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Columna
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Cómo aplauden los cabrones

Ahora que a muchos les ha entrado la tentación de reinventar el capitalismo y que otros muchos vuelven a leer El Capital de Karl Marx; en medio de este crudo invierno, con los ríos revueltos y la aldea sin luz, hay que invocar las palabras de Emilio Botín, patrón de los de antigua usanza cántabra, al que en medio de una reciente eucaristía de altos directivos se le escapó por el micrófono un gargajo que decía "¡Mira cómo aplauden esos cabrones!".

Supongo que la frase iba dirigida a los socios rebeldes de su emporio y que el señor de los tirantes rojos corporativos no andaba de muy buen humor al conocer que su beneficio neto había decrecido un 2,3% con lo que sus cuentas de 2008 se quedaban en unos 8.876 millones de euros, sensiblemente inferiores a los 9.060 que se fueron a las arcas santanderinas en 2007.

En la ciencia-ficción del dinero, la más delirante, bajar un 2% el beneficio es darse por muerto

Los cabrones a los que se refiere Botín no eran sino sus propios accionistas a los que les pedía mayor fuerza en el remo como si fuera la trainera de Castro Urdiales en medio de la galerna que se divisa en el Golfo de Vizcaya. Cabrones también los que, como el pillo Madoff, le robaron de la cartera de sus clientes la friolera de 2.330 milloncetes que ahora, digo yo, habrá que recompensar de alguna manera y no precisamente en acciones de responsabilidad social y buenas palabras, que esta gente rápidamente contrata a Los Miami para ajustar las cuentas. Bien justificado está pues el exabrupto porque los cabrones, pese a todo, siguen aplaudiendo como si fuera la Junta de compromisarios del Real Madrid o el Corral de Comedias de Almagro y se olvidan de remar tengan en frente a Cambridge o a Chapela.

El dato resulta espeluznante si se tiene en cuenta que la mayoría de los contratos basura de España se podrían suscribir perfectamente con esos 184 millones de euros perdidos por la institución bancaria, dado que la mayoría de ellos recorre la horquilla que va de los 8.500 euros anuales a los 12.000. Individuos con un par de masters a cuestas que cambiarán su vocación a la de fontaneros a la mínima que la galerna del Cantábrico haga peligrar el sustento de sus hijos. Espeluznante que los señores banqueros sigan congelando el crédito a las familias y el Estado les siga prestando dinero, con intereses eso sí, sino cómo va a dar la cara el presidente del Gobierno en Tengo una pregunta para usted, o qué gargajo va a soltar Solbes, que compita con el de Botín en la manía ibérica de establecer el record de quién la tiene más larga.

Mientras las cosas se vuelven del color de la mierda, hay gente que goza de buena salud. Los mejores son los muertos y las empresas que se dedican a las pompas fúnebres cómo decía hace unos días en estas misma páginas Juan Manuel Suárez, consejero delegado de La Fe: "En momentos malos la gente se vuelve previsora". La sociedad viguesa que acaba de incorporar a su grupo a un competidor de rango como es La Previsora Mallorquina compite en la liga de las estrellas fúnebres con sus nada menos que 583 millones de euros en que valora sus primas.

Es un orgullo saber que hay una industria fúnebre que vela por nuestro eterno descanso y proporciona pingües beneficios a sus propietarios. Que la tradición gallega esté a la cabeza del ramo también resulta normal conociendo nuestro proverbial dispendio en bautizos, bodas y funerales. Las previsiones del sector son además muy optimistas por esa pirámide invertida de la población gallega, cada vez más vieja y con una preocupante tendencia a la recesión en natalidad. La Fe es un muerto boyante en tiempos de crisis. El Santander, un tiburón en medio de la galerna. Dos modelos de previsión distintos con dos análisis de la realidad absolutamente opuestos.

Uno se basa en la ciencia-ficción de los muertos y del más allá, un más allá cada vez más conocido y más parecido a un hotel de cinco estrellas, según Suárez. Otro, la del hombre de los tirantes rojos, en la ciencia-ficción del dinero, la más delirante de cuantas se conocen y de la que bajar un 2% del beneficio neto es poco menos que darse por muerto. Es comparar la fiebre amarilla con la fiebre del oro. Un paciente que tiene una pesadilla recurrente: ver cómo aplauden esos cabrones.

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