EN EL AIRE
"... las condiciones serán buenas a lo largo de la travesía, con algunas turbulencias a la altura de las islas Azores. El tiempo en Madrid está despejado, con pocas nubes y una temperatura de 18 grados centígrados. Gracias, y buen vuelo". Son las palabras que dirige el comandante del Airbus A340 al pasaje. Es el vuelo 617 entre Buenos Aires y Madrid. En la voz del piloto no hay nada que presagie lo que ocurrirá después. De esta manera empieza la película de coproducción hispanoargentina, dirigida por un director que, aunque veterano, no se ha prodigado mucho, Ricardo Wulicher. El argumento se basa en una leyenda urbana, o, por mejor decir, en un sucedido contado tantas veces como la del perro que era rata, o la mujer que se aparece en la curva de la carretera. Todos sabemos que verdaderamente los hechos sí han ocurrido, pero la verdad está muy perjudicada por la insistencia.
Los pasajeros del avión descansan tras el servicio de comidas. Las ventanillas se van bajando. Algunos se entretienen viendo una película, y otros duermen ya. Las luces de cabina se atenúan... Y en ese momento vuelve a oírse la voz del comandante.
-Les habla el comandante. Señoras y señores pasajeros, éste es mi último vuelo y quisiera despedirme de ustedes. La compañía, tras años de servicio sin una sola queja, sin una sola falta, ha decidido prescindir de mí. No soy viejo, y no creo merecer el despido. Éste es mi último vuelo... pero también el de ustedes.
La voz suena quedamente, casi melodiosa, un arrullo para los que ya duermen, indiferente para los distraídos con la película. Pero algunos sí que han prestado atención y llaman a la azafata.
-Ha entendido usted mal, señor -responde la azafata cuando alguien la interroga, preocupado-. El comandante sólo ha dado el aviso de turbulencias. Así que abróchese el cinturón y relájese. ¿Quiere otra almohada? Pero cuando han pasado unos minutos, vuelve a zumbar la voz del comandante:
-Mi vida no tiene ya sentido, mi familia está destrozada, y mis hijos creen que su padre ha hecho algo malo, de otra manera no sería despedido. Ellos querían ser piloto... Ustedes no tienen la culpa, pero yo tampoco. Este avión no aterrizará nunca en Madrid. Esta vez casi todos los pasajeros han oído bien. Llaman a las azafatas, pero éstas no acuden. Los pasajeros escuchan ruidos en la cabina de pilotaje. ¿Intentan reducir al comandante? ¿Tranquilizarle? ¿Sustituirle? Pronto salen de dudas.
-Señoras y señores, les habla de nuevo el comandante. Quedan escasos minutos para lo que sería aterrizar, pero eso no sucederá. No lo hago adrede, se lo juro... Si son creyentes, recen también por mí.
De pronto, uno de los pasajeros pide hablar con el comandante. Cree que le conoce, que le ha tratado de pequeño en el instituto de enseñanza media de Cangas de Onís, si es que su padre era el entonces director del Banco Zaragozano. Dice su nombre y apellidos en voz alta, en el pasillo, hacia la cabina.
-¡Pepe! -responde la voz del comandante por la megafonía-. ¡Siento volver a verte en estas circunstancias...!
Al pasajero se le permite entrar en la cabina. Habla con afecto a su antiguo conocido y compañero. Le recuerda los días escolares, las verbenas de agosto y la pesca de la trucha con mosca, de la que ambos fueron pioneros. Y al piloto se le caen unos grandes lagrimones. Aterriza en Barajas. Suavemente. El amigo se ofrece a acompañar al atribulado piloto hasta la comisaría del aeropuerto. No ha lugar: unos 100 policías con chalecos antibalas, tanquetas y barreras de pinchos le están esperando. El amigo se encoge de hombros. ¿Qué más puede hacer por él?
El filme continúa con el juicio al comandante. No parece una película que se vaya a proyectar en los aviones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.