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Reportaje:

El Rafita no tiene guardián

Aguirre usa el episodio para cuestionar la Ley del Menor

Le sorprendió un vecino. Al llegar al garaje, vio a cuatro hombres, de madrugada, manipulando el coche de su amigo. Dio la voz de alarma. Los detuvieron. Y un viejo funcionario policial lo identificó: El Rafita había vuelto a pisar la comisaría.

Rafael Fernández García, El Rafita, condenado cuando sólo tenía 14 años por ser uno de los que violó y asesinó a Sandra Palo en 2003. Ahora tiene 21 y está en la calle porque cumplió parte de su condena. Pero arrastra una medida de libertad vigilada (que le impusieron cuando aún era un chaval) cuyo cumplimiento nadie vigila desde noviembre. Un embrollo burocrático entre la Comunidad de Madrid e Instituciones Penitenciarias ha dejado a El Rafita sin guardián.

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En comisaría, tranquilo y sereno, se negó a declarar. Dijo que sólo hablaría ante un juez. Contó que aquello no iba con él y salió del juzgado. A las puertas le esperaba la familia, que pide que todos se olviden de él. Pero vuelve a ser noticia.

Su reaparición se convirtió ayer en excusa para cuestionar una ley, la del Menor, que acumula una larga lista de reformas. Esperanza Aguirre, que no asumió responsabilidad en la falta de control sobre El Rafita, pidió que la ley se cambie. Un grupo de expertos reclama que se quede como está y la oposición reprocha a la presidenta que no use las medidas a su alcance para controlar a Rafael.La otra noche no fue la primera vez que El Rafita pisaba una comisaría. "Estuvo muy educado, con mucha serenidad. No es normal que un chaval tan joven sea tan frío cuando lo detienen", cuenta quien estuvo presente tras su detención. A la mañana siguiente fue llevado al juzgado de guardia, donde se declaró inocente. El Rafita, cabecilla de lo que se conocía a mediados de los noventa como la banda de El Chupete, contó que no había hecho nada, que simplemente había estado tomando unas consumiciones en el bar El Champiñón y que luego subió con unos amigos a una furgoneta blanca. Un rato después la policía les detuvo en la avenida de la Peseta. "Ha sido un error", dijo.

Horas más tarde, tras ser puesto en libertad, volvió a casa de su madre, situada en una avenida de Alcorcón. Frente al edificio, Carlos, un primo de El Rafita en chándal y con una esclava de oro, lo defendía: "El chaval no se merece tanta persecución. Hay que dejarlo tranquilo". Al momento, una mujer que ha ido a recoger a sus hijos al colegio en zapatillas de andar por casa frunce el ceño al ver a los visitantes y entra al portal, donde el telefonillo está reventado y el nombre en los buzones está escrito a boli, con letra muy redonda.

En el vídeo grabado por el dueño del coche que intentaban robar, según quien lo ha visto, no se ve a El Rafita, aunque sí a dos personas en el interior del vehículo. Uno de ellos trata de forzar el volante con una sierra de unos 35 centímetros con la ayuda de una linterna.

En la calle de Clarinete muy pocos quieren hablar del intento de robo: a nadie le gusta verse relacionado con El Rafita y sus compinches, que entre todos suman decenas de antecedentes policiales.

El joven acumula tres detenciones en los últimos seis meses (en Benalmádena, Alcorcón y la de este sábado), pese a que está a libertad vigilada hasta junio de este año. Pero, ¿realmente alguien vigila a El Rafita? Resulta que no. La Comunidad de Madrid pidió en septiembre que el control sobre Rafael Fernández cambiara de manos. El joven, que vivía en varios pisos tutelados en Andalucía porque el juez pidió sacarlo de Madrid, se escapó dos veces en verano de su casa de Almería. Dijo que quería ver a su familia. Y se vio implicado en el robo de un ordenador portátil.

La Consejería de Justicia reclamó que lo vigilara Instituciones Penitenciarias "por la especial gravedad" del caso, según una portavoz. Rafael Fernández García (que se cambió el orden de los apellidos en el DNI) estaba en libertad vigilada hasta el 25 de junio de este año. La medida, recogida en la Ley del Menor, obliga a que le vigile y supervise personal especializado para su "correcto desarrollo personal y social". Debe seguir las medidas que el juez le imponga, desde obligarle a vivir en un lugar concreto (a Fernández lo mandaron a Andalucía porque se había convertido en un foco de atención mediática y para aislarle de un entorno viciado) a la prohibición de acudir a establecimientos concretos o seguir programas formativos o educativos.

En el caso de El Rafita, el juez pidió que le ayudaran a encontrar un trabajo. Abandonó su puesto de ayudante de carpintero en 2008 y pasó por programas de reinserción laboral que tampoco obtuvieron resultados. En todo este tiempo sólo ha conseguido obtener la licencia de pesca. No era raro verle pasar noches enteras en las playas de Málaga con una caña y un cubo donde guardaba los peces. Le encantaba también trastear con el móvil, sacar fotos con él, mandar mensajes. En esa época se obsesionó con sacarse el carné de conducir.

El 24 de noviembre, un auto del Juzgado de Menores establecía el cambio de guardianes. Y pasaba la responsabilidad al centro de inserción social Victoria Kent, la antigua cárcel de Yeserías, que depende de Instituciones Penitenciarias. El organismo respondió dos semanas después con dudas legales. Primero, porque la Fiscalía de Menores había solicitado una aclaración (que según la consejería se zanjó con la misma solución de traslado) y luego aduciendo que son las comunidades autónomas las que se encargan de estas medidas. La Comunidad entendió que sí asumía las competencias porque no recurrió. E Instituciones Penitenciarias, que ni siquiera tiene el expediente de Rafael, asumió que su protesta se había entendido. Para más confusión, un portavoz del Tribunal Superior de Justicia de Madrid señala que el chico no tiene ninguna medida cautelar impuesta por ningún juez. En este tribunal ni siquiera consta la libertad vigilada, según el portavoz. El Rafita sólo debe presentarse ante el juzgado de menores el 1 y el 15 de cada mes. Y lo hace.

El caso es que nadie se ocupa de la vigilancia de El Rafita. El Defensor del Menor, Arturo Canalda, pide a las administraciones que resuelven "cuanto antes" quién debe vigilarlo. "Cometió un crimen execrable que obliga a redoblar la vigilancia de ambas administraciones para evitar que vuelva a delinquir", declara.

Mientras, El Rafita seguirá viviendo donde hasta ahora, en un bloque rodeado de familias que fueron realojadas desde un poblado a las afueras de Madrid donde se vendía flores y chatarra, pero también drogas y armas. Ahí creció Rafael, en un cementerio de coches robados que ardían de noche. La banda juvenil que lideró, de niños que no superaban los 15, recibieron en varios años más de 700 denuncias. No sólo destacaba El Rafita: también estaba su hermano Bubu y otros menores sin control. Pero el hecho de que él participara en uno de los crímenes que más han conmocionado a la opinión pública le ha señalado de por vida.

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