Artistas, ¡Es la guerra!
Lejos de Europa, el escritor norteamericano Henry James observaba el mundo al borde del abismo. La guerra era ya inevitable, y el autor de Otra vuelta de tuerca escribía aterrorizado a un amigo en agosto de 1914: "La tragedia que se avecina me parece algo sombrío y repugnante, y me enferma sin remedio el tener que haber vivido para verla. A usted y a mí nos debería haber sido evitado el tener que presenciar la ruina de nuestras creencias, según las cuales, a lo largo de los años, hemos visto cómo la civilización crecía y hacía imposible lo peor". A pesar de la carrera armamentística y del creciente nacionalismo, la mayoría de los europeos no creían que la confrontación fuera a producirse. Pero el polvorín estalló aquel 28 de julio de 1914 cuando Austria, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, declaró la guerra a Serbia e inició los bombardeos sobre Belgrado. Rusia movilizó sus tropas y, en respuesta, Alemania declaró la guerra a Rusia. Los acontecimientos se sucedían con rapidez. A primeros de agosto. Alemania declaraba la guerra a Francia y pocos días más tarde, todas las grandes potencias, incluida Inglaterra, entraban en combate. Muchos creían que ésta sería la "guerra de guerras", pero lo que resultó fue una larga pesadilla en la que se cometieron atroces carnicerías sobre millones de personas.
¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra, la exposición que inaugura la temporada en el Museo Thyssen de Madrid, recorre, a través de más de 230 obras de Klee, Kandinsky, Kirchner, Marc, Schiele, Brancusi, Chagall, Nolde, Goncharova, Boccioni, Léger, Severini, Popova, Grosz, Macke y otros muchos, la influencia que sobre los movimientos pictóricos ejerció la I Guerra Mundial, un "tema literario, artístico y cultural de primer orden". Javier Arnaldo, comisario de la muestra, ha estructurado visualmente en varios tramos el desarrollo de este proyecto para mostrar la coincidencia entre la vanguardia y la experiencia bélica. "Es un punto de vista nuevo, porque los grandes popes de la cultura en los inicios del siglo XX, con sus declaraciones, sus escritos, sus manifestaciones, están muy en la línea del belicismo y, sistemáticamente, esa circunstancia ha quedado a un lado, como una cosa anecdótica. La principal aportación de esta exposición es ofrecer una visión de conjunto. Ya que se trata de una guerra enormemente productiva en lo cultural".
Un año antes de que estallara lo peor, el optimismo reinaba en el mundo. A tan sólo unos meses de la gran masacre, a las puertas también de la revolución rusa que dividió al mundo, 1913 resultó el año más fecundo del siglo XX. Las obras de Manet, Cézanne, Van Gogh o Gauguin triunfaban en todas las exposiciones. El impresionismo, tan criticado en sus comienzos, se había convertido en la ortodoxia en la pintura de la época. La música de Wagner ya era clásica y el simbolismo de Mallarmé o Rimbaud no escandalizaba a nadie. En París no se hablaba de otra cosa que no fuera la provocación de las obras cubistas expuestas en el Salón de Otoño y de los cuadros futuristas que podían verse en la galería Bernheim-Jeune. Empezaban a ser conocidos los cubistas, cuyos primeros cuadros parecían un conjunto de vidrios rotos. El mundo artístico bullía de actividad, se hablaba de los expresionistas alemanes, del vorticismo en Inglaterra, o del arte nuevo en Rusia. Estados Unidos se subió al carro vanguardista, y en febrero de 1913 se inauguraba el Armory Show en Chicago, la primera gran exposición internacional que mostraría la obra de los artistas europeos en el mundo.
El alemán George Grosz (1893-1959) pintó años más tarde un perfecto fresco literario desde su exilio estadounidense sobre aquel pasado brillante y guerrero. "Los futuristas pintaban obras que eran manifiestos y preparaban ya entonces un arte de corte fascista. Boccioni pintó un cuadro que sería muy discutido, La risa. Algunos artistas pretendían plasmar de repente en diferentes planos todo cuanto se les ocurría: a esta tendencia se le daba el nombre de simultaneísmo. Se exigía movimiento.
