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Columna
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Entre Seseña y Barcelona

Lluís Bassets

Esas fotos de desolación urbana habían salido ya en la prensa española hace bastante tiempo. Grandes bloques recién construidos, anchas avenidas, profundas perspectivas e incluso esos semáforos apagados y los impecables signos del tráfico pintados en un asfalto que todavía los neumáticos no han hollado. Todo desierto, sin un alma a la vista, como en una tela de De Chirico. En aquel entonces esas imágenes ilustraban los desastres inmobiliarios protagonizados por El Pocero, el mayor exponente del boom de la construcción y de la corrupción y el tráfico de influencias municipales y autonómicos. Ahora, esas mismas fotos, que casi habíamos olvidado, sirven para ilustrar las crónicas que publican los más prestigiosos periódicos del mundo sobre el abismo que se abre ante nuestros pies, las debilidades de la política económica del Gobierno y las zurras parlamentarias entre Zapatero y Rajoy.

Son los emblemas del viaje al que nos obliga la crisis: venimos del 'boom' inmobiliario y debemos ir hacia la alta tecnología

Seseña es el símbolo y resumen de la burbuja inmobiliaria. De la caída en picado del precio de los pisos que más pronto que tarde terminará produciéndose. De las montañas de hipotecas impagadas. De los desahucios en cadena. De los activos tóxicos acumulados por los bancos. De la deuda privada española que desborda cualquier capacidad de refinanciación. En Estados Unidos se concedieron hipotecas a quienes no tenían avales ni garantías, se empaquetaron luego y se vendieron envueltas y escondidas, diferidas y diluidas en fondos sofisticados de alto riesgo. En España se hizo al revés, se construyó mucho más allá de lo razonable y de lo que podía absorber el mercado, a menos que fuera para la especulación, gracias al dinero que fluía como una riada desde bancos y cajas. En uno y otro caso se trataba del esquema de Ponzi (Carlo Ponzi fue un estafador italiano que actuó en Boston en los años veinte y dio su nombre a este tipo de estafa), la pirámide celebérrima de la que Berni Madoff fue supremo arquitecto.

Nuestro Bernie Madoff no fue tan sólo El Pocero, muy en contra de lo que dicen las apariencias, sino quienes han favorecido y aprovechado la política de dinero barato, es decir, el euro, para alicatar la costa entera de la Península y empezar luego a enladrillar la meseta. ¿Y quiénes son estos madoffs, entonces? Me temo que las responsabilidades son tantas y tan dispersas que al final nadie es responsable. Zapatero es quien lleva el timón ahora, y a él hay que pedirle cuentas por lo que está pasando, no hay dudas. Y si no porque está donde está, ha dicho lo que ha dicho y ha hecho lo que ha hecho (o no hecho). Pero todos, políticos, banqueros, constructores, propietarios y periodistas, comparten o compartimos alguna responsabilidad en esta burbuja o pirámide nuestra.

Ha quedado claro que España no es Grecia. Ahora deberíamos demostrar que tampoco es Seseña y que queremos ser en cambio Barcelona, ciudad donde esta semana pasada se ha producido una de las mayores acumulaciones de talento empresarial y tecnológico del mundo. El Congreso de Móviles, que viene celebrándose desde 2006, con más de 1.300 expositores y 50.000 ejecutivos, entre los que conforta contabilizar más de 50 compañías españolas, es lo que nos permite pensar la perspectiva de una economía que no esté basada exclusivamente en el ladrillo y el turismo. A la vista de lo que han presentado los expositores de aquí, hay que decir que no está nada mal el progreso realizado por las empresas españolas. Muchas de ellas, por cierto, de la España interior, meseta adentro.

Cuidado: ni el conjunto de toda la costa y la meseta son El Pocero, ni Barcelona es equivalente a innovación. Todo está muy repartido. También hay poceros y seseñas en la capital catalana. Pero el congreso de telefonía debiera funcionar como emblema frente a Seseña, imágenes ambas del viaje al que nos obliga la crisis: venimos de Seseña y queremos ir a Barcelona. Pero para hacerlo, primero habrá que salir de la vacía ciudad mesetaria: ¿cuánto vale de verdad esta urbe desierta?, ¿qué se puede hacer con ella?, ¿cómo quedarán los bancos y cajas atrapados en el silencio abismal de sus calles? Luego habrá que extremar las medidas y los esfuerzos, para llegar a Barcelona, que quiere decir invertir en educación, investigación y desarrollo; favorecer la pequeña empresa; buscar capital riesgo para las tecnológicas, y contar con un mercado de trabajo ágil y eficaz para que las buenas ideas se conviertan rápidamente en puestos de trabajo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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