La alta costura (también) aparca los excesos
Gaultier rinde homenaje al músico Klaus Nomi y a la cultura española
Tras la exhibición de fuerza del septuagenario Karl Lagerfeld en Chanel, Jean Paul Gaultier, de 56 años, demostró ayer en París por qué es el más legítimo heredero de la estirpe de los grandes costureros. Mientras corrían ríos de tinta sobre el papel blanco de los tocados florales de Chanel (obra del peluquero japonés Katsuyo Kamo, el nombre más susurrado en las esperas), Gaultier mostró lo aventajado de su escritura con una colección cargada de filigranas, arabescos y recursos caligráficos. Tan seguro está de la precisión de su trazo que hizo que la penúltima modelo utilizara una pluma para estampar su rúbrica en una pantalla gigante.
La palabra impresa se lleva estos días en París: la alta costura parece buscar la complicidad de otro oficio artesanal. Pero Gaultier fue más allá y le puso música (y fiesta) a la reivindicación. Utilizó letras, pero también notas y pentagramas, para escribir, en blanco y negro, una canción que homenajeaba al singular músico alemán Klaus Nomi (que acompañó a David Bowie y fue una de las primeras celebridades en morir de sida, en 1983) y a la cultura española. Quedándose sólo con la espina dorsal de sus referentes, esquivó hábilmente los topicazos. Monteras como decorativos relieves de una falda de torero, estampados de chales o cuerdas de guitarra y el perfil de un abanico convertido en un mínimo vestido fueron algunos retazos españoles de una colección, fundamentalmente, muy parisiense. Sobre todo, cuando Inés de la Fressange, de 41 años, se comió la pasarela (en un guiño pícaro a Catherine Deneuve o cayéndose para escapar a la persecución final de Gaultier) con dos vestidos esmoquin.
Inés de la Fressange 'se comió' la pasarela con dos vestidos esmoquin
Elie Saab combinó la cultura japonesa con el cine de los treinta
A la efervescencia creativa de Gaultier le ha sentado bien la obligada contención que la crisis impone. Una bofetada de realidad que estos días ha provocado extraños compañeros de cama. Sólo así se explica que sensibilidades tan dispares como las del explosivo libanés Elie Saab y el tenebroso Ricardo Tisci (el italiano de 35 años que ha resucitado Givenchy) coincidan en algo. Pero, al aparcar sus respectivos excesos, ambos tiñeron sus colecciones de alta costura de plácidos tonos (maquillaje, lavanda, verde jade) y eligieron dúctiles plisados y líquidos drapeados.
Un plácido punto de partida que, obviamente, cada cual interpretó a su manera. La lacerante modernidad de Tisci se tradujo en sugerentes vestidos de día en los que sus habituales referencias eróticas apenas estaban apuntadas. Sobre un lecho de pétalos importado de una pintura de Lawrence Alma-Tadema y con Pina Bausch como guía espiritual, entregó su colección más serena y luminosa hasta la fecha. Por su parte, Elie Saab, famoso por vestir a mujeres como Beyoncé con abundante pedrería, tomó elementos de la cultura japonesa y los combinó con el glamour del cine de los años treinta.
De las mujeres diosa libremente inspiradas en la Grecia antigua al vocacional carácter mitológico de las sirenas de Josep Font. Para su tercera incursión en el calendario oficial de la alta costura, el diseñador catalán imaginó 10 muñecas subidas a una plataforma rotatoria para exhibirse como en el interior de una caja de música. La inspiración era el paisaje marino y sus criaturas, pero el mejor momento de la colección lo depararon (también aquí) los tocados oníricos y un vestido de lo más terrenal. En gasa color arena y con fluidos drapeados (una vez más esta semana) y cubierto por una capa de escamas de organza y plumas de marabú, demostró que el talento de Font puede exhibirse en los gestos más sencillos y que no siempre necesita sumergirse en las profundidades de su fértil imaginación.
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