Delanuy pintó su único cuadro famoso, en cuyo centro, la torre Eiffel asciende retorciéndose en una espiral. Otros pintaban siguiendo la línea del simbolismo, como Chagall. El grupo de artistas de Dresde denominado El Puente seguía huellas primitivas. Querían pintar como los negros salvajes, empleando sólo cuatro o cinco de los colores básicos más puros. Se convirtieron en avanzadilla de los denominados expresionistas alemanes. En Sildesheim, cerca de Múnich, hacían de las suyas los jinetes azules. En ese corro, los gallos que llevaban la voz cantante eran Klee y el ruso Kandinsky.
En 1913, un joven poeta, agitador de las vanguardias, llamado Guillaume Apollinaire, fue acusado de robar la Gioconda de Leonardo da Vinci del Louvre. El incidente le sirvió para hacerse íntimo de Picasso, publicar su libro Alcoholes y escribir el poema Zona, el motor del movimiento cubista. En Alemania, Thomas Mann, que había cosechado gran éxito a principios de siglo con su novela sobre la decadencia de una familia, Los Buddenbrook, dio a la imprenta aquel año su célebre Muerte en Venecia. Marcel Proust publicó el primer volumen, 'Por el camino de Swann', de su larga obra En busca del tiempo perdido, y Freud hace oficial su ruptura con Carl Jung por diferencias sobre la existencia del inconsciente. En otro continente, Henry Ford inventaba la primera cadena de montaje de coches en Detroit y un actor inglés llamado Charlie Chaplin mostraba en el cine su personaje de Charlot.
"Una explosión de talento idéntica a la de un volcán". La frase, acuñada por Peter Watson, es descriptiva del momento de creatividad. Todo saltó por los aires y aquel cataclismo bélico fue determinante para muchos artistas, escritores, filósofos y científicos. Fue una generación truncada, ya que muchos de aquellos genios murieron en combate, como los pintores August Macke, Henri Gaudier- Brzeska, Franz Marc y Umberto Boccioni. Oskar Kokoschka y Guillaume Apollinaire fueron heridos en el frente. El último regresó a París con un agujero en la cabeza y murió al cabo del tiempo. Al filósofo Bertrand Russell lo encarcelaron por hacer campaña en contra del conflicto.
LA GRAN MATANZA, entre 1914 y 1918, tuvo consecuencias que perduraron años. Se ha calculado que de los 56 millones de hombres llamados a filas, cayeron 26 millones, y otros tantos fueron heridos y mutilados por las nuevas ametralladoras. Fue una guerra dura, de trincheras -la película de Kubrick Senderos de gloria (1957), con Kirk Douglas en el papel del coronel Dax, recoge aquellos momentos-. Incluso la poesía se empapó del espíritu bélico. Robert Graves (1895-1985), herido en Francia, describió en un poema el primer cadáver que vio: un alemán sobre un alambre de espino de la trinchera. Cuenta que tras despedir Picasso a sus amigos Braque y Derain, a los que habían llamado a filas, comentó que ya nunca más volvería a verlos, porque ninguno volvió a ser el de antes después del horror.
La inmensa mayoría de los artistas se mostró absolutamente belicista. La guerra había sido capaz de unir en Francia a los sectores que el caso Dreyfus había enfrentado durante 20 años. "Era una guerra de borrón y cuenta nueva", opina Arnaldo. "Para el mundo de la cultura, se trataba de una guerra que liquidaba una sociedad inmunda con una cultura exhausta que necesitaba ser purificada para iniciar lo nuevo". En Inglaterra, los manifiestos se encabezaban con el título Al mundo de la cultura. El futurista Umberto Boccioni llamaba en 1916 al combate por el arte en el Manifiesto a los pintores italianos: "¡En Europa y en Francia sobre todo, desde hace cien años, se libran por el arte batallas maravillosas que no conocéis!".
