Inesperados emergentes
Enfrascados en la gallinácea discusión interna, corremos el peligro de ignorar lo que sucede aquí al lado, a cuatro brazadas de mar.
Y en dinamismo económico sucede mucho, y bueno. Mientras España capotaba en la crisis, Marruecos creció en 2009 a un ritmo del 5%, exhibía un déficit presupuestario de sólo el 2%, un déficit exterior del 4% y una inflación del 1%. En gran medida gracias al buen año agrícola, pero también porque la inversión pública pudo crecer, porque la emergente clase media tiró del consumo y porque el sector financiero (bastante cerrado, pero por lo mismo inmune a los virus de Wall Street) no sufrió ninguna contaminación, de modo que "la crisis no ha pasado por aquí", proclama el ministro de Economía, Salaheddine Mezouar.
La crisis no toca a la ribera sur del Mediterráneo, que empieza a converger con la UE: oportunidad de negocios
No sólo Marruecos. También el conjunto de la ribera sur del Mediterráneo "ha reaccionado bien frente a la crisis internacional", con parecidos crecimientos del PIB, sustentados por el mayor consumo, concluye el experto Fathallah Sijilmassi.
Se verá por cuánto tiempo y a qué ritmo, pero esas tendencias apuntan al fin de una triste tradición. La de que el Sur empeoraba a la par que el Norte mejoraba. La divergencia, en vez de la necesaria convergencia. El Sur empeoraba porque sufría a la vez el estancamiento económico y una explosión demográfica: el mismo pastel de riqueza, a repartir entre más personas. Un ejemplo, el del propio Marruecos: en los últimos 40 años del siglo XX, su población se duplicó, pero no así el PIB, y así, si la relación entre la renta per cápita nominal marroquí y la española era en 1970 de una a cuatro veces, en 2009 la brecha se amplió a una relación de una a 14 veces. (En renta per cápita ajustada según el poder de compra, de una a siete veces).
Incluso cuando empezó a moderarse la explosión demográfica en los noventa, y aumentó pues el PIB per cápita, el avance fue muy superior en el conjunto de la UE. El abismo existente no fue, pues, a mejor (Convergencias y divergencias de los países del sur del Mediterráneo con la UE, en Med. 2009, el anuario del Institut Europeu de la Mediterrània). Eso explica la inmigración. Lo que parece estar sucediendo desde la crisis es que esa creciente asimetría tocaría a su fin. Que la divergencia empezaría a convertirse en suave y tímida convergencia.
De repente empezaríamos a descubrir que los emergentes no son sólo Brasil, China o India, sino también, en formato más modesto, algunos de los olvidados o despreciados vecinos mediterráneos, sobre todo los de los dos extremos, Turquía y Marruecos. De presentarse sólo como fuente de problemas, irrumpirían en escena como ventanas de oportunidad para, juntos, hacer negocios.
Pues bien, dos recientes eventos que apenas han merecido honores, otorgan plataforma geopolítica adecuada a este escenario económico. Uno ha sido la cumbre UE-Marruecos en Granada. Amén de las exigencias democratizadoras, ha acordado un programa para incorporar al reino alauí al Espacio Económico Europeo, bajo el lema de la política de vecindad: "Compartirlo todo, salvo las instituciones". Con especial énfasis inmediato en la aproximación de la legislación marroquí a la comunitaria, su camino hacia el libre comercio completo y su contrapartida, el apoyo en transportes y otros programas de cooperación de Bruselas.
El otro, la inauguración de la sede de la Unión por el Mediterráneo en Barcelona, y la elección de su secretario, el jordano Ahmad Masadeh. Con un programa económico muy concreto, micro, en seis carpetas: descontaminación, autopistas, energías alternativas, red universitaria y desarrollo empresarial. Se meten juntos en faena pueblos que sólo se disparaban entre sí. Ese milagro.
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