Ache y Pericón
En los escenarios del flamenco me venía yo fijando en un señor que tiene un airoso mechón en la frente que le da aires de personaje secundario y enigmático de las películas de Humphrey Bogart y que parecía conocer a todo el mundo. En la sociedad flamenca El Dorado cuando había que decir unas palabras con la retórica justa solían reclamarle al micro. El otro día vi al señor del mechón airoso apadrinar un libro que es una joya, y le escuché hablar con conocimiento sobre los orígenes del cante en la literatura de cordel que historió Caro Baroja y de ciertos géneros teatrales que se remontan al siglo XVIII.
Se llama Josep Ache, es periodista del Diario de Sabadell y melómano y dinamizador musical en la industriosa ciudad. Desde hace 10 años cada verano programa unos recitales de guitarra y cante jondo en el Museu d'Art, y periódicamente escribe sobre el tema -también sobre música clásica- en el mentado diario.
De Sabadell son Duquende, Blas Córdoba y la bailaora María del Mar Fuertes, explica Ache
Ache habla con un cerrado acento catalán, y un prejuicio tonto me empujó a preguntarle de dónde le viene la afición flamenca. "No tiene nada de raro", me dijo, "pues Sabadell siempre ha tenido una vida flamenca muy potente; ahora mismo son de allí Duquende, y el guitarrista Juan Manuel Cañizares, y el cantaor Blas Córdoba, y la bailaora María del Mar Fuertes, e Isaac Vigueras, que toca el cajón. A mí la afición me entró en el hospital. Tenía 11 años y el enfermo de la cama de al lado escuchaba todo el tiempo a Fosforito. Y luego cuando me dieron el alta ya me fui yendo por el camino de Can Oriac...".
La historia de cómo cada cual oyó a llamada de las profundidades es siempre apasionante.
El libro que apadrinaba Ache el otro día era Las mil y una historias de Pericón de Cádiz, que José Luis Ortiz Nuevo compuso "a fuerza de magnetofonizar las mil y una historias que Pericón me contó durante dos cortos meses, escarbando con generoso tesón en la tierra inmensa de sus años y sus días", y que la editorial Barataria reedita después de 30 años.
Son una gozada esas páginas llenas de recuerdos sabrosos e hilarantes aunque con un fondo pavoroso, donde se juntan las anécdotas de los artistas y las de los hambrientos, que eran los mismos. Para el lector que esté pez en el asunto le diré que Pericón de Cádiz (1901-1980) fue, como el recientemente fallecido Chano Lobato, al que se parecía en su facundia medio embustera, medio delirante, recurso de veterano de las fiestas interminables para descansar entre cante y cante y entre copa y copa, "el" cantaor que aparece en cada generación en Cádiz. En YouTube se le puede oír y ver, ya mayor pero con aquella voz suya potente, muy perfilada, y con un control del compás y un ritmo irresistibles, que parece que se lo llevan todo por delante, una alegría, unos tanguillos de Cádiz de letra rota, casi catatónica; jirones y ecos de cosas que se decían en la guerra de la Independencia y que llegaron hasta Pericón como pecios de la descabalada Historia flotando en la bahía de Cádiz.
Y también se encuentran allí versos menos roídos por el tiempo, como la característica malagueña de Mellizo que Pericón recogió y cantaba con plomada: "Hasta el mismo enterradó/ Mira si sería bonita/ que hasta el mismo enterradó/ en cuanti le vio la cara/ tiró la pala, la besó/ y dijo que no la enterraba. // Ser felises, os doy la bendisión/ dijo el cura, ser felises/ y ésa fue nuestra ilusión/ y lo que too el mundo dise/ y mira qué equivocasión". Lo mismo en el tétrico desengaño que en la trivialidad que en las anécdotas picarescas que evoca su biografía, Pericón sobrecoge. Al hilo de sus recuerdos se trasluce la tragedia de la ciudad que de ser la más cosmopolita de España gracias a su activo puerto, tras la pérdida de las últimas colonias pasó a la ruina y la miseria. Aliviadas de tarde en tarde por el señorito que subía al artista del hambre en el estribo de la calesa para ir dando vueltas, el uno escuchando y dándose pisto, el otro cantando, toda la noche, por Cádiz.
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