Algunos de los que se alistaron inmediatamente después de estallar la guerra se representaron en sus cuadros como soldados, fundamentalmente, los expresionistas alemanes Otto Dix, Oskar Kokoschka, Max Beckmann o Kirchner. Este último se pintó en su taller de Berlín vestido con su uniforme de artillero y mostrando su brazo derecho con la mano amputada.
Kirchner (1880-1938) odiaba la guerra. Fue movilizado a su pesar, y su cerebro en el frente se deterioró mucho más de lo que ya estaba por el alcohol. Sus crisis nerviosas le persiguieron de por vida. En La ducha de los soldados, el cuadro que mejor simboliza la antesala de la brutalidad nazi, nos legó un icono del horror. Un grupo de soldados desnudos se limpia bajo los chorros de agua abiertos junto a una gran caldera, mientras otro soldado desnudo echa leña. Un hombre uniformado, a la derecha del cuadro, vigila al grupo. La representación de las cámaras de gas antes de que existieran.
André Lot, Louis Marcoussis, Albert Gleizes y Otto Fritz fueron pintores en el frente. Algunos como Derain o Dix le echaron tanto valor, que adquirieron enseguida el grado de oficiales. No fue el caso del soldado raso George Grasz, quien descubrió enseguida el horror de la guerra y abominó de ella: "Significaba para mí la mutilación, la destrucción... Es verdad que al principio hubo algo así como el entusiasmo de las masas, pero aquella borrachera pasó pronto, y lo que quedó fue un gran vacío. La guerra se convirtió en todo lo contrario de lo que pretendía conjurar el entusiasmo inicial: se convirtió en suciedad y piojos, embrutecimiento, enfermedad e invalidez". En 1916 dibujaba escenas con soldados, aprovechando las notas que había ido tomando en sus pequeñas libretas en el frente, en las que aparecían soldados sin nariz, mutilados de guerra con brazos de acero, inválidos sin brazo, coroneles con la bragueta abierta abrazando a enfermeras. A mediados de 1917 le reclaman de nuevo a filas. "Esa vez me encomendaron la formación de los nuevos reclutas, y la vigilancia y el transporte de prisioneros de guerra. Sencillamente, no lo aguanté. Una noche me encontraron, medio inconsciente, con la cabeza metida en la letrina...".
Marc chagall dibujaba soldados heridos, y Natalia Goncharova representó, en su serie de litografías Imágenes místicas de la guerra, los antiguos iconos rusos bajo el fuego de los aviones enemigos. Apollinaire escribe: "Está naciendo un arte universal, un arte que combina la pintura, la escultura, la poesía y la música, e incluso la ciencia, en todos sus numerosos aspectos". Cuando en 1914, Fernand Léger es movilizado, dejó su cuadro El 14 de julio aparcado en el caballete. Dos años después, fue trasladado a Verdún como camillero. En una de sus cartas desde el frente, escribe: "A todos esos ceporros que se preguntan si soy o seguiré siendo cubista cuando vuelva, puedo decirles que mucho más que nunca. Nada hay más cubista que una guerra como ésta, que divide, más o menos limpiamente, a un buen hombre en varios trozos y los envía a los cuatro puntos cardinales. Por lo demás, todos los que regresen comprenderán mis cuadros enseguida: la división de la forma, me quedo con ella". En otras cartas se muestra absolutamente impactado por lo que ha visto: "Tres años de guerra sin tocar un pincel, pero contacto con la realidad más violenta, más cruda. (...) Quiero dejar atrás los arreglos del gusto, las grisallas, los fondos en superficies muertas. (...) Es cierto que esta guerra no podía estar hecha más que por las gentes modernas que la hacen. (...) La resistencia moral, la tenacidad en el esfuerzo, todo esto es absolutamente moderno, se ha llegado a todo esto por nuestra vida anterior. Es tan nefasta como la vida económica de los tiempos de paz, y no es poco decir; la única diferencia es que llevamos un poquito más lejos el resultado: en lugar de arruinar a los hombres, los matamos. (...) No se hace la guerra con prejuicios. Es ridículo. Para una vez que se rompe con las convenciones, hay que ir o quedarse en casa".
