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Columna
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Encuesta

Suena el teléfono. La amable voz femenina del otro lado me quiere hacer una encuesta sobre intención de voto, percepción de la crisis y esas cosas, que ya quedan menos de dos semanas para las elecciones. Ha tenido suerte: me ha pillado relajada, que pregunte lo que quiera. Llega el turno de valorar de 0 a 10 a cada uno de los líderes políticos vascos. Voy repartiendo suspensos y algún aprobado, cuando la encuestadora me lee el último de la lista: Barack Obama. "¿Ehhh? ¿Es que también se presenta a lehendakari?", le inquiero. Se ríe. "Supongo que lo han puesto ahí para tener un referente con quien comparar", me explica. Ya, claro.

Comparando con la nota media que debe sacar Obama, seguro que los otros se quedan un poco acomplejados, sí. Me pregunto qué pasaría si en vez de colocarlo al final de la lista lo pusieran al principio. Es decir, si los encuestados tuvieran que puntuarlo antes que a los seis candidatos vascos (aquellos que tienen representación parlamentaria) por los que se les pregunta. ¿Los entusiastas que ahora ponen sobresaliente o notable alto a su líder predilecto, lo seguirían haciendo después de asignarle un 9, por ejemplo, a Obama? ¿Y qué pasaría, por seguir fantaseando, si el referente externo ofrecido para la comparación fuera Hugo Chávez (ese presidente for ever)? De repente, ¿no les parecía a muchos que el carácter gris, con escaso carisma y nulo espíritu militar de la mayoría de nuestros líderes es, en realidad, casi una bendición?

Como suele ser habitual, además, en ningún momento de la encuesta se pide la valoración de cada uno de los partidos (y de sus programas electorales, si alguien llegara a conocer verdaderamente tal cosa misteriosa), sino únicamente de sus líderes. Supongo que los autores del cuestionario consideran que no suele haber diferencias significativas entre una cosa y la otra. Así pues, los líderes se quedan con toda la carga.

Existen al menos dos formas de afrontar una evaluación: o bien contraponiendo el elemento a juzgar al modelo ideal que proyectamos en nuestra mente (y que, eventualmente, puede tener algún referente de carne y hueso; los creadores de la encuesta parecen haber pensado que ése podría ser actualmente Obama), o bien contrastándolo con los otros elementos en liza en la misma modalidad (en este caso, los otros candidatos vascos). El ciudadano que toma en consideración únicamente la primera vara de medir se queda con frecuencia en casa: se abstiene o, si tiene una fuerte conciencia cívica, acude a votar en blanco. El que juzga, por el contrario, atendiendo simplemente al segundo criterio, se conforma con un horizonte político demasiado chato. Su apoyo a menudo es entusiasta, sin un resquicio de duda.

¿Quiénes quedan? Los que deciden su voto (no incondicional) tras una pugna interna entre el modelo ideal y la opción posibilista. Esos votos sufridos, tan necesarios.

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