vida del cómico. Por ello, la participación de estos actores en el montaje responde a su arraigada convicción de que un actor demuestra de verdad sus capacidades sobre un escenario, sin trampa ni cartón en una representación única e irrepetible. En ese alambre de la escena, estos actores famosos que convocaron a un entusiasta público a la sala de la antigua Universidad de Almagro se dieron cuenta de que es más difícil superar la prueba del teatro que la del cine.
A pesar de una escenografía efectiva, una imaginativa iluminación y una buena utilización del espacio, los actores apenas rozan el aprobado en Hamlet. Al margen de su indudable entrega y de su acreditada profesionalidad confunden, a veces, el dramatismo con los gritos, el ritmo con las carreras o el llanto con la histeria. Llena de las mejores intenciones se halla esta incursión de estrellas del cine en el teatro. Ahora bien, conviene que frecuenten más las tablas para que no se cumpla esa tesis de Jeremy Irons de que en los rodajes se pierden algunos de los aprendizajes del teatro.
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