Los artistas de la vanguardia no fueron al frente para salvar la democracia, sino "en defensa de una aristocracia cultural", comenta Javier Arnaldo. Entre 1914 y 1915, la guerra aún les parece esperanzadora. El poeta italiano Gabriele D'Annunzio, al que tanto admiró Mussolini, arengaba a las masas por medio de la poesía. En las trincheras, los soldados leían el Fausto de Goethe. Los artistas buscaban el fin de las naciones y la realidad de la patria europea. "Nuestro saber es el antiguo manto mágico del hechicero", escribe Franz Marc en uno de sus aforismos de guerra, "pero la verdadera lucha por la nueva Europa y la nueva forma se libra en otro campo de batalla. No en los sueños".
Otto dix fue de los pintores más prolíficos durante el conflicto. Se alistó como voluntario en la artillería alemana y combatió en el frente de Francia y Flandes, donde fue condecorado con la Cruz de Hierro. "Tengo que verlo todo. Todos los abismos de la vida tengo que vivirlos por mí mismo. Por eso voy a la guerra. Y por eso, desde luego, me enrolé como voluntario". Distintos fueron los sentimientos de Paul Klee (1879-1940) en su etapa bélica. Fue llamado a filas el 11 de marzo de 1916, al poco de recibir la noticia de la muerte de su amigo Franz Marc. La experiencia no fue excesivamente traumática, más bien "una pesadilla", pero tuvo tiempo para pensar, leer en su catre Las confesiones, de Rousseau, y algo de Goethe, pintar un poco y tocar el violín. Destinado a la aviación, su cometido fue retocar la pintura de los aeroplanos. En su diario escribió: "Hace tiempo que ya pasó por mí esta guerra. Por eso no me toca lo más mínimo. Para sacarme de mis propios escombros tenía que volar. Y volé". Marc Chagall (1887-1985) dibuja la guerra de lejos, en su Bielorrusia natal: "Oigo, siento los combates, los cañonazos, los soldados enterrados en las trincheras...".
Cuando guillaume apollinaire (1880-1918) se enroló como soldado, abandonó en París a su amada Lou, la condesa Louise de Coligny-Châtillon. Estuvo en el frente desde abril de 1915 hasta que fue herido por un obús en marzo de 1916. Sus cartas, rebosantes de pasión y de poesía, son una de las mejores crónicas del sentimiento bélico en aquellos años. Sus cartas a Lou, firmadas como Gui, se interrumpen cuando se enamora de Madelaine Pagés y continúa de nuevo la misma intensidad epistolar. Escribe poesías y apuntes de su vida en las trincheras. Su amigo Picasso le dibujó ya en 1914 como soldado, con la pipa encendida y la espada desenvainada, con un cañón a sus espaldas.
La guerra estimula su poesía. Es un hombre rendido ante una situación épica. En una misiva a un amigo, cuenta sus impresiones más líricas: "Te escribo desde uno de los lugares más tristes de la tierra, pero de los más célebres de esta guerra también. Vivo ahora en un agujero cavado en la tierra. El espectáculo es maravillosamente grandioso noche y día, el terrible estruendo es incesante, la llanura arruinada se siembra sin cesar con el metal de muerte en el que habrá de germinar la nueva vida". Todo un ejemplo de lo que fue el patriotismo del arte.
'¡1914! La Vanguardia y la Gran Guerra' se expone desde el próximo 7 de octubre hasta el 11 de enero de 2009 en el Museo Thyssen y en la Casa de las Alhajas de Madrid.
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