Madrid-New York II
Los artículos periodísticos no sólo intentan informar sino muchas veces pretenden conectar con el lector, reclutar cómplices al otro lado del papel o el cristal de la pantalla del ordenador. Quien escribe, especialmente si entrega sus emociones, confía secretamente en que exista toda una legión de hombres y mujeres que se estremezcan o se indignen, que reflexionen o despotriquen pero que, en cualquier caso, sigan leyendo hasta el punto final.
La soledad del escritor es conocida, pero también existe la del periodista que, tras exponerse en su artículo, espera la reacción de los lectores con ilusión y cierto miedo; una respuesta que, generalmente, nunca le llega. Sin embargo, hay excepciones sorprendentes, fenomenales y, además, de efecto retardado.
Raúl Cancio convierte en novedoso lo sabido y en entrañable lo desconocido
Las dos ciudades se aman y se aborrecen por los mismos motivos
El otro día recibí una llamada del mítico fotógrafo Raúl Cancio para participar en la presentación de su último libro, Madrid & New York. Yo escribí una columna en este periódico con el mismo título hace ya casi un año. Cancio leyó mi texto cuando preparaba su fantástico reportaje comparando las imágenes de las dos ciudades y, ahora que llegaba el momento de publicar el trabajo, todavía sorprendido por la coincidencia e identificado con alguna de las ideas que expuse en mi tribuna, se me pidió sentarme a la mesa con él. A veces suceden estas cosas, cuando crees que el posible impacto de un texto publicado ha pasado, cuando ya no esperas que su pequeña onda expansiva mueva ningún barquito del estanque, llega una gratificante sorpresa en forma de efecto mariposa.
Mi Madrid & New York tuvo su recompensa la semana pasada cuando volví a ver a Cancio. Raúl fue mi profesor de fotografía en el master de EL PAÍS hace 10 años. Entonces nos conquistó desde la primera clase. Su sentido del humor, su ternura y sus divertidas historias de reportero gráfico convirtieron a Raúl y a sus lecciones en uno de los mejores momentos del curso. Con él salimos a la calle a fotografiar Madrid, a cazar improvisadamente instantes bellos u originales. Digo cazar porque entonces no existían las cámaras digitales y recuerdo llevarnos las pesadas máquinas negras a la cara como si fuesen la culata de un rifle.
Realizando aquellos ejercicios comprendimos la dificultad de no caer en el retrato de las palomas de la Puerta del Sol y de las estelas de los aviones en el cielo (y en el de la chica del master que nos gustaba y que hacía sus fotos al otro lado de la plaza, también a las palomas y a las líneas del cielo). En el Madrid & New York de Cancio, él sí que consigue mirar esta ciudad por primera vez, interponer la cámara entre su pupila y la urbe y así dar un paso atrás, ganar objetividad para reinterpretar los escenarios. Observando las fotos del extraordinario libro de Raúl descubrimos Madrid a la vez que nos reencontramos con un Nueva York misteriosamente familiar. Cancio convierte en novedoso lo sabido y en entrañable lo desconocido.
Madrid y Nueva York, ciertamente, se parecen. Para interpretar bien Madrid hay que conocer Manhattan porque cada vez está más presente en nuestra metrópoli. La influencia norteamericana se transparenta como un fantasma, su figura se adivina en la interracialidad, en el tráfico estridente, en los musicales de la Gran Vía, en las tardes en los Starbucks, en la fiebre del brunch... Pero para captar el verdadero espíritu neoyorquino en Madrid, tanto el reciente contagio de las tendencias sociales y culturales como las viejas semejanzas arquitectónicas, hace falta la ouija de una cámara y un médium intuitivo, perspicaz y sensible como Cancio; con una pierna, un ojo y una mitad del corazón a cada lado del Atlántico.
Madrid y Nueva York se asemejan en el perfil de algunos edificios, en la música de flauta de sus músicos callejeros y en el lujo de ciertas avenidas pero se parecen, sobre todo, en el corazón de quien las vive. Porque ambas metrópolis se aman y se aborrecen por los mismos motivos. En el precioso libro de Cancio se observan claramente las semejanzas, algunas asombrosamente obvias y otras más sutiles, brindadas voluntariamente a la sugestión, para que el espectador acabe de establecer el vínculo entre las imágenes. Nueva York nunca será Madrid ni esta villa se convertirá en Manhattan. Pero qué bonito es, gracias a este libro, darle un bocado a la gran manzana de la imaginación.
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